Volvemos a Ainielle, pasando por Berbusa y partiendo desde Oliván. Volvemos a la Senda Amarilla, un sendero místico, cargado de sentimientos insondables, donde cada pisada se funde con la memoria de unas tierras donde ahora solo reina el silencio.
El año pasado hicimos nuestra particular Senda Amarilla, en solitario, disfrutando de uno de los espectáculos más sublimes que nos regala la naturaleza: el otoño.

Este año hemos vuelto en mucha y muy buena compañía para celebrar la 10ª edición, con casi trescientas personas que, en una suerte de procesión pagana, nos dirigimos a honrar la memoria de una antaño humilde aldea de Sobrepuerto que, ahora, es un santuario para las almas sensibles, para los que buscan respuestas entre la ruina y la naturaleza desatada.

Partimos pronto, con una lluvia persistente que parecía que nos iba a aguar la fiesta, pero fue un espejismo, ya que pronto la mañana dejó entrever los primeros rayos de sol. A buen ritmo llegamos a Berbusa, el pueblo de los carboneros, uno de los primeros en ser adquiridos por el Patrimonio Forestal del Estado.

Esta aldea destacó por la calidad de sus cerezas y nueces y aún, entre tanto pino, siguen despuntando nogales y cerezos que continúan, en campos colmatados, su ciclo vital lejos de la mano del hombre.

Célebres también fueron los piqueros de Berbusa, hábiles en el trabajo de cantería, tanto es así que aún se pueden ver formidables muros que tardarán tiempo en caer.

Tras un almuerzo bajo un sol reconfortante, a espaldas de la vieja escuela de Berbusa, retomamos el camino intercalados entre varios grupos que, a su ritmo, completaban los últimos metros hasta Ainielle.

El tramo entre Berbusa y Ainielle es simplemente magnífico. Cada paso se disfruta más que el anterior.

Quizá sea por el hecho de ahondar en la grieta excavada por el Barranco de Oliván, de avistar unos fabulosos bosques mixtos, de ver los pastos de la Estiva y el despoblado de Isábal, de mojarte las manos y la cara en las aguas del Barranco Rimalo, de pasar por el pilón de piedra cercano a la aldea, en fin, de acercarse al mito de Ainielle.


Una vez allí, bajamos a rendirle una visita al humilde molino de Ainielle —todo en estas tierras es de naturaleza humilde—, un singular y sencillo reconocimiento a tantos y tantos pueblos pirenaicos con molinos que se pudren bajo capas de musgos y humedades.

Este fue el lugar donde se gestó el principio del fin de Andrés de Casa Sosas, el personaje ficticio de un Julio Llamazares que bajó con nosotros a rememorar uno de los pasajes fundamentales de su novela «La lluvia amarilla».

Y es que Julio Llamazares, el hacedor de esta bendita locura que es el peregrinar hacia Ainielle, estuvo con todos nosotros compartiendo momentos, fotografías y conversaciones.

Fue él el que puso a Ainielle en el mapa de España, el que destacó en su libro una región recóndita de Huesca que es el Sobrepuerto, el que, con su sensibilidad y amor por la tierra, narró con letra descarnada el final de esta aldea perdida, que es el final de tantas otras.

Diría que a todos los lectores nos ha marcado, de una forma u otra, esta novela. Nosotros hemos entendido la importancia de interpretar la ruina enmarcada en el paisaje, el sudor que hay detrás de cada piedra, los anhelos que reposan debajo de cada tejado hundido.

De vuelta a Ainielle, Carlos Tarazona, el autor del magnífico blog «Esmemoriáus» nos habló de la relación existente entre las labores de repoblación forestal y la despoblación de estas montañas. Mucha pena y tristeza esconden las miles de hectáreas reforestadas en Huesca. Los Bosneraus tampoco faltaron a su cita y nos regalaron unas cuantas canciones que emocionaron y alegraron a los presentes a partes iguales.


Tocaba volver a Oliván. ¿Cuándo había visto Ainielle a 300 personas? En su milenaria existencia, sus 11 casas nunca alojaron a más de 58 habitantes. Paradojas de la vida moderna. Ahí te quedas, Ainielle. Hasta la próxima.


El regreso, como se preveía, fue escalonado, y todos terminamos en Oliván tomando un vasito de chocolate con dulces o una cerveza, a gusto de los más o menos frioleros.

La despedida fue con Bosnerau de nuevo, tocando en una carpa habilitada para la ocasión. Con mucha mejor acústica, pudimos apreciar la calidad musical y humana que tienen estos chicos. A todos se nos humedecieron los ojos al escuchar una canción que formará parte de su próximo disco y que tiene como protagonista el Sobrepuerto. Un broche de oro a la jornada.

Gracias a la Asociación Cultural O Cumo y a los vecinos de Oliván por hacernos sentir como en casa, por su buen hacer y su gran hospitalidad. Esta jornada es el triunfo de las cosas hechas desde el corazón, del recuerdo y la memoria que nunca se debe perder. Un homenaje a los habitantes que descansan para siempre en Berbusa y Ainielle, a los que todavía custodian la memoria de estos pueblos.
Ruta completada:
Senda Amarilla (Oliván-Berbusa-Ainielle-Molino y regreso)
Fuentes de consulta:
Guía de Sobrepuerto, VV.AA., editada por la Asociación O Zoque.
El carbón de Berbusa, Enrique Satué Oliván, Amigos de Serrablo, 1982.