Santa María de Belsué nos esperaba. Las buenas noticias sobre la recuperación de su iglesia mozárabe nos animaron a buscar un ratito libre entre tanta obligación y contratiempo. Habíamos estado apartados de la montaña más tiempo del deseado y decidimos ponerle remedio.
Se trata de una excursión sencillísima, que no valdría siquiera valorar a nivel físico, ya que es totalmente irrelevante. La visión de una tarde libre fue más que suficiente para conocer este rincón callado del Prepirineo.

En Santa María de Belsué ya no habita nadie desde hace mucho tiempo, de hecho, siempre fue un lugar de muy modesta población. Las tres casas que tuvo son, en esencia, unos cuantos muros raídos y ventanas huecas por donde ya nadie asoma. El recién nacido Flumen, un río precioso en sus primeros kilómetros de discurrir, circunvala la minúscula aldea, que se sitúa en una pequeña elevación del terreno, a una altura suficiente para no ver comprometida su existencia.

Aunque lo más destacado del conjunto es su iglesia mozárabe de Santa María, un templo levantado a mediados del XI, coetánea de otras iglesias románicas altoaragonesas. Preocupaba su situación, pues una grieta recorría de arriba a abajo su torre campanario y hacía peligrar uno de los vestigios más valiosos de la arquitectura de transición entre el arte hispanovisigodo y lombardo, tal y como refleja en su web el maestro Antonio García Omedes.

A día de hoy, tenemos la suerte de visitar un templo que está en vías de recuperación. Ya no hay zarzas que nos impidan la entrada al templo, las grietas están selladas, el templo está consolidado a la espera de, por qué no, colocar la techumbre de madera que una vez tuvo este templo. Bien pudimos ver su tosca pila bautismal adosada al muro, también las grandes losas cuadradas que cubren el suelo de la iglesia, las cuales, seguramente, cobijen más de una sorpresa bajo su pesada figura.


Un verdadero placer subir también por la escalerita adosada a la torre para contemplar a través de sus grandes vanos la población de Lúsera, esa aldeíta por la que ya no corre el viejo fantasma del olvido. Con la alegría en el cuerpo por haber comprobado que no todo está perdido, nos marchamos hacia la Pardina de Ascaso, situada a menos de 1 kilómetro de Santa María de Belsué.


Antes de llegar, pasamos por un tramo del Flumen con preciosas piscinas naturales de tonalidades ocres y verdosas. Un auténtico regalo para la vista y los sentidos. Cuando menos te lo esperas, aparece ante ti la figura enorme del caserón de la Pardina de Ascaso, un formidable edificio rectangular de recios muros, trufado de ventanas que miran hacia todos los puntos cardinales.

Justo detrás se advierte la presencia de un edificio auxiliar de notables proporciones con corral y horno de pan. Este todavía conserva la techumbre de madera original, no así la vivienda. De hecho, esta última ya no conserva parte de la chaminera que todavía resistía en la última porción de tejado que no había caído. Su hundimiento ha provocado un boquete considerable en la parte superior de la fachada de la vivienda. Pese a todo, es un edificio majestuoso que todavía no se ha dejado humillar por la ruina.

Nuestros antepasados sabían cómo tenían que hacer frente a los rigores del clima de montaña, sabían que el frío era una compañía indeseable. Los muros de la pardina son gruesos, recios, potentes y aún resistirán un tiempo. La prestancia del edificio desaparece en su remate, donde el pesado tejado de losa supuso demasiada carga para unos maderos carcomidos por el abandono. El corral es una alfombra de urticantes ortigas; aun así todavía se puede acceder al edificio de dos alturas que, en tiempos, cobijó al ganado y sirvió de palomar y pajar.

Uno abandona la Pardina de Ascaso con la sensación de haber estado en otro mundo. Es una pequeña ínsula en medio de ásperas montañas de boj y quejigo, abrazada por un río que era vital para su supervivencia. Una casa de montaña que bebía del Flumen, que cosechaba lo que el Flumen regaba, que perdía lo que el Flumen arrasaba, que miraba (y sigue mirando) al Flumen todos los días. De la pardina ya no bajan los niños a bañarse a las pozas. Solo algunos visitantes esporádicos remojan su cuerpo en las cristalinas aguas del río.

Allí hubo vida alguna vez, allí se escuchó el repiqueteo de esquilas y cencerros hasta no hace mucho, justo en esa mancha del inmenso Prepirineo que el montañés eligió para vivir. Vida dura aquella, hecha a sí misma, sobre los mismos resortes de la supervivencia.
Mi bisabuelo, Ramón Ascaso, era de Santa Maria de Belsue, abandono el pueblo para irse a casar a Loarre
Hoy, 9 de octubre de 2016, he visitado el pueblo un rincón majico.
Hola, Mercedes. Gracias por este dato tan curioso. Supongo que se marcharía a finales del XIX. Como comprobarías, la ruina ya es completa, excepto la iglesia de Santa María.