La Ribera del Ara es un rincón del Sobrarbe absolutamente encantador. Siempre fue un cruce de caminos estratégico y no ha dejado de serlo. Los que suben a Ordesa o los que optan por marchar a Boltaña o Aínsa deben pasar por Fiscal, la cabecera municipal del valle.
También fue la despensa para los pueblos más orientales de Sobrepuerto y para el conjunto de municipios de la Solana, la mayoría de ellos hoy sumidos en el más absoluto silencio. Los lugares de paso dejan de serlo hasta que detienes en ellos para contemplarlos y vivirlos. Y no hay mejor manera de experimentar la vida de un valle que recorriéndolo en bicicleta.

El recorrido empezó en Fiscal y terminó en San Felices de Ara. Nuestra idea era visitar los pueblos de la margen derecha del río Ara, exceptuando Jánovas, al que volveremos en otra ocasión porque no queríamos dedicarle una visita fugaz. Jánovas se merece algo más que un visto y no visto.
Así, sin más pretensión que darle tranquilamente a los pedales, salimos de Fiscal para reparar en muy poco tiempo en Borrastre, el primero de los pueblos de este magnífico recorrido. San Juste, el siguiente pueblo, destaca por su delicioso trazado urbano, su pasadizo abovedado, la impresionante casona montañesa de los Villacampa fechada en el siglo XVII y la fantástica casa Maza con su torre adosada.

Desde aquí se puede realizar una de las excursiones estrella de este pequeño valle: la subida a la emblemática Peña Canciás. También existe un sendero que comunica San Juste con Laguarta, lugar emblemático de A Guarguera donde se puede admirar la casa fuerte de los Villacampa, el origen de un linaje serrablés que llegó a enseñorear lugares de la Ribera de Fiscal y del Valle del Guarga en los siglos XVI y XVII.

Abandonamos San Juste para recabar en Ligüerre de Ara. En la coqueta Plaza de San Ramón destaca especialmente el estilo renovado en el siglo XX de la casa infanzona de la familia Ballarín, que actualmente hace las veces de alojamiento rural.

Impresiona también las dimensiones de casa Sampietro, una mansión de enormes dimensiones con 3 pisos y falsa, que luce una fachada principal también renovada a principios del XX con detalles arquitectónicos de exquisita factura.


El siglo XX debió ser propicio, pues algunas familias importantes del valle apostaron por renovar sus casas abrazando el arte moderno y vanguardista imperante en esa época. Después de Ligüerre seguimos dando pedales hasta llegar a Albella, otro lugar cargado de historia, con, cómo no, casas infanzonas y una ermita que honra al santo de las montañas del Altoaragón, San Úrbez. Con orgullo se dice que aquí sirvió el santo como pastor en casa Aineto.

El que quiera saber más sobre el «fenómeno urbeciano» debe saber que cuenta con dos libros publicados recientemente por Óscar Ballarín y Arturo González. La gesta de dos hombres, los romeros de Albella, que peregrinaban con escasos ropajes, descalzos, a pedir que el santo calmara la sed de sus tierras hasta el santuario donde reposan sus restos en Nocito y a la ermita de San Úrbez en el Cañón de Añisclo no podía caer en el olvido.

La planta de casa Cebollero de Albella se yergue orgullosa al encarar la aldea, pero la sorpresa es mayúscula al girar la vista hacia el norte con la aparición de la bellísima casa Latre, actualmente reconvertida en alojamiento rural. Es un soplo de aire fresco, una rareza que enriquece aún más estas montañas.

Aquí decidimos comer en la casi arruinada iglesia de San Salvador, donde solo la torre restaurada parece tener un futuro prometedor. Las vistas desde la explanada de la parroquial hacia el conjunto de la Solana es abrumador. A simple vista se podían ver claramente los municipios de San Martín de la Solana, Campol y, probablemente, Villamana. La mirada hacia Santa Marina de Ascaso, la Peña Montañesa y Cotiella no era menos emocionante.


El día se acababa, pero todavía nos dio tiempo a visitar Planillo y San Felices de Ara. Son dos aldeas más aisladas, modestamente alejadas de la zona de influencia del Ara, pero que aun así han sabido mantener la vida en sus calles. Planillo nos dio la impresión de que, en cierto modo, el siglo XXI no le ha sentado muy bien. No se puede decir lo mismo de San Felices, que parece mantener su esencia más auténtica.


El día terminaba, el termómetro comenzaba a descender rápidamente y los fríos de la montaña comenzaban a caer a plomo sobre nuestras piernas, así que decidimos que lo mejor era tomar el camino de vuelta. Resultó ser una excursión ideal para conocer los pueblos habitados de la margen derecha del Ara, los que no han sucumbido a la despoblación, los que aún siguen calentando su hogar invierno tras invierno.


Como he dicho antes, Jánovas, también en la margen derecha, merece un capítulo aparte. Si la razón, el sentido común y la humanidad hubieran imperado, Jánovas, hoy por hoy, sería un pueblo normalmente habitado, pero el gobierno déspota de la época decidió que lo mejor era dinamitar sus casas. Este antaño próspero pueblo simboliza la resistencia frente a la descabellada política de embalses de este país. La batalla que Jánovas tenía ganada de antemano a los que especularon con sus vidas es que el recuerdo nunca murió en el corazón de los que ahora luchan por volver a su pueblo. Y lo están consiguiendo, pese a las mil y una dificultades a las que tienen que enfrentarse en su día a día.

Estremece pensar que este hermoso rincón del Sobrarbe podría estar cubierto ahora bajo las aguas de un enorme pantano. Pero no, no lo está, porque el Ara sigue siendo el único río virgen del Pirineo, al que nunca podrán represar, porque sigue fluyendo libre desde el pico Comachibosa hasta la villa de Aínsa y, con él, las ilusiones de las gentes de este valle.
Ruta completada:
Ribera del río Ara (Este recorrido también pasa por las poblaciones de Jánovas y Lacort. Nosotros optamos por terminar la ruta en San Felices de Ara. Nuestro cuentakilómetros marcó un total de 22 kilómetros)