El Pico del Águila es una modesta cumbre muy visible desde cualquier punto de la Hoya de Huesca (y no lo digo por los cachivaches metálicos que coronan su cima). Es, ante todo, un clásico.

Y como sucede con cualquier clásico montañero, la compañía subiendo y bajando está más que asegurada. Su cercanía con la capital oscense, su fácil acceso y su moderado desnivel hacen de este pico una auténtica romería de senderistas, ciclistas y corredores de montaña.

El camino se inicia desde el mismo pueblo de Arguis y se adentra, en primer término, por un frondoso bosque de Pinus sylvestris o pino royo. Estas pinadas son el resultado de los trabajos de repoblación acometidos a partir de 1923 que, además, conllevaron la apertura de la senda que hoy nos conducirá hasta la cima del Pico del Águila «para los excursionistas ávidos de subir a los mil seiscientos treinta y seis metros de altitud que aquel tiene».

Primera sorpresa al poco de iniciar la marcha al encontrarnos con un ejemplar de Anacamptis pyramidalis. Ya vemos que de algo han servido las jornadas de Orquideología de Biescas, además de conocer a muy buena gente. A través de un sendero amplio y cómodo se va ganando desnivel hasta llegar a un canchal pedregoso retenido mediante fuertes muros de piedra. El vivo ejemplo de la naturaleza inestable del puerto de Monrepós.

Superado un portal calizo natural, cambiamos de vertiente y el silencio de la gran autovía se diluye. La Sierra del Águila nos ofrece una imagen muy diferente a la que habíamos imaginado en el pueblo de Arguis. El profundo tajo abierto por el barranco Castil de Villas y los potentes espinazos calizos que atraviesan la montaña nos descubren un paisaje sorprendente.

Como en cualquier ascensión, por modesta que sea, tus pasos te encaminan hacia horizontes amplios, kilométricos, profundos. Según vamos avanzando, las vistas del pantano de Arguis, del circo montañoso que rodea a este pueblo, de la Hoya de Huesca, de las Calmas, del naciente valle de la Garona comienzan a alimentar de imágenes nuestra mirada.

La aparición sorprendente de algunas manchas de hayedo indican que en estas latitudes oscenses se halla el límite meridional de esta especie amante de la humedad y la sombra. No podemos evitar acordarnos del vecino hayedo del Peiró, una preciosa reliquia natural.

El último tramo de ascensión que termina desembocando en la pista que sube desde el Mesón Nuevo es tan suave y sugerente que apenas te das cuenta de que estás ascendiendo los últimos metros de desnivel.

Al desembocar en la pista, apenas restan unos cuantos metros para llegar al vértice geodésico donde el club Peña Guara ha instalado un modesto buzón con un libro de firmas y recuerdos montañeros en su interior. 1620 metros de altitud entre vallas metálicas, repetidores y antenas.

Las nubes se han hecho las dueñas y señoras del territorio y ni siquiera podemos ver más allá de la Sierra de Belarra. Por supuesto las altas cumbres pirenaicas están ocultas por un espeso velo gris. Otro día será.
Eso sí, nadie nos puede negar las vistas hacia el fotogénico valle de Belsué que se adentra hacia las entrañas de Nocito con el fotogénico embalse de Santa María de Belsué, la propia población de Belsué, el gran edificio de la Pardina de Ascaso, la Gabardiella, el Salto de Roldán y el rey del Parque Natural, el Tozal de Guara, con sus salvajes pedreras de la vertiente norte.

Por suerte, también coincidimos con un espectáculo natural muy fugaz —y poco valorado— como es la pletórica floración del erizón (Echinospartum horridum) que tiñe la montaña de un amarillo intenso muy favorecedor.

Su color vivo, agudo e hiriente como sus pinchos, nos dibuja un mapa dorado que nos recuerda las últimas zonas por donde apacentaron sus rebaños los hombres y mujeres de estas montañas. El erizón es la memoria de los pastores.

Las grandes cabañas ya no pastan por estas montañas y la naturaleza avanza sin ataduras. Dentro de unas décadas, el erizón habrá dado paso definitivamente al binomio indisoluble de estas montañas: el quejigo y el boj.

Uno no puede más que estar agradecido a estas humildes montañas, que sin ser grandes hitos, ofrecen abundante recompensa a quien decide conquistarlas. Y ahí están, día tras día, esperando a que lleguemos hasta ellas para ver lo que ellas ven.
Ruta completada:
La vuelta, si se quiere hacer circular, se puede realizar por el sendero que conduce a la Ermita de la Virgen de Ordás y a su singular castillo o por el Mesón Nuevo. El sendero de Ordás termina desembocando en la propia autovía y habría que llegar hasta Arguis por el margen de la carretera. No sé hasta qué punto es seguro completar este recorrido circular, teniendo en cuenta las repetidas obras que se acometen en esta vía. La circular por el Mesón Nuevo, aunque más larga, no presenta ninguna complicación especial.
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