Huesca

San Martín de la Val d’Onsera, la ermita indómita

San Martín de la Val de Onsera sale en todas las guías excursionistas. Ninguna tiene la osadía de obviar esta ruta. Todas ellas alaban este recóndito lugar de la Sierra de Guara. Con estos ingredientes, ¿cómo resistirse?

El día era algo incierto, con un cielo cerrado pero con nubes poco amenazantes que dejaban entrever una tibia luz invernal. Los primeros pasos se dan por una pista arcillosa que desciende hasta el lecho pedregoso del barranco de San Martín. Sus bolos redondeados no llegan a molestar porque están bastante bien compactados en un suelo bien aplanado. Las paredes de conglomerado que nos rodean están moldeadas bajo el firme pero dulce cincel del agua. Sus concavidades y convexidades curvas, extremadamente lisas y de aspecto pulido son una auténtica delicia al tacto y a la vista. ¡Con qué mimo y paciencia trabaja el agua!

Primeros pasos hacia el barranco de San Martín
Primeros pasos hacia el barranco de San Martín

Mientras caminábamos algunos ejemplares de buitres leonados sobrevolaban nuestras cabezas con ese aire de suficiencia tan típico de estas aves carroñeras. Y nosotros tan felices en las entrañas de un barranco prácticamente llano, amable, donde todavía penetraba la luz del sol. Todo empezó a cambiar cuando tomamos el camino que remonta el recorrido de un afluente, también seco, del barranco de San Martín. Aquí la luz es prácticamente un decorado, pues la vegetación selvática se adueña de la senda. Las aves posadas en las ramas de los árboles salían despavoridas a nuestro paso. En este tramo, la sensación de estar vigilado por la fauna del lugar era constante.

El lecho rocoso del barranco
Lecho rocoso del barranco

Conviene mantener los ojos bien abiertos, pues poco tiene que ver este tramo con el cauce apacible del barranco madre. Las paredes comienzan a estrecharse y a gotear con insistencia, la humedad se incrementa paulatinamente y el agua aparece tímidamente en la denominada fuente de la Puerta del Cierzo. Los paredones extraplomados de esta puerta, por donde se debe colar ese ventarrón llamado cierzo, son la antesala de un tramo interesantísimo de esta ruta.

Vegetación típica de los nacimientos de agua: es la fuente de la Puerta del Cierzo
Vegetación típica de los nacimientos de agua: es la fuente de la Puerta del Cierzo

Las vías de escalada son una constante en este punto del recorrido. Ante nuestra mirada atónita, una intrépida ardilla escaló sin cuerda ni mosquetones los inmensos murallones hasta que la perdimos de vista. Cuántos escaladores querrían tener su pericia…

La imponente Puerta del Cierzo
La imponente Puerta del Cierzo

Por puro azar, nos topamos con el presentador de Chino Chano, para el que no lo conozca, el programa senderista de la televisión autonómica de Aragón, del que somos unos fieles seguidores. ¡Qué alegría y qué pequeñico que es el mundo! Poco tardamos en llegar a un abrigo pastoril de lo más rudimentario cuya roca ennegrecida y carbonizada es el fiel reflejo de que los pastores lo han utilizado desde tiempo inmemorial como refugio y lugar de descanso. Esta modesta guarida, al lado de un curso de agua como mandan los cánones de los primeros asentamientos del Neolítico, vio cómo sus primeros pobladores, quizá también pastores, ya se servían de ella hace miles de años.

Las paredes sudan
Las paredes sudan

Algunos metros más adelante, una inscripción en la roca nos recuerda el fallecimiento de un joven vecino de Barluenga, allá por el año 1843, al desprenderse la roca a la que estaba aferrado. El mensaje tiene su miga porque no solo nos pide que tengamos un recuerdo para el difunto, sino que, sin pretenderlo, nos recuerda la naturaleza inestable de la roca metamórfica de este enclave.

Las pedreras de la otra cara de la montaña
Las pedreras de la otra cara de la montaña

Poco metros más adelante, y por si lo habíamos olvidado, escuchamos el ruido sordo que producían unas piedras al desprenderse de la ladera de enfrente, dominadas por los canchales. Lección bien aprendida. Llegamos al momento en el que hay que decidir si ascender por el Paso de la Viñeta o la Senda de los Burros, recientemente recuperada. Debido a la humedad reinante y a que desconocemos el terreno, decidimos tomar la senda por donde transitaban antaño los borricos. El camino se retuerce una y otra vez, pero no presenta ninguna dificultad. El carrascal se adueña completamente de la senda, mientras que los bojes, las sabinas y los enebros comienzan a perder protagonismo.

Tramos selváticos muy umbríos
Tramos selváticos muy umbríos
Territorio de la carrasca
Territorio de la carrasca

Y casi sin darnos cuenta, felices y contentos, nos presentamos en el collado de San Salvador, el punto más elevado de la ruta, donde, lo que son las cosas, se nos pone a llover. ¡Pero si no nos queda nada para llegar a la ermita! Decidimos bajar de nuevo al lecho del barranco de San Martín, ya que la lluvia es bastante ligera y apenas nos queda media hora hasta alcanzar el punto culminante de la ruta.

A punto de alcanzar el collado de San Salvador; el día empieza a ponerse feo
A punto de alcanzar el collado de San Salvador; el día empieza a ponerse feo

Las sirgas colocadas estratégicamente en la roca nos ayudaron a bajar con mucha más confianza por el terreno resbaladizo. Nuestro calzado también contribuyó a aumentar mucho la seguridad en el agarre. Cualquier sensación de inseguridad habría sido motivo suficiente para darnos la vuelta. En la montaña, poca broma. ¡Bien! Hemos bajado y tenemos a tiro de piedra la ermita. Subir será mucho más sencillo.

Ermita de San Martín de la Val de Onsera acodada a la roca
Ermita de San Martín de la Val de Onsera acodada a la roca

Y allí, solitaria, muda, escondida, se encuentra la inverosímil ermita de San Martín de la Val d’Onsera, un lugar asociado al mito de la fecundidad, un floreciente monasterio en la Alta Edad Media, el rincón que acogió las oraciones de San Úrbez, el patrón de los montañeses, en el siglo VIII. Hasta allí fueron reyes y nobles, profundamente católicos, a pedir que su estirpe no se marchitara. La iglesia intentó acallar las voces paganas que brotaban de este rincón mágico con la construcción de un monasterio advocado a San Martín de Tours, precisamente un santo francés que vivió en el siglo IV y que se caracterizó por su lucha contra la heterodoxia y la idolatría desde las cuevas donde halló descanso. Desde luego, no es fruto de la casualidad.

Desde el recinto de la ermita se ve el mechón de agua caer
Desde el recinto de la ermita se ve un mechón de agua caer

El origen del nombre «Val d’Onsera» da lugar a varias interpretaciones. Allí, un panel apunta hacia la leyenda del home grandizo, un gigante de estas montañas que siempre iba acompañado de un gran oso y era el encargado de proteger la virginidad de las jóvenes del lugar. Algo más pedestre es la segunda interpretación que alude a la antaño numerosa presencia de poblaciones de oso en este rincón de la Sierra de Guara. De hecho, se sabe que el plantígrado pirenaico habitó el Prepirineo exterior hasta finales del siglo XVII.

En este ombligo de la sierra se inserta San Martín
En este ombligo de la sierra se ubica la remota ermita de San Martín

El circo sobre el que se asienta la ermita es sobrecogedor. Un fino hilo de agua se precipitaba desde las alturas añadiendo todavía más misticismo a la estampa. Nada allí es casual. No me extraña que los primeros pobladores de estas montañas, mucho antes de la llegada del cristianismo, mitificaran este recoveco de Guara. El agua, elemento omnipresente en estos lugares de culto, brota de las entrañas de la roca en el mismo recinto sagrado de San Martín; postales similares se pueden ver en San Adrián de Sasabe con el río Lubierre o en Santa María de Iguácel con el Ijuez. Las fuerzas telúricas, los centros de poder y energía como medios para acercarse a la divinidad.

El reino de la piedra sobre San Martín
Contundentes moles de piedra sobre San Martín

No tenemos mucho tiempo para deleitarnos; tras comer dentro de la ermita rupestre en unos tablones que los romeros disponen el último domingo de mayo para reunirse en torno a San Martín, decidimos marchar. El tiempo no se apiada de nosotros, pues la lluvia vuelve a hacer acto de presencia y las nubes bajas nos niegan unas vistas que deben ser fantásticas en días despejados. Los únicos sonidos que nos acompañan son el tañido de las gotas de agua al caer y los sonidos inquietantes, como de hastío, de los buitres, amplificados por la reverberación de los lienzos de piedra que nos circundan.  La luz plomiza y, en ocasiones, la falta de luz tampoco ayuda a conseguir las mejores fotos. ¡Vaya tiempo!

Todo bajo el influjo de la bruma
Nada escapa ya a la lluvia

Ascendemos sin mayor dificultad hasta San Salvador, nos ajustamos el chubasquero, última mirada hacia el brumoso pico de Matapaños y reemprendemos el camino de vuelta. Prometemos volver porque nos ha sabido a poco. El tiempo ha jugado en nuestra contra, incluso la gran colonia de buitres leonados ha decidido quedarse en sus buitreras a la espera de que cesaran las lluvias. Nos quedamos sin ver su vuelo, junto con el de los quebrantahuesos y alimoches que también anidan por estos lares. Otro día, seguramente en primavera, volveremos para exprimir al máximo este lugar que no es solo naturaleza, sino un canto a la espiritualidad y al recogimiento.

¡Hasta más ver, San Martín!
¡Hasta otra, San Martín!

Ruta completada:

Ruta a San Martín de la Val d’Onsera: recorrido de algo más de 13 km; en condiciones normales (ausencia de humedad, lluvia o nieve), se recomienda hacer la ida por la Viñeta (abstenerse personas con baja condición física o que padezcan de vértigo) y la vuelta por la Senda de los Burros.

Fuente consultada:

SATUÉ OLIVÁN, Enrique: El Pirineo contado (2ª edición). Colección: Temas aragoneses. Edita Prames. Zaragoza, 2014.

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