Las fronteras en los Pirineos son muy difusas, se difuminan entre horizontes de crestas, picos, valles y hondonadas.
Los picos de frontera son casi infinitos en esta cordillera que divide a España y Francia. El pico Acué es un hito modesto pero con unas vistas increíblemente bellas, un pico que está ahí mucho antes de que Francia fuera Francia y España fuera España. Salimos del aparcamiento francés de Espélunguère, muy cerca del desaparecido complejo fabril de les Forges d’Abel, fundado en el siglo XIX por un maestro siderúrgico alemán de nombre Friedrich Konrad von Abel.

Al poco de salir, se llega a la fotogénica cascada del ruisseau d’Espélungère, que podría considerarse el curso fluvial hermano del Aragón Subordán, que nace en territorio español, con similar discurrir serpenteante, hasta desembocar rápidamente en le Gave d’Aspe, la artería principal del Valle francés de Aspe, nacida en la vertiente septentrional del Pico Aspe.

Pasamos rápidamente por un refrescante bosque de hayas y tomamos la Piste des Cabanes de Couecq.

Ni siquiera la sombra proporcionada por las hayas y abetos que pueblan los lindes de esta pista fue suficiente para alejar la sensación de bochorno que campaba a sus anchas esa jornada.


Entre lazada y lazada, llegamos a los amplios y despejados horizontes de la Montagne de Couecq.


El bosque termina, el terreno pastoril se impone, el sol azota sin piedad. En este pequeño recodo de la montaña francesa se levantan dos cabanes, la Grosse y la de Caillabère, donde varios pastores cuidaban de su rebaño de ovejas.

Unos discretos carteles nos señalaban que allí mismo, en pleno collado, podíamos comprar queso elaborado por los mismos pastores. Seguro que si lo hacíamos no iba a llegar entero al coche.

Nos quedaba ganarle terreno a la pendiente hasta ascender al Col de Couecq, situado a 2019 msnm, auténtico paso fronterizo de montaña.

Es un terreno jalonado de hitos de piedra, donde es complicado perderse en condiciones de buena visibilidad, que remonta el curso del ruisseau de Couecq, entre grandes bloques de piedra desprendidos de la montaña.

Los tonos rojizos del collado nos esperan.

Cruzamos a territorio español sin darnos cuenta y se abre entre nosotros la magnífica perspectiva montañera encabezada por el hipnótico Castillo de Acher.


El viento sopla, no podía ser de otra forma, estamos un collado, pero agradecemos esos golpes de aire.


Decidimos hacer un descanso en los denominados Lagos de Gabedallos, la cabecera del Barranco de Acué, que baja decidido hasta desembocar en las aguas sinuosas del Subordán. Ni rastro de agua. Las cubetas de estos pequeños ibones no eran más que tierra y lodo.

Tras el descanso de rigor, subimos al segundo collado del día, el que permite ascender hasta el Pico Acué. Lo que vimos desde allí será difícil de olvidar.


La sucesión de montañas, el enorme ibón de Estanés, el emblemático valle de Aguas Tuertas desde dos mil metros de altura. Uno camina y camina, sube y sube, precisamente, para presenciar este tipo de cosas.



La bajada a partir de aquí carece de señalización por hitos. Hay que bajar al «estilo sarrio» por donde más nos convenga.


Nosotros optamos por descender a través de la zona conocida en las mapas como O Cañaz, por la margen izquierda herbosa de un barranco normalmente seco.

Más que aconsejables unos bastones para poder dar alivio a las articulaciones, ya que el descenso es puro y duro campo a través. Nada recomendable para personas con poca actividad montañera en las piernas, ya que el descenso, repito, no se hace por senda y la pendiente es muy acusada.

El valle de Aguatuerta (recogido así en la toponimia local) nos esperaba, ese valle que antes fue glaciar, luego lago y ahora una zona de turberas por donde discurre un río que, entre meandros retorcidos, parece no querer abandonar su lugar de nacimiento.

Todo allí es de una belleza sobrecogedora. Cuando llegamos al fondo del valle, solo nos restaba tomar el camino del GR-11 en dirección hacia Francia de nuevo. Dejamos atrás el desvío hacia el ibón de Estanés, una de las excursiones estrella de este valle.

Comenzamos a ver agua de nuevo, pero esto ya no es el Subordán, sino su hermano francés el Espélunguère, que también serpentea, como si sintiera envidia. Hemos superado el puerto de Escalé, la divisoria real de aguas, estamos todavía en territorio español, pero no vamos a tardar nada en llegar al Col d’Escalé d’Aigue Torte, una linde más entre los valles de Aguatuerta y Espelunguère.

Es el Paso de Escalé, a 1635 metros de altitud. Entramos de nuevo en el Parque Nacional de los Pirineos franceses.
A través de una bella senda perfectamente delimitada, superamos un hayedo con ejemplares centenarios hasta desembocar en la Piste de l’Espélunguère. El recorrido circular se ha completado y nos lo confirma un pastor francés que habla perfectamente español. Este territorio es puro mestizaje, las culturas de uno y otro país se filtran como las aguas que nacen un poco más arriba.

El día finaliza descubriendo uno de los lugares más bellos del Pirineo. Y no es que lo digamos nosotros, lo dicen centenares de guías de montaña. Y no lo descubrimos de la forma más ortodoxa, no solo desde el llano, sino desde las alturas y recorriendo el territorio montano de dos países. Abrazando todas las vertientes, oteando todos los horizontes, sintiéndonos livianos como aves. Imposible pedir más.
Ruta completada: