Imaginamos un día estupendo de montaña en las laderas del Moncayo, pero sufrimos un contratiempo que detuvo nuestras aspiraciones en seco. Desde estas líneas, nos gustaría agradecer la ayuda de esos caminantes de Tarazona que, no solo se detuvieron a prestar su ayuda, sino que además se ofrecieron a acompañarnos hasta el Santuario del Moncayo.
Allí, tuvimos aún la inmensa suerte de coincidir con unos enfermeros, también de Tarazona, que echaron mano de su preciado botiquín para ofrecer unas primeras curas tranquilizadoras. Nada grave, excepto el susto. Aun así, antes del traspié, pudimos disfrutar de una bellísima y desconocida panorámica del Moncayo, que ofreció un aspecto por momentos casi virginal, a caballo entre un invierno moribundo y una primavera latente.

El recorrido lo iniciamos en el siempre concurrido Santuario del Moncayo, pero en vez de continuar hacia el también siempre transitado sendero hacia la cumbre del pico San Miguel, escogimos la dirección que trazan las señales rojiblancas del GR 90.1. El sendero discurre en dirección sureste entre morrenas glaciares de unas dimensiones muy notables y bosques intermitentes de pinos silvestres y acebos colosales. Las principales cumbres del gigante Moncayo permanecían profusamente pobladas de nieve, pero a la altitud que nos encontrábamos el manto blanco aparecía a jirones, negándose a abandonar una tierra que hacía una semanas había hecho suya.

Tras dejar a nuestra derecha el circo de San Gaudioso, proseguimos nuestra marcha por un terreno sin excesiva pendiente al que, sin embargo, había que prestar atención, ya que la nieve no se había transformado con el sol. Sin apenas darnos cuenta, llegamos a la base del inmenso circo de Morca, que nos dio la bienvenida con una sucesión interminable de riachuelos de aguas gélidas. Un auténtico espectáculo de esencia alpina con unas vistas abrumadoras sobre la cordillera pirenaica. El majestuoso corredor central de Morca, junto con alguna de sus variantes, se nos mostraban desafiantes, con unas pendientes que llegan a superar los 45° y que algunos se atreven a conquistar en una travesía invernal de primer orden para los que gustan de las grandes emociones en la montaña.

Nosotros reemprendimos la marcha y llegamos a lo que se puede considerar el eje central del barranco de la Morca, ya que en este punto, se forma una corriente más o menos regular de agua que recoge la mayoría de aportaciones hídricas de esta antigua cubeta glaciar. Resultaba bastante sencillo empaparse las botas, ya que los regueros de agua corrían descontroladamente entre cojines de tierra humedecidos, incapaces de fijarse bien al terreno. Tratando de obviar mi especial apego por la montaña mágica del Moncayo, he de decir que la visión primaveral del circo de Morca fue una auténtica delicia visual, de las que se quedan grabadas a fuego en la retina, que se completó con la compañía sin igual del murmullo incesante de las aguas y el despertar esplendoroso de decenas de aves.

Una vez superado el eje central de la Morca, nos adentramos en un bosque cada vez más tupido y sombrío, que, lógicamente, albergaba una mayor cantidad de neveros. Nuestros pasos no pudieron superar la fuente del Morroncillo, cuyas aguas brotaban indomables y formaban un caudal considerable al poco de nacer. No pudimos completar más de 3,5 kilómetros, pero nos sirvió para contemplar una de las panorámicas más sobrecogedoras del macizo del Moncayo. Uno se siente muy pequeño bajo las cumbres de Lobera, Morca, San Juan y San Miguel. Si giramos la vista, podremos divisamos el somontano moncaíno y los pueblos que se arrodillan a sus pies.

Esta vez no fue posible completar la ruta planificada hasta el refugio de Majada Baja y vuelta, pero volveremos en otra ocasión, complacidos con un entorno exuberante, inmaculado y fascinante. El Moncayo siempre espera…
Espero que el accidente no fuera grave. Sin duda, mucho gusto en elegir esta ruta, muchos de los que suben a la cima en numerosas ocasiones, desconocen el Circo de Morca, para mi uno de los sitios más bonitos del Moncayo, sino el que más.
Un abrazo.
Sin duda, Ramiro. Un descubrimiento feliz el del circo de Morca. El accidente fue de esas cosas que suceden en la montaña, sin más. No estamos exentos de riesgos los senderistas: una piedra enmohecida, perfectamente escondida entre la nieve, una pisada y un resbalón irremediable. Te puedes caer de mil formas, pero hay veces que caes mal. De todos modos, volveremos a ir para completar lo que se nos quedó a medias. Nos estaba maravillando el sendero.
Un abrazo.