El Moncayo es un compendio de todas las cosas que nos gustan de la montaña: horizontes limpios, senderos interminables, contemplación y naturaleza, una naturaleza rica y desbordante.

Hacía mucho tiempo que no caminábamos por sus sendas y ya era hora de ponerle remedio. Marchamos con la incertidumbre que suscita un otoño tan seco y cálido, sin saber si los hayedos y robledales que pueblan sus laderas estarían vestidos de amarillo o desvestidos por las altas temperaturas.

Por suerte, la orientación de la vertiente aragonesa es propicia para la retención de nieblas que, al menos, mantienen buenos niveles de humedad en el bosque.

Iniciamos la ruta en la Fuente de los Frailes, en la última curva antes de tomar la pista de tierra que sube al Santuario. El recorrido que realizamos es de los que me gusta llamar fotográfico-contemplativos. La exigencia física es mínima y la recompensa es grande. Una ruta de 10 para pasar unas horas observando lo mucho y bello que te rodea, para escuchar con atención los sonidos del bosque, para fundirte con unas sendas que no me extraña que inspiraran a poetas.

De los caños de la Fuente de los Frailes no manaba agua, pero se respiraba la humedad típica de esta vertiente del Moncayo. Tomamos la pista que cruza la misma cabecera del Barranco del Apio o de la Nevera, origen del río Viejo de Litago, que también pasa por Trasmoz y termina desembocando un poco más abajo en la Huecha de San Martín.

Es una pista forestal vestida por bosques monumentales de pino silvestre, donde las hayas comienzan a medrar y a reclamar su sitio. La combinación de los fustes granates de los pinos royos y la delicadeza otoñal de las hayas es un espectáculo difícil de igualar. A la función se unen una gran cantidad de ejemplares de acebos, serbales, brezos y guillomos.

Al llegar al collado de Juan Abarca, lo más recomendable es ascender hasta el Cabezo de la Mata, un montículo cuya posición dominante y desplazada le dota de una serie de características singulares, en especial la panorámica de libro que se tiene de la masa forestal y los circos glaciares del Moncayo.

Para ascender hasta sus 1437 metros hay que utilizar las manos de vez en cuando para trepar por pequeños resaltes, pero nada que no pueda hacer una persona con una condición física normal.
Atravesamos un bosquete minimizado de roble albar (Quercus petraea), sometido al filo cortante del hacha de las gentes de Trasmoz, que calentaron su hogar con la leña de este monte hasta hace bien poco. Este monte fue objeto de disputa entre los trasmoceros y el cercano Monasterio de Veruela a mediados del XIII por, precisamente, la provisión de leña. La consabida excomunión de Trasmoz llegó poco después. Entre cuarcitas, llegamos a la plataforma cimera desde donde se contemplan una de las mejores panorámicas del Mons Canus.

El Moncayo desde aquí abruma: el Pico de San Miguel con su circo glaciar del mismo nombre, el Cerro de San Juan y el Circo de San Gaudioso, el Alto del Corralejo o Pico Morca con el gigantesco Circo de Morca como escolta y, por último, el Pico Lobera, penúltimo dos mil de entidad de este kilométrico cordal a partir del cual empieza a perder altura sin remedio hasta el Morrón de Purujosa y las Peñas de Herrera de Talamantes.


Y qué decir de los pisos bioclimáticos de esta vertiente del Moncayo: robledales, pinares y hayedos colosales que cubren con su manto vegetal desde las cotas más bajas hasta los últimos pinos negros que se aferran a los roquedos a casi 2000 metros de altitud.


Una pareja, que llegó poco después a la cima del Cabezo de la Mata y que no era la primera vez que subía, nos dijo que si un día nos veíamos envueltos en la típica niebla invernal del Moncayo, que no lo dudáramos, que subiéramos al Cabezo, porque allí, seguramente, tendríamos sol y podríamos entrar en calor, además de sacar algunas fotografías inolvidables envueltos por la espesa bruma moncaína. Su posición excéntrica ofrece este tipo de privilegios.

Después de dar buena cuenta del almuerzo, tomamos la pista abierta por un cortafuegos hasta llegar a un cruce evidente donde emprendimos el camino de regreso.


De nuevo, inmensos pinos e incipientes hayas hicieron de la vuelta una auténtica delicia.


El Moncayo goza de paisajes íntimos, gracias a los cuales es muy sencillo conectar con la naturaleza, con ese yo interior que pide silencio y sosiego ante tanto ruido. El Moncayo es una montaña bella, generosa y con carácter. Por eso nos gusta tanto.
Ruta completada:
S2: Barranco del Apio (a este recorrido habría que sumar 1 kilómetro correspondiente a la subida y la bajada del Cabezo de la Mata y 82 metros de desnivel tanto positivo como negativo. En total, el recorrido rondaría los 5,5 kilómetros y los 300 metros de desnivel acumulado).