Hay montañas privilegiadas que se levantan en lugares privilegiados. Es el caso del Pico Pacino, que se sitúa en la margen derecha de un recién nacido río Gállego. Esta corta excursión podría definirse perfectamente a través de las fotografías de los paisajes que vamos a contemplar durante el recorrido.

Especialmente bello tiene que ser el sendero en plena primavera con la explosión de vida del valle, las orquídeas tiñendo de color los verdes prados y con el renacimiento de arroyos sepultados durante meses por las nieves. Igualmente bello debe ser el inicio del otoño cuando los hayedos y los bosques mixtos se transforman en un perfecto cuadro impresionista.

Nosotros realizamos esta ruta con un monte que se prepara para los primeros fríos, las primeras nieves que ya han caído, con unos pastos y unos horizontes que comienzan a mancharse de ocre, con unos árboles que han decidido dormitar hasta el próximo equinoccio y solo con algunos valientes, como el álamo temblón o tremoleta en aragonés, que se resisten a desprenderse de sus últimos regalos dorados en forma de hoja trémula.

El Pacino es la montaña de los sallentinos junto a la Peña Foratata. Sus 1965 msnm permiten admirar el Valle de Tena desde el congosto de Santa Elena en Biescas hasta el Portalet, la frontera francesa. Nada más y menos que 24 km separan ambos puntos, lo que permite contemplar unas inmensas panorámicas desde esta atalaya privilegiada del Alto Gállego. El recorrido hasta la cima es más que cómodo, divertido y solo la parte final, más empinada, nos hará subir las pulsaciones.
Unas cuantas horas serán suficientes para subir y bajar del Pacino, es más, los aficionados a correr por la montaña encontrarán en los senderos de bajada una excusa perfecta para desgastar las suelas de sus zapatillas. Nosotros fuimos sin prisa, con la intención de comer en la cumbre y bajarnos para tomar el café en Sallent.

La pista de acceso al Pacino está unos centenares de metros más arriba de la entrada a Sallent, en dirección a Francia. Desde allí, los primeros metros transcurren por la mencionada pista entre corrales para el ganado delimitados por pequeños muros de piedra seca.
El primer hayedo de la jornada, conocido como la Selva de Sallent, apareció ante nosotros despojado de su cubierta primaveral. Lo recorrimos pisando una moqueta marrón de hojas muertas, que durante el invierno la nieve se encargará de cubrir pesadamente. Después de unos cuantos zizgagueos bajo la fantasía del hayedo, llegamos a un rincón donde medran algunas manchas de pinos negros (Pinus uncinata), con ramas retorcidas por el viento y el peso de las nieves invernales.

Me provocan ternura estos árboles, tan achaparrados, tan batidos por los vientos y cargados por las nieves y, a su vez, tan solitarios. Su porte acurrucado y sus ramas ganchudas (de ahí el nombre específico uncinatus) me recuerdan a ese pastor de antaño que se cobijaba durante la tormenta bajo las varillas protectoras de su bateaguas (paraguas), ambos, pastores y árboles, curtidos por los avatares del tiempo, pero con la suficiente fuerza para soportar los antojos de un clima hostil.

Poco tiempo después, se llega a un segundo hayedo por el que se pasa fugazmente y se sale a un terreno completamente despojado de árboles. Se impone el pasto alpino. Las vistas comienzan a ser espectaculares, pero nada comparado con lo que todavía está por llegar.



El sendero, fantásticamente bien trazado, comienza a elevarse entre curvas continuas hasta llegar al Collado de Pacino, desde donde nos quedamos sobrecogidos por la panorámica hacia la bella Sierra de la Partacua y el embalse de Escarra, que remansa las aguas del río del mismo nombre y que termina desaguando en el Gállego en la población de Escarrilla.


Solo nos quedaba subir por el tramo empinado de roquedal hasta la cima del Pacino, que nos esperaba con unas rachas de viento que helaban hasta las pestañas. No obstante, no íbamos a amedrentarnos y decidimos quedarnos un buen rato contemplando una visión de 360 grados inolvidable. La inmensidad te hace sentir minúsculo.


Si por algo destacan las grandes montañas como los Pirineos es por la majestuosidad de sus horizontes. Quizá valdría la pena que los narcisistas empedernidos, los encantados de haberse conocido, los arribistas y egoístas de corazón, tan tristemente abundantes en nuestra sociedad, subieran a estos lugares, sin necesidad de pisar a nadie excepto el terreno que recorren, para sentirse pequeñitos, un pelín más humanos.


Partacua, Anayet, Portalet, Midi d’Ossau, Arriel, Balaitús, Infiernos, Argualas, Tendeñera, grandes hitos a vista de pájaro, un lugar el Pacino para recrearse con la mirada, un balcón para sentirse parte del paisaje.



Ruta completada: