Cuántas cosas pasan desapercibidas por no hacer un alto en el camino y dedicar un buen rato a conocerlas. Eso es lo que nos solía pasar cuando cruzábamos el primer túnel de Monrepós y dejábamos atrás Arguis y su particular anfiteatro de montañas. Antes de cruzar este túnel sabía que, allí arriba, nacía el Flumen, el río que parte en dos el Salto de Roldán. Este curso fluvial nace en un paraje muy cautivador de la Sierra de Bonés, donde el hombre ha sabido aprovechar desde muy antiguo los recursos que ofrece su cabecera.

Desemboca más abajo de la población de Albalatillo, en plenos Monegros oscenses, después de recorrer 129 km desde su cabecera situada en el confín norte de la Hoya de Huesca. El paisaje de Bonés linda con las tierras sureñas del Alto Gállego, que se materializan en la vecina Sierra de Javierre y cuyas aguas alimentan a un modesto pero limpio río llamado Matriz (Mangueta para los lugareños), que muere en el Gállego tierras abajo de Caldearenas tras completar un recorrido de apenas 10 km. El vallecillo del Matriz lo tenemos marcado en rojo.
Las grandes comunicaciones conducen inevitablemente a destinos turísticos contemporáneos, acercan la montaña al Homo urbanus, pero fomentan el olvido de otros rincones que hace relativamente poco gozaban de vida y trasiego. Nosotros no queremos olvidarnos de los valles de Nocito, de la Garona, del Guarga o del Matriz mientras sigan existiendo senderos y lugares por descubrir.

Los escasos y viejos habitantes de estos valles recónditos se preguntarán qué busca en su tierra esa gente vestida con botas de montaña, cortavientos y bastones metálicos. Así me lo hizo saber el pastor que cuidaba a su ganado en el monte de Escartín. «¿Qué haces por aquí, mozé?» fue su pregunta algo desconfiada, pero sus ojos decían que se alegraba de verme.
El inicio del sendero se sitúa en la antigua carretera de Francia, en el punto kilométrico 1,3 en cuya cuneta izquierda se puede ver un poste de madera que indica la subida a Bonés. En esta vertiente de solana se fusiona el boj con el quejigo, formando ese binomio indisoluble de los valles prepirenaicos. El barranco de Fondanito, descolgado de las alturas de la cara sur de Bonés, bajaba con alegría después de las últimas lluvias. La gran amplitud de la calzada y la presencia de empedrado en algunos puntos del camino revelan la importancia que tuvieron estas vías pecuarias que durante tantos siglos contemplaron el trasiego del ganado pirenaico hasta las llanuras de tierra baja.

No se tarda mucho en llegar al collado de Bonés remontando las zetas a través de la huella dejada por el gasoducto Isín-Zaragoza. El estruendo algo incómodo de vehículos que suben y bajan de Monrepós enmudece al cambiar la orientación del sendero: nuestra mirada se dirige hacia el norte en dirección a la Sierra de Javierre y las cumbres de resplandecientes nieves de los Pirineos. El repentino silencio viene acompañado de la presencia constante de erizón que, por suerte, se sortea sin problemas. El abandono del pastoreo favorece la expansión imparable de esta pinchuda leguminosa, primer síntoma de que el bosque ha decidido recuperar lo que le pertenece, señal de que la vida se reinicia una y otra vez.

La visión de la cabecera del Flumen no pudo ser mejor, pues no esperábamos encontrar una cubeta de tales características, donde la huella pertinaz del hombre se da la mano con las constantes ansias de expansión de la naturaleza. Caminamos por un umbrío y fresco bosque salpicado de hayas, algunas de tamaño imponente.

Ya sabemos que las hayas son voraces, no quieren competencia y pudimos comprobarlo en algunos tramos donde la presencia del pino silvestre era casi anecdótica. Con las prímulas y hepáticas que medraban en el sotobosque nos dimos por enterados de que la primavera pide paso. Los inviernos cada vez son menos fieros, qué duda cabe.


Se llega a una pista que indica que A Malena está bien cerca, de hecho se puede contemplar a simple vista. A Malena es el topónimo tradicional para referirse a la ermita de la Magdalena, asentada en un pequeño montículo y rodeada por las aguas claras del Flumen. Poco se sabe de esta ermita, que ya no es tal. Se dice que data de los siglos XVI y XVIII (una fechas algo imprecisas, desde luego) y poco más.

Hasta hace bien poco ha servido de refugio para pastores y senderistas, ahora ni eso. Un cartel colocado en la puerta por el Ayuntamiento de Arguis anuncia el peligro de derrumbamiento de la cubierta, mientras que una cadena bloquea el paso a una estancia donde todavía se dejan ver alguna mesa y utensilios varios. Algunos boquetes de considerable tamaño en la cubierta de losas hacen presagiar un más que inminente desplome.

Los muros de esta construcción parecen sólidos, por lo que parece que podrían resistir el hundimiento, sin embargo, estaría bien que el ayuntamiento actuara antes para evitar males mayores. Hacemos parada allí para animar el cuerpo con algunas viandas y contemplamos el paisaje. Aquí se rendía culto a María Magdalena el 22 de julio, el mismo día que lo hacen los habitantes del pueblo que me vio nacer y crecer en Alicante. Me sorprendió mucho esta advocación, muy residual en la provincia de Huesca, pues que yo sepa solo Alfántega, Laluenga, Salinas de Hoz y Torrente de Cinca (sin contar la antigua parroquial de la Malena de Huesca) cuentan con templos dedicados a esta figura religiosa.
Desde el muro sur de la ermita contemplamos el terreno perfectamente apradado de las campas de Bonés y los cada vez más exiguos muretes de piedra seca que delimitan los terrenos de pastos. Aquí el ganado ovino y caprino era el predominante en otros tiempos; ahora es el vacuno el que pace mayoritariamente por estos prados. El agua no la echarán en falta, pues el Flumen es abundante en caudal en esta cota, aproximadamente a 1400 msnm. Nos marchamos de nuevo por la pista en busca de la indicación hacia el Mesón Nuevo de Arguis.

Antes nos topamos con la acequia de Bonés cuya construcción se sitúa a mediados del siglo XVII. Este ramal desvía parte del caudal del Flumen en dirección al deficitario embalse de Arguis al cual llega a través del cauce del barranco del Fulco. Los regantes de Huesca sabían bien que el río Isuela no era suficiente para colmar sus expectativas de regadío en el llano. Antes, en el siglo XVI, ya se consiguió desviar el caudal del barranco de la Hoya a través de la acequia de la Barza, pero el Flumen fue objeto de deseo de los agricultores de la época, sabedores del caudal generoso que presentaba en su cabecera.
Para materializar tal empresa, pusieron todo su empeño en construir la mina de Bonés, una obra de gran envergadura que fracasó estrepitosamente. ¿Cuáles fueron los motivos? El estudio que reseño más abajo supone que fueron la dureza del terreno y las condiciones climatológicas adversas de la época (recrudecimiento de la Pequeña Edad de Hielo) las que propiciaron el abandono de la obra. Medio siglo más tarde convinieron en realizar una obra mucho más modesta, pero bastante más eficaz: la actual acequia de Bonés. Seguimos el trazado de la acequia hasta desviarnos por el camino que nos lleva de vuelta a Arguis pasando por el Mesón Nuevo.

Antes llegamos al Cuello Manzanera desde donde pudimos contemplar una panorámica inusual del Valle de Belsué con el Pico del Águila, la aldea de Belsué, Gabardiella y el Tozal de Guara. Tomamos la cabañera que desemboca en el Mesón Nuevo, que me impresionó por su gran amplitud, una auténtica autopista pecuaria. Allí en el Mesón Nuevo terminó nuestra ruta, una posada que guarda muchísimas historias de viajeros, pastores y otras gentes de paso. Por suerte, esos muros no han caído y se mantienen sólidos con cubiertas que les aseguran un futuro amable.

El Mesón Nuevo dejó de tener sentido cuando se abrió en la década de los 80 la variante actual que pasa por el embalse de Arguis y recorre las entrañas de Monrepós. Se terminó la historia de la carretera vieja de Francia. Aun así, este mesón sigue en pie para recordarnos que fue un punto de apoyo clave en los trasiegos de miles de personas que transitaron a pie estas montañas. El de Escusaguat, el de Hospitaled en Arascués o el de Manjarrés en Yéqueda ya no son capaces de transmitir nada, porque han desaparecido o poco les queda para hacerlo.

Parece que no, pero antes que ruedas, hubo fuertes piernas y abnegadas caballerías. Estos muros son testigos de los sudores de otras épocas, donde nunca faltó un plato de comida y un jergón donde reposar los cuerpos molidos. Todo aquel que acelera para cruzar rápidamente los túneles de Monrepós y ver la maravillosa cordillera pirenaica desde su puerto, debe saber que a ambos lados de esa autovía hay muchas historias que merecen ser conocidas, apreciadas y caminadas.
Ruta completada:
S10 Sierra de Bonés (circular)
Fuentes consultadas:
CUCHÍ OTERINO, José Antonio: La localización de la mina de Bonés, una obra hidráulica inacabada de la Huesca del siglo XVII. Argensola: Revista de Ciencias Sociales del Instituto de Estudios Altoaragoneses, ISSN 0518-4088, Nº 116, 2006, pags. 171-185 01/2006.
Subcuenca del río Flumen, Confederación Hidrográfica del Ebro.
Más información en:
Las antiguas y nuevas rutas de la subida a Monrepós, Salvador López Arruebo, Amigos de Serrablo, 1987.
Caminos balizados en el pantano de Arguis y el valle de la Garona, Carlos Bravo Suárez – Artículos y reseñas, 2008.
Hola chavalote! Gracias por tu enlace! Estas sierras son tremendas, únicas para el que busca tranquilidad y naturaleza. Más ásperas que el Pirineo, pero imprescindibles. Saludos!
No podía faltar tu enlace, Oscar, me venía al pelo. A mí estas sierras no me dejan de sorprender y la aspereza provocada por el intenso pastoreo forma parte de su encanto. De todos modos, ahí tienes el Peiró con un hayedo viejo poniendo la nota discordante. Vamos, que hay para elegir. ¡Saludos!
Muy Buenos posts, gracias por tu esfuerzo. Hoy he hecho una circular por Bonés y este artículo me deja mucho más enterado de cosas que he visto pero no apreciado.
Gracias por tus palabras.
Saber interpretar el paisaje hace que las salidas sean aún mucho más ricas. ¡Bonés es una sierra sorprendente!