La ruta hacia los ibones de Anayet se puede completar desde diferentes senderos, pero nosotros elegimos la que parte desde el Corral de las Mulas y que se inicia desde la misma carretera a unos pocos kilómetros de la frontera francesa por el paso del Portalet.
Es una ruta bastante transitada, pero eso no desmerece, en absoluto, el espectáculo natural que se abre ante nuestros ojos. Es un auténtico clásico y, solo por ello, vale la pena calzarse las botas.

Visitar esta zona supone comprender su importancia y singularidad dentro del catálogo de parajes naturales de Aragón: sus valles colgados, su morfología glaciar, su pasado volcánico compartido con su hermano francés, el Midi d’Ossau, su extensa red hidrográfica o su amplio catálogo de endemismos son razones de peso para conservar su entorno.


Que este territorio siga sin contar con una figura de protección real (Parque Natural del Anayet), largamente demandada, supone que la temida maquinaria especulativa pueda extender sus tentáculos hacia determinadas áreas de montaña, como la Canal Roya, que todavía gozan de un excelente estado de conservación natural. Existe un manifiesto en Change.org al que se puede adherir todo aquel que se sienta identificado con esta causa.


El sendero no tiene ninguna complicación, ya que es tan simple como seguir las marcas blanquirrojas del GR-11 que transitan junto al barranco de Culivillas, una de las canales de desagüe de los ibones de Anayet. La subida discurre a través de una serie de escalones naturales, pues se intercalan tramos de ascenso con partes de escasa pendiente hasta afrontar la subida final más exigente a los llanos de Anayet. El rumor de las aguas del barranco es constante y, en épocas cálidas, es un gran alivio su presencia.

La llegada a la altiplanicie de los ibones de Anayet, a algo más de 2200 msnm, constituye, toda ella, una verdadera foto de postal, de aquellas que aparecen en los almanaques de principios del siglo XX y estás deseando contemplar por ti mismo en pleno siglo XXI. Diría que es casi una foto sentimental para los que nos sentimos parte de los Pirineos. Mirar hacia las verdes turberas primaverales de Anayet, húmedas, limosas y llenas de vida, acompañadas de un fiel guardián como el Pico Anayet y un lugarteniente en la distancia como el Midi d’Ossau es, sin duda, una sensación difícil de olvidar.


El Anayet y el Midi d’Ossau, hermanos pétreos de distinta nacionalidad, no forman parte de la nómina de tresmiles del Pirineo, pero su pasado volcánico los convierte en un binomio indisoluble. Forman parte de la historia geológica más violenta del Pirineo, cuando había ríos de magma que recorrían sus laderas y abrasaban todo lo que encontraban a su paso. Ahora, las andesitas y las areniscas rojas que aparecen por doquier son testigos mudos de un periodo de vulcanismo vehemente, de una era extinta que forjó la maravilla natural que hoy podemos admirar.

El puntiagudo pico Anayet, de 2574 msnm, es lo que queda de un volcán despedazado, del que solo podemos apreciar su chimenea que, petrificada, nos recuerda que, en otros tiempos, su corazón magmático latía con fuerza. Los ibones, compañeros de viaje posteriores, son el recuerdo de una época glaciar más reciente, donde el hielo modeló los valles que drenan actualmente las cuencas de los ríos Gállego y Aragón, dos de los afluentes más importantes del Ebro.

Tumbarse a descansar en esta vieja caldera volcánica, donde los prados alpinos y el agua son los dueños y señores del terreno, es casi obligatorio para poder digerir mejor la grandiosidad del lugar. Opcional y muy recomendable es subir unos 300 metros más y alcanzar el vértice (más sencillo) o el pico (algo más complicado) de Anayet.

Asomarse al precipicio por el que se descuelgan las aguas del altiplano de Anayet hacia la Rinconada te hace sentir tremendamente minúsculo. La Canal Roya es hermosa, toda ella: los círculos y túmulos megalíticos que se asientan en la Rinconada están ahí para recordarnos que nuestros antepasados sacralizaron esta zona y la consideraron el lugar perfecto para honrar a sus muertos; la extraordinaria red de arroyos de agua cristalina que drena la cabecera del valle de Canal Roya constituye el sistema vascular de una montaña generosa.

Tomar el camino de descenso supuso rememorar por qué nos gustan tanto los Pirineos, por qué la consideramos una cordillera hermosa con la que tanto nos identificamos. Volveremos a este rincón mágico, probablemente recorriendo las entrañas de la Canal Roya. Estamos seguros de que no nos defraudará y esperamos encontrarla sin mancillar, inmaculada, tal y como es, no como pretenden algunos que sea.
Ruta completada: