Dicen de Purujosa que es un pueblo camuflado en la denominada cara oculta del Moncayo. No me agrada demasiado este título porque lo relega, quizá sin pretenderlo, al ostracismo; sin embargo, mirado de otro modo, puede que le otorgue un encanto que, desde luego, sí merece.
Su ubicación meridional y poco accesible hace de Purujosa un enclave completamente alejado de los publicitados espacios turísticos de la cara este del macizo del Moncayo. Con todo, esta población zaragozana, que conecta con Soria por el puerto de Beratón, lucha por seguir adelante ofreciendo al visitante una cautivadora morfología urbana, un ejemplar estado de conservación de las viviendas que no han sucumbido al olvido de sus antiguos moradores, un albergue para visitantes con una exquisita cocina tradicional y, sobre todo, la belleza serena que le otorga un enclave con espacios naturales casi vírgenes.

Purujosa, con sus 39 habitantes censados según el último INE de 2013, es mucho más que el pueblo más pequeño del mundo con regulación semafórica; de hecho, no deja de ser una anécdota banal dentro del gran abanico de posibilidades que ofrece no solo al caminante, sino también al espeleólogo y al escalador. La auténtica web de referencia del lugar es la del amigo Ramiro, el nido de águilas del Moncayo, un auténtico cuaderno de campo digital relatado por un enamorado de este rincón moncaíno.

Las dos veces que hemos visitado Purujosa han coincidido con la celebración de las jornadas micológicas que organiza anualmente la localidad. Y es que otro de sus atractivos es su extraordinaria riqueza setera, que cada vez pasa menos desapercibida para los catadores de las delicias que nos regala el quinto reino. Este año, al igual que el anterior, subimos hasta el sencillo refugio de Cerrogordo, situado a los pies de la majestuosa Muela de Añón, para ir en búsqueda del preciado tesoro que nos regala la naturaleza todos los equinoccios. Los hubo que llenaron cestas enteras de níscalos, pese a la plaga de gusanos que ha afectado este año a esta hostigada seta. Nosotros recogimos simplemente lo que íbamos a cocinar al día siguiente, una fórmula sencilla con la que siempre evitamos contraer las fiebres que afectan cada vez a más seteros, entregados al expolio impune del monte.

Una vez terminada la jornada setera, pudimos disfrutar de un tiempo de asueto en el que dedicamos una sosegada visita al nacimiento hídrico del hermoso río Isuela, principal afluente del Aranda y este, a su vez, afluente del Jalón, que lucía sus mejores galas otoñales. Este manadero se halla en la denominada Fuente de la Carrasca o de Purujosa, unos pocos kilómetros más arriba del pueblo. Las fotos en este paraje simplemente son una auténtica delicia: frescura, hojarasca, tocones de árboles exánimes, vegetación de ribera exuberante, chopos de hojas temblorosas, corriente de agua saltarina… Qué poquito nos hace falta para ser felices.


Aún nos dio tiempo a visitar en coche la cara soriana del Moncayo, un oasis de silencio donde realmente se puede apreciar la magnitud del monte sagrado, que se yergue como un titán ante la planicie castellana. En esta vertiente, donde ya hicimos una ruta inolvidable, se puede contemplar la dehesa soriana del Moncayo, un inmenso robledal que tapiza sus faldas. Aunque también nos cuentan que por esta vertiente más expuesta al sol existen hayedos que logran reunir la humedad necesaria para prosperar. Un ejemplar majestuoso de águila real, extrañamente flemático, fue el único testigo de nuestra presencia, posado en una roca con semblante regio a escasa distancia de nuestro vehículo. Su presencia, su vuelo y su mirada lejana justificaron ampliamente nuestra incursión en la vertiente castellana del Mons Caius.
De vuelta a Purujosa, nos dimos un verdadero homenaje merced a la cena micológica que cerró las jornadas de este año. Allí, en el albergue, tuvimos la inmensa suerte de compartir mesa con una entrañable pareja —un purjosano y una olvegueña— que no dudaron en contarnos, con todo lujo de detalles, la vida en el pueblo en la terrible década de los 60, culminación de la diáspora rural del siglo XX y fin de un modo de vida aferrado a la supervivencia. Palabras como «dureza», «miseria», «emigración» o expresiones como «herido de muerte» o «era lo que nos faltaba» aparecieron constantemente en la conversación. La Guerra Civil o la política de repoblación forestal llevada a cabo por la dictadura —que hizo desaparecer la inmensa cabaña ganadera del pueblo— fueron otros de los temas que abordamos en una de las sobremesas más interesantes que recuerdo. ¡Cuánto tenemos que aprender de nuestros mayores!

Para mayor felicidad, nos trajimos a Zaragoza, junto con nuestro capazo de seticas, los mejores tomates que hemos probado en mucho tiempo, cortesía de nuestros queridos compañeros de mesa, que no dudaron en enseñarnos con orgullo su recuperada vivienda purjosana, donde vuelven siempre que pueden a cuidar de su huerto y a disfrutar de la tranquilidad del pueblo. A Purujosa tenemos que volver a disfrutar de sus cuevas, de sus muelas, de su naturaleza caliza y salvaje, de su precioso río Isuela, de sus barrancos de agua intermitente, del cercano Beratón —pueblo más alto de la provincia de Soria a 1391 msnm—, en definitiva, de ese Moncayo que sigue luchando por no desaparecer de los mapas en pleno siglo XXI.

