Ordesa es, sin duda, el valle estrella del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido. Miles de visitantes recorren anualmente los numerosos caminos que jalonan este valle glaciar por donde discurre el río Arazas, un río prototípico de alta montaña, que muere en el Ara tras 15 km de bello viaje.

Declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, tiene su fama absolutamente merecida. De hecho, las enormes paredes que encierran esta artesa glaciar ya cautivaron a fotógrafos pioneros de la talla de Lucien Briet, Ricardo Compairé y Francisco de las Heras.

En la actualidad, otras cámaras fotográficas y otras gentes siguen apuntando a los mil y un rincones de este valle, que no ha perdido ni un ápice de su magnetismo. Atraídos por su imán, decidimos descubrir su semblante invernal, donde la nieve y el silencio son los auténticos protagonistas.

Dejamos nuestro coche en la pradera de Ordesa a 1320 msnm bajo un colchón de nubes que ocultaban parcialmente los murallones del Parque Nacional. Aun así, pudimos apreciar con total claridad el aliento de grandeza que exhala Ordesa. Comprendimos que, aun sabiendo que el recorrido no iba a ser muy largo, iba a valer sobradamente la pena.

La nevada comenzó a arreciar en la cascada de Arripas y no tuvimos más remedio que volver sobre nuestros pasos. El camino elegido fue el GR-11 (Pradera de Ordesa – Refugio de Góriz). La senda, completamente cubierta por la nieve, presentaba un aspecto inmejorable con nieve bien compactada por el continuo transitar de senderistas. El murmullo del Arazas, a veces callado por grandes placas de hielo y nieve, fue nuestro más fiel compañero.

Caminamos por un bosque mixto con árboles centenarios que, adormecidos, resistían como buenamente podían las grandes cargas de nieve sobre sus nobles ramas. Su despertar está a la vuelta a la esquina y solo ellos saben el número de implacables inviernos que han soportado.

Nuestra última parada, la cascada de Arripas, presentaba un aspecto glacial, con gran parte del salto de agua congelado. Por momentos, era incluso más audible el precipitar de la nieve que el propio fragor de la cascada.

Ahí finalizó nuestro recorrido, sabedores de que no valía la pena echarle un pulso a la complicada meteorología de esa jornada. Más bien, tuvimos la sensación de que Ordesa nos había regalado unas cuantas horas para recorrer sus parajes de una forma casi íntima, ya que la cobertura de nubes casi perenne solo nos permitió intuir los soberbios contrafuertes de este valle legendario. Antes de marchar, todavía nos dio tiempo a contemplar la gélida estampa de la cascada del Sorrosal en Broto. Seguiré alucinando una y mil veces con la contorsión geológica que ejecutan los materiales en este punto del Pirineo.

Este acercamiento a Ordesa no fue más que una invitación para volver a caminar por sus sendas y bosques, maravillarse con sus cascadas y contemplar la fabulosa visión del circo de Soaso, con sus tres gigantes calizos elevándose hacia el cielo.
* Gracias a Laura por dejarnos incluir sus fotos. ¡Por muchas más caminatas juntos!
Las fotos son preciosas y la forma de describir el paisaje perfecta. Tengo un hijo que además de traductor es también un excelente escritor. Sin ninguna duda.
Me encanta que escribas por aquí. ¡Estás hecho un fenómeno de los ordenadores! 🙂