El 9 y 10 de julio se celebró la tercera Andada de Sobrepuerto y, claro, juntar andada con Sobrepuerto y buena gente es un gran plan que conviene no dejar pasar.
Dormir en el albergue de Yebra de Basa en la víspera del primer día de la andada fue una sabia decisión. Por cierto, un lujo que Yebra tenga un alojamiento de esta calidad. A nosotros nos tocó dormir en la habitación Cortillas, como anticipo de lo que nos esperaba en las tierras de Sobrepuerto. El toque de campana del día 9 fue muy tempranero. A las 6 de la mañana ya estábamos en el Polideportivo de Biescas dispuestos a empezar la jornada.

Salimos con la fresca, intentando avanzar lo máximo posible para que el calor que iba a hacer ese día nos pillara bien arriba. Antes de hacer la primera parada en Oliván, pasamos por el gran molino de Orós, que tiene alguna que otra historia truculenta detrás, y por el zoque de la Virgen Chica.

Más arriba queda la ermita de la Virgen de las Canales, un templo gótico expoliado y arruinado con un futuro muy negro ya escrito. Llaneando, llegamos a Oliván casi sin darnos cuenta para realizar la primera parada y almorzar.


Susín nos esperaba. El terreno fácil se había acabado. Desde Oliván hasta la Punta Oturia nos íbamos a merendar todo el desnivel ascendente de la jornada. Antes habíamos caminado plácidamente a orillas de un precioso y alborotado Gállego. Ahora tocaba sudar. Cruzamos el barranco de Oliván y tomamos el sugerente camino vecinal hacia Susín, que se retuerce bajo la sombra de robles centenarios.

En poco tiempo se llega a la que, probablemente, sea una de las aldeas más auténticas del Pirineo aragonés, gracias al empeño inicial de la desaparecida Angelines Villacampa y a la labor continuadora de la Asociación Mallau – Amigos de Susín. Y es que Susín es Pirineo auténtico, es mimo y amor a raudales, es respeto por unos orígenes y, sí, es mucho el trabajo que hay que hacer para mantener la aldea bonita, visitable y así poder convertirla en bandera de una causa más que justa y noble. Por muchos muchos años más.

De ahí, emprendimos el camino hacia Casbas de Jaca. Si Susín es conservación, Casbas es desolación. Los que fueron vecinos durante siglos de Susín vendieron su pueblo al Patrimonio Forestal del Estado en 1952. 64 años después apenas queda nada. El trazado urbano ha desaparecido entre las zarzas y de las casas que allí hubo apenas queda nada. La arruinada iglesia de Santiago Apóstol es la única que sigue ahí, en el lugar de siempre, con su torre cegada, con su cubierta hundida, esperando lo inevitable.

A partir de Casbas, recorrimos un espeso bosque, alternando ratos de senda y pista forestal, con un calor que cada vez apretaba más. Hubo un momento en que la arboleda comenzó a menguar y ante nosotros apareció por primera vez la Punta Oturia.

Estábamos en Cadolobo. Sin lobos pero con un hambre canina devoramos nuestras viandas con la vista puesta hacia Sobrepuerto unos y hacia la Val Ancha otros. Esto sí que es una terraza con vistas y no lo que te venden en algunos restaurantes.

Algunos reemprendimos la marcha por el filo de la montaña con la vista puesta en el enorme pilón de la Punta Oturia, mientras que otros optaron por tomar el camino directo hacia la ermita de Santa Orosia


En nuestro ascenso hacia la cima pudimos apreciar la enorme cabecera del barranco de Ipe y la espesura forestal que cobija en sus laderas. También los restos de antiguas trincheras de la Guerra Civil, algunas de ellas bastante obvias, otras simples montones de piedras.



Pues sí, hemos llegado, estamos en Oturia/la Estiva, a 1921 metros sobre el nivel del mar. Ya no es posible ascender más en muchos kilómetros cuadrados. Desde aquí las vistas panorámicas son extraordinarias, de primer orden.




No recitaré ninguno de los hitos geográficos que desde aquí se contemplan, ya que es mejor que, el que no haya subido, lo haga y lo compruebe por sí mismo. Ojos bien abiertos, vistas que no se acaban, sonrisas de alegría, brazos que apuntan hacia lugares distantes, botas de vino que vuelven a compartirse, prismáticos que pasan de mano en mano. ¡Qué gozada!

Con el sol todavía bastante elevado en el horizonte, bajamos hacia la llanura de Santa Orosia por la vertiente de San Cocobá. Allí, nos refrescamos en su fuente cuya frescura logró resucitarnos. Solo nos quedaba el camino llano y amable hacia el santuario sagrado donde haríamos noche. Calzado fuera, chancletas, algunos buenos remojones en la fuente, una cena opípara y una guitarra y bandurria para alegrar con ritmos y cantos la noche.

Pero el cansancio hizo acto de presencia muy pronto. Nathalie y yo elegimos el muro sur del santuario para contemplar un cielo de millones de estrellas con la Vía Láctea perfectamente visible a miles de años de luz de donde nos encontrábamos. Antes de dejarme vencer por el sueño, sentí la misma fascinación que sentirían los primeros hombres al mirar el cielo estrellado, punteado de luz, hermoso. Estoy seguro de ello.

Amanecimos también muy pronto el día 10. Nos tocaba bajar por el espectacular camino de Isún de Basa, que se abraza a los bloques de conglomerado como si él mismo no quisiera despegarse de la montaña.

Pero antes llegamos a un balcón panorámico que invitaba a volar. La Val Ancha en toda su enorme extensión, la Tierra de Biescas y la perfecta «V» como antesala del genuino Valle de Tena.



Revueltas, revueltas y más revueltas hasta llegar a Isún de Basa. En la serrablesa Iglesia de Santa María decidimos hacer la parada para el almuerzo. Nos quedaba el tramo más expuesto al sol de la jornada, en un día con una chicharrina de la buena. Entre margas grises y sudando la gota gorda, llegamos a Satué.


Nos adentramos en la sorprendente senda del camino de Tramafoz donde se unen los barrancos de As Gargantas e Ipe. Qué lástima que el barranco apenas llevara caudal porque más de uno, entre los que me incluyo, se habría tirado de cabeza en la primera poza.

Últimos metros y llegamos a Lárrede, ¡final de trayecto! Nos quitamos el calor de encima entrando en el frescor que nos brinda el templo de San Pedro. Agradecemos el reposo que nos dan los bancos de la iglesia. Eso sí, no hay nada que no pueda arreglar un buen baño refrescante, como el que nos dimos en las piscinas de Biescas. La posterior comida en familia sirvió para recuperar las fuerzas perdidas.
Un fin de semana intenso había llegado a su fin. Muchos pasos compartidos con apasionados, como nosotros, de la montaña, muy bien aderezados con charlas interesantes, sonrisas y mucho afecto. Gracias a las asociaciones O Zoque de Yebra y Erata de Biescas, gracias a todos los que hicieron posible que todo saliera a pedir de boca. ¡Gracias!
Ruta completada: