Sasa de Sobrepuerto es otro despoblado más de esta pequeña comarca llamada Sobrepuerto. Situada a 1230 msnm, a los pies del monte de Santa Marina, Sasa se debate entre el abandono y la conservación. Fueron nueve casas las que conformaron este pueblo y solo una presenta un buen estado de conservación (casa Ramón).
Casa Mingué conserva su estructura, entre lo civil y lo militar, pero el tejado, el espacio por donde se cuela el desamparo, está a punto de colapsar. La iglesia de Santa María de Sasa, románica de origen y arruinada actualmente, no hubo forma de visitarla, ya que me topé con todos los accesos posibles cegados, bien por la propia ruina de los edificios colindantes, bien por algunos zarzales de lo más punzantes.

Es una excursión de unos 10 km que bien se puede completar en una mañana. Yo la hice en solitario y solo me acompañaron el trino alegre de los pájaros, el zumbido de las abejas en las flores recién abiertas de los erizones, un zorro despistado y un jabalí con muy malas pulgas. La salida desde Bergua no tiene el más mínimo misterio, ya que simplemente hay que dejarse guiar por las marcas blanquiamarillas del PR-HU 3 hacia Sasa, el mismo que guía nuestros pasos hacia Cillas y Cortillas.


Recomiendo transitar por el camino primitivo de Bergua a Sasa, el que discurre entre bancales abandonados y muros de piedra seca colonizados por hordas de musgos y helechos. La vuelta se podrá realizar, para mayor tranquilidad, por la pista que discurre por el barranco de la Lata. Como digo, el camino antiguo es una auténtica delicia, ya que no solo nos permite observar los vestigios del trabajo faraónico de los antiguos habitantes del lugar, sino también disfrutar de una sombra muy agradecida en los meses de calor más riguroso.

Se tendrán que vadear dos barrancos, ambos tributarios del barranco de la Pera: el primero de ellos, el barranco Oscuro, presentaba un caudal muy mermado, casi imperceptible; el segundo, el barranco de la Lata, lucía un mejor aspecto, aunque algo menguado. Y es que, en esas fechas, la sequía que padecía la montaña aragonesa era realmente excepcional. Una vez cruzada la Lata, el camino se empina y se intuye la presencia de Sasa a través de muros de gran altura (con qué mimo y precisión levantaban los antiguos lugareños estos muros).


Unos cuantos pasos más y estaremos a las puertas de Sasa que nos recibe con unos cuantos robles centenarios de ramas retorcidas y noble porte antes de llegar al altiplano donde se asienta. La población se articula en torno a dos plazas, la baja y la alta, y una sola calle, la de San Marcos. A las ya mencionadas casas Mingué y Ramón, se unen una serie de pozos, más o menos visibles, en el propio recorrido S-N por Sasa. Destaca sobremanera que no hubiera fuentes en este caserío, sino que se abastecieran gracias a una compleja red de pozos que atesoraban las aguas pluviales. No es difícil imaginar el estricto racionamiento del líquido elemento en cualquier época del año, especialmente en los meses de sequía.


Las piedras amontonadas del lavadero dan paso a la ruina más absoluta en el flanco derecho de la calle San Marcos: las casas Lardiés, Calliza y Liborio acogen sus propios restos, moribundas. De casa Lardiés destaca su arco de entrada recordando tiempo mejores, de casa Liborio sus voluptuosos muros y un balcón que, en actitud casi heroica, se resiste a caer. El flanco izquierdo de la calle no presenta un aspecto mucho mejor: casa Artero exhibe una lenta agonía propiciada por décadas de abandono y la curvatura de sus techumbres indican que el desmoronamiento es inminente. Su escudo, símbolo de prestancia en otros tiempos, apenas se distingue entre tanta maleza y ortigas.


Como un navío solitario resiste el pozo de casa Constantina en plena calle San Marcos. Su aspecto no es el mejor, pero sí ha logrado salvarse del desastre que asola su casa matriz, Constantina, a la que abasteció durante tantos años. La herrería, anexa a la casa Constantina, dejó de producir útiles y herramientas hace muchísimas décadas. En la Plaza Alta, solo la elegancia de casa Ramón consigue calmar algo el desasosiego que producen las casas Juan Domingo y Acín, reducidas a unas simples montoneras de piedras y escombros.


Si a Ramón Allué y a Sebastiana Palacio, dueños de una de las cabañas ganaderas más importantes de Sobrepuerto, les hubiesen dicho a finales del siglo XIX que la casa donde fabricaban con sello propio y con tanto mimo algunos de los mejores quesos de Sobrepuerto iba a convertirse en lo que es actualmente, casi seguro, que habrían mandado a paseo al iluminado informante. Los restos del alumbrado eléctrico que aún se dejan ver en la mayoría de casas son una macabra burla en un pueblo que nunca contó con unos accesos dignos. De nada sirvió que los habitantes de Sasa tuvieran luz en la década de los 60. La luz se había apagado bastante antes en muchos pueblos de esta comarca.

Muchos habitantes de Sasa abandonaron el barco antes de la Guerra Civil, otros como los de Acín, Mingué, Ramón y Liborio resistieron hasta bien entrada la década de los 60. Desde 1966 nadie reside allí de forma permanente, pero el amor por Sasa sigue vivo en algunos descendientes del pueblo. Recogí mis bártulos y emprendí el camino de vuelta hacia Bergua. La excursión se puede ampliar visitando la pardina de Fenés, a unos 2 kilómetros de Sasa. Silencio a la ida y silencio a la vuelta, nadie excepto mi presencia y una naturaleza apabullante.

Ruta completada:
Fuente de consulta:
Guía de Sobrepuerto, VV.AA., editada por la Asociación O Zoque
Mi querida Madre nació en Casa Liborio. Dios la bendiga y la tenga en su GLORIA. Yo he pasado temporadas en Sasa en la década de los cincuenta.
Un recuerdo para tu madre. Gracias por comentar, Juan Antonio.
Mil gracias por este artículo tan detallado. Nos ha servido para llegar hasta Sasa e identificar la casa donde vivió mi tatarabuela, Casa Artero. Nos ha hecho mucha ilusión.
Y a mí me hace mucha ilusión que te hayas pasado por aquí para contárnoslo. ¡Gracias a ti!