Territorio conocido pero no por ello menos admirado. Ya lo visitamos en plena primavera, con su estallido de verdor y color y su humilde Sotón. Esta vez, nos tocó patearlo con el otoño bien avanzado, en un día algo desapacible y abordando un recorrido algo más ambicioso.
Y es que a la ya conocida ermita rupestre de San Cristóbal del Barranco, la que se oculta con increíble mimetismo entre la roca, había que añadir la de la Virgen de la Peña de Aniés, la joya eremítica de la Hoya de Huesca.

Como es habitual, salimos desde Santa Quiteria dispuestos a remontar decididamente el cauce del río Sotón. El sendero es muy cómodo y se deja caminar con facilidad. Las paredes calizas, cada vez más próximas, parecen querer conversar con nosotros, a pocos metros de San Cristóbal.

Después de un episodio importante de lluvias, los barrancos tributarios del Sotón transportan hilos de agua transparente y cantarina. La humedad se apodera del sendero y comienzan a aparecer algunos ejemplares de durillo y rusco, que sobreviven en las zonas más umbrías de la Sierra Caballera.

Allá arriba, casi pasando inadvertida, está la ermita de San Cristóbal, una oquedad natural cerrada con sencillos muros de piedra. Su última reforma data del siglo XVIII, pero se estima que el ángel anunciador que aparece entre sus paredes desconchadas es del siglo XIII.

Grafitis de diversas épocas completan el paisaje íntimo de un lugar donde los eremitas vivían con lo mínimo indispensable, descansando sus cuerpos molidos en minúsculas celdas, proyectados hacia el abismo que esculpe el modesto río Sotón, ensamblados al mundo terrenal a través de una rústica escalera cuyas piedras hablan por sí mismas, protegidos de las inclemencias por un sencillo tabique de piedras del lugar.

La mejor manera de disfrutar de este rincón que algunos hombres eligieron para cultivar su espiritualidad es asomándose al balcón natural que se extiende en la parte sur de la ermita, donde el terreno horizontal se acaba y la Hoya de Huesca se muestra. Esta gente sabía elegir concienzudamente su particular «desierto» en la tierra. Silencio absoluto, sensación apabullante de soledad.

Retomamos el camino y nos adentramos en un tupido carrascal que rezuma humedad por todos sus poros. El sendero se retuerce con destreza cruzado por varias corrientes de agua. Conquistamos las formidables paredes de conglomerado que coronan estos mallos.

Muy abajo queda la ermita de San Cristóbal y, en un plano inferior, el cauce del Sotón. Aparecen ante nosotros dos piedras hermanas, conocidas como los Gemelos, y nos asomamos al salvaje tramo del Sotón que discurre por el paraje conocido como la Cobanegra (Cueva Negra).


Desde la comodidad de una pista forestal, oteamos el horizonte a lomos de la Sierra Caballera: las láminas de agua de la Sotonera y las Navas, Bolea, Loarre con su castillo románico, Ayerbe, Sarsamarcuello con su castillo también de la misma época…

El camino transcurre siempre con formidables perspectivas hasta que comienza a descender por un frondoso pinar. Las vistas hacia la lejanía desaparecen como si la ermita de la Virgen de la Peña quisiera acaparar toda la atención.

Y ahí que aparece, enriscada, colgada literalmente de los farallones calizos, compartiendo espacio y confines con buitreras de diferente tamaño, abrazada a un nacimiento de agua, cómo no. El sendero que va a buscarla te hace sentir como un ave, te mimetiza con la roca y te integra con el paisaje.

Llegamos y… la ubicación es de ensueño, pero la ermita está cerrada a cal y canto. Nos quedamos con las ganas de conocer esta ermita de origen románico y profundamente reformada en el siglo XVIII bajo los cánones del pomposo barroco.

Pero siempre nos quedan las fotos y abrir bien los ojos para buscar los mejores encuadres, señalar hitos que están a decenas de kilómetros de distancia y contemplar el corredor oeste del Prepirineo aragonés.

Abandonamos la Virgen de la Peña con la sensación de haber conocido de nuevo un lugar irrepetible. Durante el descenso se vuelve a imponer el pinar y pasamos junto al cauce de un recién nacido río Riel, el otro río de entidad de La Sotonera, que se une al Sotón en Ortilla.

Pasamos por el pueblo de Aniés sin detenernos en exceso, ya que todavía nos queda un buen trecho por una pista que coincide con el Camino Natural de la Hoya de Huesca. Vemos el imponente y cinematográfico castillo de Loarre más cerca que nunca. Solo nos resta llanear en dirección este hacia el pueblo de Bolea.

Se cierra en Santa Quiteria una circular magnífica, que nos muestra los bellos y agrestes paisajes de la vertiente sur de las Sierras Exteriores del Pirineo, esas que se asoman con orgullo al llano, a la inmensidad del valle del Ebro.
Ruta completada:
Ermitas rupestres de San Cristóbal de Bolea y Virgen de la Peña de Aniés (recorrido circular que comienza y termina en la ermita de Santa Quiteria, a las afueras de Bolea)