Aragón nunca pudo ser sin Santa Cruz de la Serós y el entorno que le rodea. Su patrimonio fue testigo de la consolidación del Reino de Aragón. De esta ubre, situada en los montes de conglomerado de San Juan de la Peña, mamaron parte de los personajes más sobresalientes de este territorio.
La tranquila iglesia lombarda de San Caprasio, edificada en las primeras décadas del siglo XI, nos da la bienvenida. Bien es cierto que la monumental iglesia de Santa María parece querer robarle todo el protagonismo, pero las exquisitas hechuras de San Caprasio merecen una visita, y más teniendo en cuenta que es el templo lombardo más occidental de Aragón.

En la plaza mayor del pueblo, donde se enseñorea un noble castaño de Indias, se erige la iglesia de Santa María, templo románico edificado a finales del XI-principios del XII, y último vestigio del monasterio femenino que alcanzó gran notoriedad con el abadiado de Doña Sancha, hija de Ramiro I, el considerado primer rey de Aragón. Las sorores que dieron nombre al pueblo abandonaron este monasterio en 1555 para marchar hacia la floreciente Jaca.

Por último, el Monasterio de San Juan de la Peña, el que se embute en la piedra, el que catalizó el desarrollo de las tierras norteñas del Reino en la Alta Edad Media, también forma parte de este recorrido pedestre que alcanza su punto más elevado en el monasterio nuevo, ubicado en los llanos de San Indalecio.

Se abandona el pueblo por un sendero indicado que deja a su derecha el bellísimo Barranco de la Carbonera, que se descuelga de las escarpas del Pico de San Salvador, un mirador de primer orden. Entre lazadas, por un camino sabiamente trazado, vamos dejando en el llano a Santa Cruz para adentrarnos en el Paisaje protegido de San Juan de la Peña y Monte Oroel. El graznido de los cuervos y el planeo portentoso de los buitres nos reciben.


El sendero se asilvestra entre bosquetes cada vez más densos de pino y boj. Ejemplares de haya comienzan a medrar en una orientación septentrional propicia como esta. Las vistas de la muralla nevada pirenaica empiezan a ser fabulosas. Desde Navarra hasta el antiguo Condado de Sobrarbe.

Se llega a un cruce de caminos donde es posible descender hasta el monasterio viejo. Nosotros optamos por llanear hasta la pradera de San Indalecio donde se levanta el monasterio nuevo, siguiendo los cánones del barroco de finales del XVII.

Este cenobio nuevo, considerado una de las muestras más perfectas de arquitectura monástica de la Edad Moderna, se erigió en 1682 en vista de la inexorable pérdida de poder e influencia del monasterio viejo y de su avanzado estado de deterioro como consecuencia de destructores incendios.

Antes de descender al monasterio viejo, optamos por asomarnos al balcón que nos brinda la ermita arruinada de Santa Teresa hacia los pagos donde se asientan los núcleos sureños de la Sierra de San Juan de la Peña como Botaya, Osia, Ena o Centenero. En la lejanía se recortan la Sierra Caballera, la de Loarre y los Mallos de Riglos. Lástima que, en este punto, grises nubarrones empezaron a adueñarse del paisaje indicando un cambio de tiempo inminente.


Hora de marchar a buen paso hasta el Monasterio viejo de San Juan de la Peña. Entre ejemplares de haya y roble, y con el siempre melódico repiquetear del agua del barranco sobre las rocas, se llega al cenobio más importante que tuvo el viejo Aragón.

En él, se hicieron enterrar reyes y nobles de todas las épocas, el último de ellos el X Conde de Aranda en 1798, Pedro Abarca de Bolea, un prohombre oscense de Siétamo que participó activamente en la política española durante los reinados de los borbones Carlos III y Carlos IV.

El Monasterio viejo de San Juan de la Peña es ciertamente evocador. Es un monumento que impresiona por su rotundidad e imponencia. El abrigo rocoso donde se incrusta, conocido como el Galeón, ayuda a multiplicar la mística del lugar. Aquí, como no podía ser de otra forma, se funde la leyenda con la historia.

El relato legendario destaca a Voto, un joven zaragozano que se precipitó con su caballo por el cortado del Galeón cuando iba tras un ciervo. Encomendándose a San Juan Bautista, ambos, montura y jinete, lograron pisar suelo firme sin sufrir daño alguno. Allí, en el fondo, descubrió el cadáver incorrupto del eremita Juan de Atarés. Impresionado, decidió ocupar junto a su hermano Félix aquel lugar que consideraron santo.

La explicación histórica es mucho más peregrina y nos habla de la ocupación cristiana de las montañas ante el avance por el sur de los ejércitos musulmanes para poder organizar los primeros núcleos de resistencia. Sea como fuere, tuvimos la suerte de gozar del conjunto monacal casi en absoluta soledad, teniendo en cuenta que este emblema es Monumento Nacional y objeto de largas colas y esperas en temporadas de mayor masificación turística.

Solo nos restaba bajar de nuevo al pueblo de Santa Cruz, ahora sí, confinados por un cielo desgarrado bajo una ligera llovizna. Se acababa el día para nosotros, una media jornada de senderismo de naturaleza e historia, que permite conocer un retazo imprescindible de las memorias medievales de Aragón.
Ruta completada:
Santa Cruz de la Serós- Monasterios nuevo y viejo de San Juan de la Peña
Fuentes de consulta:
Arquitectura Popular de la Comarca de la Jacetania: Santa Cruz de la Serós
Monasterio de San Juan de la Peña («Románico aragonés», web de Antonio García Omedes)