Disponíamos de poco tiempo, pero teníamos ganas de respirar aire limpio, así que decidimos marchar hacia Anento para conocer su célebre aguallueve, un manantial que serpentea por las concavidades calizas de este curioso rincón húmedo de la geografía del Campo de Daroca.
Anento nos sorprendió mucho y para bien: el núcleo medieval de Anento, situado a los pies de su castillo, es un ejemplo de excelente conservación de un casco urbano pintoresco. Casas remozadas, calles limpias, contrastes de color y patrimonio natural e histórico.

Esta pequeña villa zaragozana, situada a algo más de 900 msnm, ocupa una hondonada en la inmensa meseta que comparten las comarcas del Jiloca y Daroca. El camino que elegimos para patear los alrededores de este caserío fue el que permite recorrer, en algo menos de media jornada, buena parte del patrimonio natural de la localidad.

Partimos desde la parte baja del pueblo en dirección al castillo del siglo XIV, del que solo queda el cerramiento norte en el que se pueden advertir sus diversas etapas constructivas a través de los materiales que presenta (tapial, mampostería y sillería).

Desde esta atalaya, descendemos cómodamente por tramos de escalera y senda hasta confluir en una pista que gira hacia la izquierda y nos conduce, entre antiguos campos de labor, hasta el monumento natural de Anento: su aguallueve. Es un auténtico vergel donde los manantiales de agua fluyen hasta desembocar en una balsa de color verde esmeralda, que da lugar al arroyo de Anento.

La permeabilidad y porosidad de la caliza, unida a la acción tenaz del agua, han favorecido la presencia de curiosas formaciones rocosas en la pared vegetal por donde se precipita el agua hacia la alberca.

En primavera, este rincón debe ser un auténtico paraíso con el reverdecer de los nogales, chopos y alcornoques que crecen al amparo de la humedad y el fluir abundante de las aguas que asegura esta estación del año. Antes de marchar hacia el pueblo por antiguos caminos rurales y rodeados de exuberante vegetación de ribera, subimos a contemplar la panorámica de Anento y de las sierras circundantes desde la atalaya donde se asienta el torreón celtíbero de San Cristóbal.

Unas cuantas hiladas de enormes bloques de esta torre defensiva atestiguan la presencia de civilizaciones prerrománicas en la franja oeste-suroeste de la actual provincia de Zaragoza, dominada antaño por el pueblo celta de los belos, y cuyo partido judicial pudo ser Contrebia Belaisca —a día de hoy, un yacimiento arqueológico en un lamentable estado de conservación—, el poblado celtíbero donde se hallaron los célebres bronces de Botorrita. Una paridera arruinada, adherida a su flanco norte, utiliza los sólidos basamentos de esta torre bimilenaria como muro trasero. Ambas construcciones, concebidas para usos muy dispares, comparten escombros y soledad al borde del precipicio.

Una vez en el cauce del pequeño arroyo, la vuelta se completa pasando por los restos de un antiguo molino harinero que conserva, unos metros más abajo, la balsa donde descansaba el agua que hacía funcionar las muelas. Tras pasar por el peirón de la Virgen del Pilar, giramos hacia la derecha y enfilamos el camino hacia Anento entre campos de labor, desde donde se pueden divisar las cuevas del castillo (¿graneros? ¿refugios?) y la torre de corte militar de la más que interesante iglesia de San Blas. Grandes bandadas de grullas aprovecharon para despedirse de estas tierras y de su querida Laguna de Gallocanta hasta el año que viene.


Anento es una opción muy atractiva para hacer una excursión de media jornada, donde es posible combinar naturaleza y patrimonio de un modo muy accesible. Volveremos en otra ocasión para ampliar más nuestros horizontes por estas tierras desconocidas, que guardan tantos secretos para el caminante.

¡Ojalá yo tuviera 20 ó 30 años menos para poder realizar las excursiones por la naturaleza que vosotros hacéis!
Esta excursión quizá la podrías completar. El camino está muy bien acondicionado, apto para casi todos los públicos.