Susín podría ser una aldea más de las muchas que languidecen en el Pirineo aragonés en la actualidad. Pero no lo es porque Angelines Villacampa, tal y como reza en su epitafio colocado bajo el ábside de la iglesia serrablesa de Santa Eulalia, quería que Susín tuviera una restauración auténtica.

Esta extraordinaria mujer, cuyo legado sigue vivo gracias a la Asociación Mallau – Amigos de Susín, luchó sin descanso para que el olvido no engullera este rincón de historia milenaria del Alto Gállego, mirador privilegiado de las tierras de Biescas y puerta de acceso occidental a la vieja comarca de Sobrepuerto. En la actualidad, podría decirse que el minúsculo caserío de Susín constituye uno de los mejores ejemplos de restauración modélica de aldea pirenaica.

Es una auténtica delicia pasear por su calle única y contemplar cómo las casas fuertes del lugar, Ramón y Mallau, lucen sus mejores galas, cómo los caminos delimitados por gruesos muros de piedra seca vuelven a recibir a caminantes o cómo bordas y pajares se han recuperado felizmente. La iglesia de Santa Eulalia, erigida en el siglo XI y enmarcada en la ruta de Serrablo, es un magnífico templo cuyo ábside cobija algunos sillares que son auténticos tesoros patrimoniales y que nos hablan de tradiciones religiosas paleocristianas.

Por si fuera poco, Susín se alza en posición dominante a 1065 msnm, bajo los cimientos de una morrena lateral que propició el colosal glaciar que surcó el Valle de Tena en el Cuaternario, desde donde se pueden contemplar las ruinas de la más que humilde aldea de Berbusa, pueblo de carboneros, la Sierra de la Partacua, las grandes alturas de la Jacetania, todo el Sobremonte con su Punta de Burrambalo y los pueblos de Escuer, Arguisal y Oliván, ubicados en altitudes más modestas.

Pero si la aldea de Susín es cautivadora, no lo es menos el acceso a pie que nace desde el mismo barranco de Oliván, cuyas aguas saltarinas siempre dan la bienvenida al caminante. El sendero PR-HU 3 transcurre por una senda delimitada por antiguos muros colonizados por el musgo y la humedad, y donde se yerguen magníficos ejemplares de robles centenarios que, o bien se resisten a perder sus hojas marcescentes, o bien se muestran desnudos favoreciendo el crecimiento de un bello e inconfundible tapete vegetal de hojas.

Los últimos metros antes de llegar a Susín transcurren por un precioso camino empedrado, señal de que las comunicaciones con los pueblos del llano fueron intensas en otros tiempos. Una vez llegados al altozano donde se asienta Susín, decidimos emprender el camino hacia Casbas de Jaca, un despoblado devastado por la indiferencia, en el que apenas resisten unos cuantos muros y una iglesia que amenaza seria ruina. Se ha de seguir el PR-HU 4, es decir, la principal vía de acceso a Santa Orosia por su vertiente occidental.

Desde el punto de vista patrimonial, poco se puede decir de Casbas, excepto contemplar cómo la naturaleza ha ocultado impunemente su trazado urbano y ver cómo la torre y los todavía bien pertrechados muros de la iglesia de Santiago Apóstol resisten a duras penas las acometidas del tiempo. Una gran grieta en la torre me hace pensar que no tardará mucho en caer, llevándose por delante algún que otro muro. Los pinares de repoblación que acechan el caserío de Casbas aún se ven frenados por pastizales muy pobres que revelan la presencia esporádica de algunos animales. Un abrevadero de reciente construcción en la parte alta del pueblo confirma este último hecho.

Con la tarde algo avanzada, comimos en la parte alta del pueblo, a salvo de los zarzales y rosales silvestres que invaden las calles, muros y piedras del antiguo Casbas. Desde allí, la panorámica es extraordinaria, aún más amplia que desde Susín, ya que nos encontramos a mayor altura. Desde esa pequeña atalaya, imaginamos cómo sería la vida en ese pueblo, qué conformación tendría, de qué vivirían sus gentes o cuándo decidieron vender sus casas a Patrimonio Forestal del Estado, firmando así la sentencia de muerte del que hasta entonces había sido su lugar en el mundo.

Todas estas preguntas han obtenido una respuesta inesperada, merced a un interesantísimo artículo en el blog «Esmemoriáus», donde, además de datos y apuntes relevantes sobre Casbas, aparece una fotografía fechada en 1958 y realizada en el mismo lugar donde Nathalie y yo decidimos parar a comer.

Metro arriba, metro abajo, allí estuvimos en el recién estrenado 2015, 57 años después de que esas gentes de Berbusa fueran retratadas en Casbas, de camino a los puertos de Santa Orosia. Mismo lugar, pero horizontes y sensaciones diferentes. Eso sí, resulta inevitable que un escalofrío recorra tu cuerpo al mirar esa foto en blanco y negro. La historia se repite, con las mismas montañas, los mismos cielos, pero sin gente, sin casas, sin rastro de vida humana.

A la vuelta, reconfortados por el descubrimiento de un lugar, una vez más, encantador, decidimos admirar y fotografiar las iglesias mozárabes de San Juan de Busa y San Pedro de Lárrede, dos joyas arquitectónicas del Serrablo. Fue el colofón perfecto para un día repleto de emociones enfrentadas: por una parte, la alegría que supuso descubrir el caserío rehabilitado de Susín, por otra, la tristeza casi introspectiva que generó visitar un pueblo arruinado como Casbas de Jaca. La cara y la cruz de la misma moneda, o lo que es lo mismo, la devastación y el florecimiento de dos pueblos que, de no ser por el tesón de una mujer irrepetible, podrían haber compartido el mismo destino de muros abatidos, expolio y desamparo.


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