Al Balneario de Panticosa le teníamos ganas desde hace tiempo. Nada o muy poco queda de su antiguo esplendor, pero ese magnífico escenario natural donde se asienta sigue siendo historia viva del Pirineo, marco de mil y una postales fotográficas.
El balneario se ubica en el fondo de un circo de alta montaña a 1636 msnm, de evidente origen glaciar, que nos recibió con unos más que frescos -8 °C, pero con vientos prácticamente en calma.


Las aguas termales de este balneario proceden de la propia estructura volcánica del enorme macizo granítico de Cauterets-Panticosa —un auténtico fósil geológico del Carbonífero—, con mucha mayor penetración en la vertiente francesa que en la española; eso explicaría que en territorio español solo podamos disfrutar de las aguas termales del Balnerio de Panticosa, mientras que nuestros vecinos franceses pueden elegir entre las termas de César, de Rocher y de Griffons, todas ellas en Cauterets y el establecimiento termal de Luz-Saint-Sauveur.

Allí mismo reparé en la roca de granito que vimos en Susín, procedente del batolito de Panticosa. Esa piedra recorrió, a lomos de un glaciar extinto, más de 30 kilómetros. Maravilloso. Como buenos foranos recién llegados a un lugar desconocido, dimos una gran vuelta por sus instalaciones antes de echar mano de nuestras raquetas para recorrer el camino que se adentra en el bosque de Estatiecho.

El Ibón de Baños lucía como un espejo blanco marfil de extrema pureza, el Salto del Pino rugía con fuerza desde la distancia y la nieve fresca caída la noche anterior ofrecía un espectáculo insuperable. El camino de Estatiecho, marcado para recorridos con raqueta de nieve, iba a ser una auténtica delicia. El bosque del mismo nombre es una sucesión de coníferas de precioso porte, que se adaptan como nadie a los rigores térmicos de los pisos subalpinos.
El recorrido se enmarca en la que se supone era una vía que antaño utilizaban los pastores pirenaicos para acceder con el ganado a los altos puertos de montaña; las reses pastarían y se juntarían en lomas suaves de cierta pendiente, o sea, estachos, según lo que dispone la publicación de Jesús Vázquez, «Nombres de lugar de Sobrepuerto».

Pudimos disfrutar de este camino pisando un manto de nieve refulgente, cuya blancura hacía daño a la vista, amenizado con los trinos de algún que otro valiente pajarillo que desafiaba el helor reinante. Solo la caída espontánea de nieve de los árboles en forma de partículas brillantes conseguía sacarnos de nuestro ensimismamiento. Auténtica magia bajo esos nobles árboles y sobre esa nieve tan fotogénica. El paisaje alpino y la alta montaña ante nuestros ojos: el macizo de Argualas y Garmo Negro y el circo de Bachimaña aparecen con toda su contundencia pétrea.

No obstante, en el siglo pasado, este recorrido habría sido muy diferente al actual, ya que las antaño desnudas laderas de estas montañas dieron paso a espesos bosques que trepan tenazmente hacia las cumbres para tratar de contener los frecuentes aludes que se descuelgan desde las alturas. Una vez finalizado el trayecto, que se nos hizo muy corto, aprovechamos para tomar un reconfortante café en el Refugio Casa de Piedra, un auténtico clásico del montañismo pirenaico que a punto estuvo de ser engullido por la codicia de los años locos de la burbuja inmobiliaria. Por suerte, los montañeros todavía podemos seguir disfrutando de su calor y buen servicio.
Antes de marchar, subimos al mirador de Piedrafita de Jaca, desde donde pudimos maravillarnos con la inmensa panorámica del Macizo de Panticosa, el lugar de donde veníamos. Allí cerramos el capítulo de un día inolvidable en nuestros queridos Pirineos, esos que te conquistan con su belleza extrema, a los que siempre estás deseando volver.

Qué chulo el post, Rai. Un abrazo,
Encantado de que te guste, Joaquín. Otro abrazo.
Qué sitio más bonito y las fotos impresionantes. Me encantaría ir allí. Besos
Un lugar que te deja boquiabierto. Se respira montaña. Besos.