Fuimos en busca de la belleza primaveral de los cerezos de Bolea, núcleo de población perteneciente al municipio de la Sotonera en plena Hoya de Huesca, pero llegamos tarde, ya que solo nos encontramos con un estallido de verdor tanto en los campos de labor como en los árboles que tanto deseábamos ver en flor.
No obstante, no desistimos en nuestro empeño y decidimos buscar una ruta alternativa, que no tardamos en encontrar bien pronto. A la salida de Bolea, en dirección norte hacia la Sierra Caballera, encontramos unas paletas que indicaban el comienzo del sendero PR-HU 111, el cual coincide brevemente con el Sendero Histórico GR 1. Este sorprendente sendero pretende guiar al senderista hasta la ermita de San Cristóbal, uno de los muchos santuarios rupestres que existen en el Alto Aragón, a través del barranco homónimo por donde discurre un recién nacido río Sotón.
Al poco de iniciarse la ruta, se llega a la ermita de Santa Quiteria, un recinto religioso profundamente reformado cuyos orígenes se remontan al siglo XVII. Ubicada esta ermita en un discreto altozano, ve cómo las aguas cristalinas del río Sotón discurren por uno de sus flancos formando unos frescos y tupidos bosques de ribera. Encontrar unas aguas tan frescas y límpidas en un entorno tan agradable fue la primera sorpresa agradable del día, pero no iba a ser la última.

Tras dejar atrás Santa Quiteria, el sendero abandona la pista forestal y se encamina por una senda estrecha pero perfectamente transitable hasta llegar, en muy moderada pendiente, a las ruinas de una antigua paridera; a partir de este hito en el camino, el sendero comienza a encajonarse entre las paredes rocosas y erosionadas del barranco de San Cristóbal y el murmullo del Sotón comienza a ser perfectamente audible.


Entre los muros del barranco, perfectamente tapizados por una cubierta arbustiva espesa integrada por romeros, tomillos, aliagas, bojes y algún que otro lentisco, descubrimos pequeños mallos aislados de piedra caliza, cuyas cavidades servían de refugio y hogar a numerosos buitres leonados que se dedicaban, con paciencia y devoción, a alimentar a sus todavía indefensos polluelos. Con suerte, pudimos ver las pequeñas y lampiñas cabecitas de estas crías que se asomaban cada cierto tiempo al vacío para comprobar si sus progenitores traían algo de alimento. Este animal, poseedor de una mala reputación por estar asociado siempre a la figura de un cadáver, muestra, en cambio, un inmenso cariño por sus crías. Paradojas de un animal tímido y cuyos hábitos alimenticios, le pese a quien le pese, no difieren tanto de los de la mayoría de seres humanos.
El sendero continúa encajonándose sin remedio, señal de que estamos muy cerca de la ermita de San Cristóbal, un enclave de inusitada y agreste belleza. De esta ermita no se tienen referencias documentales hasta bien entrado el siglo XVI, no obstante, una pintura mural de factura románica tardía (siglo XIII-XIV) del arcángel San Gabriel realizada en la propia roca nos revela su más que probable origen. A este santuario rupestre se accede a través de una empinada senda que discurre por un bosquete de umbría; luego habrá que remontar unas sencillas escaleras y estaremos en el mismo abrigo de la roca que alberga el eremitorio.


De la ermita poco queda, excepto un altar ruinoso y la pintura mural antes mencionada. Todavía se pueden contemplar las antiguas celdas de los anacoretas y unos vetustos peldaños que conducían a un desaparecido coro alto. Sin embargo, lo más destacable del conjunto son sus formidables vistas hacia la Hoya de Huesca y el embalse de la Sotonera.


En este punto, decidimos regresar a Bolea por el mismo camino, pero se puede alargar la caminata si se continúa por el fondo del barranco hacia el cercano nacimiento del río Sotón o hacerla circular llegando hasta la ermita de la Virgen de la Peña de Aniés. Quizá este río no aparezca en los mapas, pero gracias a su modesta corriente, pudimos llegar a un lugar encantador, lleno de quietud y alejado del mundanal ruido. Los senderistas, en nuestro afán constante por buscar la imagen grandiosa y las fotografías de postal, nos olvidamos de que la sencillez también es un estímulo para los sentidos.

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