Cualquiera que haya leído «Memoria de un montañés» estará de acuerdo conmigo en que los parajes, andanzas y anhelos de los últimos habitantes de Escartín se quedan grabados a fuego en la memoria.
Escartín fue un pueblo habitado hasta finales de 1966, cuando los últimos dueños de casa Navarro cerraron un círculo de poblamiento del que se tiene constancia documental desde el año 1100.
Este pueblo, levantado a 1360 msnm y expuesto a todos los vientos, sigue siendo un ejemplo extraordinario de cómo el ser humano consiguió adaptarse al medio natural para sacar de él el máximo provecho posible. Su visita es, sin duda, una sesión magistral de etnografía montañesa al aire libre.
Bien harían las instituciones en proteger esta área conocida como Sobrepuerto de indudable valor natural, patrimonial y, por qué no decirlo, sentimental, para que la naturaleza y el olvido no terminen de borrar definitivamente las huellas que sus habitantes dejaron en este territorio montaraz.

Sus caminos de herradura donde todavía perduran las huellas de los herrajes de las caballerías en las piedras, los formidables muros de contención que retienen la fuerza descomunal de la montaña o las terrazas escalonadas para aprovechamiento agrícola son algunas muestras palpables de cómo los montañeses consiguieron domesticar, en cierta medida, un entorno abiertamente hostil. Y todo ello lo hicieron huérfanos de cualquier tecnología, solo con la fuerza de sus brazos. Simple y llanamente, respeto y admiración por el trabajo colosal de esas gentes.

El camino hacia Escartín por el PR-HU 117 parte desde Bergua, el único pueblo de Sobrepuerto que ha renacido de sus cenizas. Por un sendero de umbría, densamente poblado por musgos y helechos, se llega hasta la confluencia de los barrancos A Glera y A Pera, a las célebres pasarelas que ven nacer al Forcos, tributario del río Ara.


Se sigue por el falso llano de A Insola, donde el barranco de la Glera forma unas bellísimas pozas de tonalidad verde esmeralda. Ahí es cuando el sendero se empina sin remedio hasta llegar al barranco San Clemente, que presentaba un buen caudal y una cascada increíblemente fotogénica.



Al poco rato llegamos al descansador de las Eretas, donde pudimos contemplar algunas inscripciones y grafitis que hablan de las labores cotidianas en la montaña y que se remontan hasta el año 1927. Poco tiempo después, llegamos al Plano Sarrato desde donde se tiene la primera visión impactante de Escartín, ahí encaramado en un altozano en completa soledad.

Cruzamos el cauce seco del barranco Corvera y enlazamos las últimas zetas del camino antes de pisar el pueblo. Pese a que hay algunas bordas recuperadas y los caminos están, en su mayoría, limpios de zarzas, Escartín luce un aspecto cansado: los accesos al pueblo se ven condicionados por la caída completa de muros, los flancos y tejados se desmoronan sin remedio y las casas que hace pocos años aún mostraban en fotos cierta dignidad la están perdiendo a marchas forzadas.


Solo casa Navarro y la iglesia de San Julián conservan prácticamente íntegra su estructura, a pesar de que su estado amenaza ruina inminente. Después de comer con vistas hacia Oturia y Basarán al frente y la Erata y Manchoya atrás, decidimos patear el pueblo para hacernos una idea de la trama urbana original y de las casas y edificios auxiliares que conformaban Escartín.

Imaginamos la vida austera de sus gentes, sus tareas cotidianas y relaciones sociales, la marcha de los primeros habitantes, la incertidumbre que causaría entre los que se quedaron, la implacable dureza del invierno en esos pagos, el despertar de la vida y de sus gentes en primavera, las rachas inclementes de viento que padecerían sus habitantes, las interminables caminatas hacia los principales centros de población del valle, el olor a madera quemada que exhalarían las enormes chamineras, las visitas esporádicas de los antiguos habitantes a los que habían sido sus hogares, la angustia creciente de la cada vez más menguada población ante situaciones de emergencia o el aislamiento absoluto que vivieron los hermanos Antonio y Generosa de casa Navarro cuando todos marcharon.


Nuestras mentes volaron, por unos momentos, a una época y unos modelos de vida extintos. Nada en un pueblo deshabitado se parece a lo de antes: los muros se vencen, los tejados se desploman, los límites se difuminan… Pero el silencio es una sensación original que es posible percibir con claridad, exactamente el mismo que experimentó Escartín cuando Antonio y Generosa, sus últimos habitantes, decidieron atrancar para siempre la puerta de su casa.

Tomamos el camino de vuelta contemplando los bancales y muros de As Cuastas y As Coroniallas. Ellos parecen aguantar mejor la presión ejercida por una naturaleza que no entiende de sentimentalismos. A nuestra partida hacia Bergua, Escartín retomó su diálogo con la naturaleza, a la espera de que algún pastor o caminante desee unirse a la conversación. Sus piedras, muros, dinteles, puertas, corralizas, tejados, chamineras, bordas, balcones, todos ellos, hablan y susurran historias. Solo hay que saber callar y escuchar.

Raimundo si yo estoy orgulloso de tu magnífica forma de escribir, supongo que mucho más lo estarán los descendientes de este precioso pueblo deshabitado.
En realidad, solo me he limitado a expresar la admiración que me produce el trabajo, muchas veces ingrato, de esas gentes que mantuvieron un estilo de vida milenario hasta hace pocas décadas. Y me consta que los descendientes de Escartín están muy orgullosos de sus raíces y las predican a los cuatro vientos.
que bonitos los pueblos de Sobrepuerto… que penica da caminar por los caminos forestales y encontrar estos bellos parajes deshabitados. desde Susin hasta el final del camino pasando por Ainielle también.
Estas zonas que fueron «marginadas» desde los años 60 necesitaron ayuda y nunca se miró hacia ellos, sería maravilloso que poco a poco se rehabilitaran aunque es una tarea algo compleja en algunos casos.
un saludo
Hola, Lorena:
Coincido contigo en que los pueblos de Sobrepuerto están ubicados en parajes de lo más bellos, naturaleza en estado puro. Y sí, el régimen franquista no movió ni un solo dedo para fijar la población de estos lugares de montaña, ya que en pleno siglo XX seguían viviendo prácticamente como se vivía en la Edad Media. Pero eso ya es pasado…
Aun así, es muy esperanzador que los antiguos habitantes y descendientes de pueblos de Sobrepuerto se hayan unido en su mayoría y no hayan olvidado sus raíces. Hay muchas personas (y no necesariamente descendientes de Sobrepuerto) que sentimos la pérdida de estos parajes como si fueran nuestros. Así que lo único que nos queda es hacernos escuchar para que se declare esa zona, de una vez por todas, Paisaje Protegido.
Aquí está la petición en Change para que la suscriba cualquiera que sienta que la huella que dejaron los habitantes de Sobrepuerto en esas montañas no debe desaparecer:
https://www.change.org/p/diputacion-general-de-aragon-creacion-del-paisaje-protegido-de-santa-orosia-y-sobrepuerto