Huesca

Ruta de Chimiachas, un paseo por la prehistoria

Guara tiene encanto. Y lo sabemos todos los que hemos recorrido alguna vez sus caminos. Esta excursión parte desde una de sus joyas, la población de Alquézar, donde cada piedra forma parte de un museo al aire libre.

Con la caminata de hoy nuestra intención es alcanzar un lugar recóndito del Parque donde nos espera un rumiante muy especial, estampado en rojo en un lienzo rocoso, desde donde contempla impasible el discurrir de este mundo desde hace unos 6000 años.

Alquézar fundida en ocre
Alquézar se funde con el paisaje

Los primeros pasos los damos cerca del barranco de la Payuala, dejando atrás antiguos campos de labor donde el almendro parecía ser el gran protagonista. Nos reciben las balsas de Basacol, las que antaño apaciguaron la sed de la tierra y de las gentes de Alquézar.

Cruzamos el barranco de la Payuala hacia Basacol
Cruzamos el barranco de la Payuala hacia Basacol

Estas codiciadas aguas, procedentes de un manantial situado en la pequeña aldea de San Pelegrín, se utilizan ahora en labores de extinción de incendios. A partir de las balsas, el camino se ensancha y los horizontes se amplían. Aparece cincelada, entre los vastos dominios del Somontano de Barbastro, la pequeña huella que ocupa en el mapa el humilde lugar de San Pelegrín.

Las balsas y su esconjuradero
Las balsas y su esconjuradero

A pesar de que el ayuntamiento al que pertenece asegura que San Pelegrín lo pueblan 3 habitantes, son 5 los que censa el INE en 2016. Desde las alturas se puede apreciar perfectamente cómo sus pocos vecinos cultivan la tierra que les rodea, mantienen limpias sus calles y velan por la salud de sus hogares con tejados remozados. Un triunfo a pequeña escala dentro de una sierra cruelmente azotada por la despoblación.

San Pelegrín desde el abrigo de Quizans
San Pelegrín desde el abrigo de Quizans

Son pocos pasos los que nos separan del primer abrigo, el de Quizans. Sus pinturas, contemporáneas a las de Chimiachas, no han resistido tan bien el paso del tiempo. Su orientación sur no ha debido ayudar en su conservación. Los trazos en rojo se observan difuminados, pero en ese covachón, donde enormes buitres parecen flotar en el vacío, queda una muestra más de estilo esquemático, el más abundante en el Parque Cultural del río Vero.

La oquedad prehistórica de Quizans
La oquedad prehistórica de Quizans

Los seres humanos que quisieron dejar una huella indeleble en esa oquedad de la sierra ya conocían la agricultura y la ganadería. El modus vivendi de los últimos pastores de la Sierra de Guara, en la década de los 60, no distaba mucho del de esos habitantes del Neolítico.

Típico paisaje de Guara con su cordal más elevado pintado de blanco
Típico paisaje de Guara con su cordal teñido de blanco

Allí, los alquezranos y radiqueranos guardaron en colmenas artesanales de mimbre o caña (arnas, en aragonés) el preciado néctar de las abejas. Allí, entre esos gruesos muros de piedra, cobijaron a sus rebaños ovejeros de la intemperie y de las temidas tronadas. Allí, captaron hasta la última gota de agua procedente de las filtraciones kársticas de la covacha para cultivar un exiguo huerto que les serviría para complementar su austera dieta.

Un pareja de buitres juega ante nosotros
Un pareja de buitres juega ante nosotros

Y eso fue solo hace 50 años y, sí, da mucho que pensar. Abandonamos el cálido refugio de Quizans, orientado al mediodía, para encaminarnos decididamente hacia el punto más elevado de la ruta, conocido como el Tozal deros Tiestos. En este paraje, la inmensa cordillera pirenaica se muestra con su habitual majestuosidad. No queda muy lejos del Mesón de Sevil, un antiguo caserón —ahora utilizado como refugio montañero— que dio descanso y manduca a los trashumantes que patearon estas veredas desde tiempos inmemoriales.

Nuestro querido frontón pirenaico
Nuestra querida muralla pirenaica

Pero nuestro objetivo es caminar hacia el norte en busca del ciervo que agiganta el arte rupestre de la Sierra de Guara. Aunque el camino para llegar hasta él no fue fácil. El sendero se introduce en la misma cabecera del barranco de Chimiachas, el cual, en épocas más propicias, se convierte en un destino más para barranquistas.

Cauce selvático del barranco de Chimiachas
Cauce selvático del barranco de Chimiachas

No hay más remedio que transitar por el mismo cauce que, en el mejor de los casos, estará seco o, en el peor de ellos, conservará agua, en estado líquido… o sólido. Es el trecho más salvaje de la ruta, de apenas 1 kilómetro, por donde tuvimos que sortear unos centenares de metros de cauce helado entre salvadoras piedras. Ellas fueron las que nos permitieron llegar hasta el segundo abrigo del día, a resguardo de los vientos y en un absoluto y delicioso silencio.

Fiona disfrutando, ¡parece llevar crampones de serie!
Fiona disfrutando en el hielo, ¡parece llevar crampones de serie!

Y hete aquí el ciervo de Chimiachas, un precioso rumiante datado entre los años 4000 y 6000 antes de nuestra era e inmortalizado por una sociedad preneolítica de cazadores y recolectores,  que expresó su fascinación por la fauna que le rodeaba adoptando unos rasgos realistas, alejados del simbolismo y la espiritualidad de los que hicieron gala sus sucesores de Quizans.

¡Arte!
¡Arte!

Adscrito al estilo levantino, cuenta con una expresividad desbordante y un trazo singularmente realista. El animal permanece estático, vigilante y poderoso. Le mantuve la mirada no sé cuántos minutos sin salir de mi asombro. Me sorprendió su tamaño y su soledad. No hay más trazos en la pared, el ciervo lo acapara todo.

Paisaje "guarensis" desde el abrigo
Paisaje «guarensis» desde el abrigo

Sin ruido, la naturaleza se expresa. Fundirnos con el paisaje nos permitió escuchar el vuelo poderoso de los buitres, la algarabía de las chovas piquirrojas, el graznido penetrante de los cuervos, el ulular del viento encañonado en el fondo del barranco, incluso los chasquidos de las ramas del durillo.

Descenso por el collado
Descenso por el collado con la tarde avanzada

Hay hilos invisibles que unen a los hombres,  y en el abrigo de Chimiachas pudimos comprobar que existen y que no importan los miles de años que nos separen. Nos sentimos prehistóricos, felizmente prehistóricos y mucho más humanos.

La silueta inconfundible del Turbón, en la Ribagorza
Los Pirineos ribagorzanos con la silueta inconfundible del Turbón
Prepirineo y Pirineo
Prepirineo y Pirineo

La vuelta la emprendimos por el mismo camino, desviándonos en las balsas de Basacol hacia el Collado de San Lucas. Antes pudimos contemplar las majestuosas Clusas del Vero, que se habían mostrado esquivas en el camino de ida. Su contundencia empequeñece y aturde. El río Vero discurre por las profundidades de este gigantesco mausoleo de piedra.

Los impresionantes cañones del Vero
Los impresionantes cañones del Vero
Alquézar en tonos dorados
Alquézar se prepara para el atardecer

Se acaba el día. Nos espera Alquézar, colgada del risco que la vio nacer, mostrando la misma autenticidad y carácter que la sierra que la cobija a sus espaldas, esa sierra agreste y única llamada Guara.

Ruta completada:

Ruta de Chimiachas

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