Ahora que vivimos en el Bajo Huerva, cerca de la capital zaragozana, ya iba siendo hora de que conociéramos los rincones por donde nuestro río da sus primeros pasos. Ya estuvimos en esta zona en 2013 recorriendo el nacimiento del Huerva, pero este blog todavía no se había materializado siquiera en idea.
Nuestro destino de hoy era un pueblo con nombre de mujer, Bea, ubicado en la Comarca del Jiloca, a más de 1100 msnm, entre las sierras de Oriche y la Pelarda. Son 28 habitantes los que censa en 2014, pero este pequeño núcleo nunca ha superado los 200 habitantes (llegó a censar en 1950 un máximo de 196).

La denominada por los beanos como «La ruta botánica de Bea» era nuestra elección de hoy, una caminata perfecta de media jornada. De dificultad nula y de gran recompensa, este recorrido está más que bien señalizado e interpretado y te permite contemplar un extenso melojar (Quercus pyrenaica) en excelente estado de conservación.

La práctica ausencia de antropización y el abandono de prácticas forestales tradicionales han favorecido el incremento notable de la masa forestal del municipio de Bea, el cual, inteligentemente, ha decidido mirar hacia su montaña y sus árboles y revalorizar unos senderos que, en su momento, fueron utilizados por los habitantes de Bea para acudir a otras poblaciones colindantes, en la época donde las comunicaciones se limitaban a caminos pedestres de montaña.

El otoño ya ha llegado a Aragón y Bea no iba a ser una excepción. A nuestro paso, el melojar de Bea todavía lucía una tonalidad amarillenta que, pronto, se tornará en el característico matiz marrón que dará paso al crudo invierno turolense. La mañana se presentaba brumosa, cargada de humedad, pero con viento en calma. Solo había que esperar a que el sol comenzara a deshacer las hebras de niebla que lo cubrían todo el horizonte. La primera parte del recorrido transcurre por terrenos básicos, de escasa acidez, donde aparecen algunas especies como las sabinas y las encinas.

No se tarda demasiado en llegar a los dominios del roble melojo, ese árbol de ramaje atormentado que necesita suelos ácidos para prosperar. La primera sorpresa no se iba hacer esperar ya que, entre las mayoritarias tonalidades ambarinas de los melojos, aparecía ante nosotros una bicentenaria carrasca (Quercus rotundifolia) a la que los beanos conocen cariñosamente como «la abuela de Bea». Bajo el cobijo de esta venerable anciana tomamos nuestro almuerzo mientras pensábamos en las muchas batallitas que tendrá que contar esta señorita. Sus 4,5 metros de diámetro de tronco, más de 9 metros de altura y 10 metros de anchura de copa dan fe de su noble porte.

Esta abuela, en un ejercicio maravilloso de supervivencia, ha dejado morir la parte central de su tronco para, de este modo, permitir que la savia se abra paso a su alrededor. Un sacrificio inteligente, una acción generosa que alivia el peso de su tronco y la mantiene con vida después de tantísimos años de existencia. ¡Cuánto nos queda todavía por aprender de la naturaleza! Reanudamos la marcha y llegamos a un punto en que la pista se transforma en un sendero con tramos más que interesantes entre el melojar. Nos sentimos un poco como jabalíes o tejones en esas estrechas sendas, caminando entre alfombras de hojas secas y bajo una iluminación tamizada y tenue.


Casi sin darnos cuenta, llegamos a un mirador colgado sobre unos cantiles de caliza donde se aprecia perfectamente el valle que abre el recién nacido Huerva y la localización segura de Bea sobre los chevrons de la Sierra de Oriche («chebrón» en heráldica o «espiga» en tejidos, traducido al español) que forman unas curiosas estructuras geológicas de configuración triangular.


Seguimos descendiendo hasta llegar a las inmediaciones de un campo de labor donde una paleta nos indica que la carrasca de Bea está a tiro de piedra. Este ejemplar es de similares dimensiones al de la Abuela de Bea, aunque menos achaparrado y con un porte más estilizado. El bosque comienza a menguar y empiezan a aparecer los campos dispuestos para la siembra que, en otras estaciones, estarán pintados de verde cereal.

Una paleta bidireccional nos indica el camino de vuelta a Bea. La otra dirección conduce a Piedrahita, un barrio de Loscos que ya visitamos en 2013 y que nos marcó por su profunda soledad. Habrá muchos, pero para mí, es uno de los máximos exponentes de la cruel despoblación que padece Teruel. Aquí, de parte de una señora mayor, escuché una de las frases más demoledoras sobre el desarraigo que sienten estos olvidados: afirmó no sentirse de ningún sitio, de ninguna bandera, que allí la tenían olvidada y que allí se quedaría, pese a todo. Un hilo invisible la ataba a la tierra que la vio nacer y, si nada pasaba, allí descansaría para siempre.

No se me ha olvidado la amabilidad con la que un paisano nos abrió el local social de Piedrahita para darnos algunos folletos turísticos de la comarca y de la aldea y enseñarnos, con gran alegría, algunos ramilletes de té de montaña bien ordenados en una mesita de madera. Estas gentes merecen algo mejor, mucho mejor.

Ya de vuelta a Bea, visitamos su sabina más conocida, un maravilloso ejemplar que, como un barco varado, resiste entre hectáreas y hectáreas de campos labrados. Al ver este árbol indultado me acordé de su hermana, la sabina de Villamayor, otra que no rebla en medio de las estepas zaragozanas.

Antes de marcharnos, el beano con el que nos encontramos al aparcar el coche nos preguntó si lo habíamos pasado bien (¡claro que sí!). Al poco, apareció una mujer que, con una sonrisa perenne, nos invitó a participar el próximo junio en la andada popular que recorre los senderos de la Ruta Botánica de Bea. Nos comentó que allí la primavera estalla, que los inviernos tan duros propician una primavera tardía pero llena de color. De hecho, a esta zona la conocen algunos naturalistas como el «Pirineo de Teruel» por la cantidad de orquídeas, prímulas, hepáticas y fresas silvestres que aparecen cuando el sol decide desperezarse de su letargo invernal. Como he dicho antes, esta gente y estas tierras merecen más, mucho más.

Ruta completada:
Fuente consultada:
Campo Betés, Joaquín. Bea, en: Xiloca 40, 2012, págs. 221-232.
Otro post precioso sobre una ruta chulísima, como todos los que publicáis. ¡Genial!
Joaquín, es una ruta preciosa y muy asequible para hacer en media jornada. La Comarca del Jiloca tiene algo muy especial y tenemos suerte de tenerla más cerca ahora.