Arguis y su entorno son una mina para el senderista. Su circo de montañas permite alcanzar infinidad de balcones paisajísticos desde donde contemplar grandes extensiones de terreno.
Gratal, Peiró, Pico del Águila, Presín, las Calmas… La lista es amplia, pero ¿por qué no recorrer el fondo del valle para conocer el suelo sobre el que se asienta Arguis y que enfila un río como el Isuela? La salida la realizamos, para mayor seguridad, desde la hospedería clausurada de Arguis. De allí, a la presa del embalse de Arguis, el de mayor antigüedad de Aragón, proyectado en 1683 e inaugurado en 1704.

Los ingenieros ya sabían en el XVII que este cuenco rodeado de sierras era propicio para la construcción de un embalse que colmara las expectativas de los regantes oscenses. Numerosos regatos y barrancos se descuelgan desde las pendientes sierras de Gratal y Bonés. De algún modo había que aprovechar esos caudales.

No obstante, ni el Isuela por sí mismo, ni su red de barrancos y arroyuelos, ni tan siquiera la rústica captación realizada en la cabecera del río Garona a través de la acequia de la Barza consiguieron contentar las necesidades de regadío del llano.

Las fuentes del Flumen fueron la solución. Desde la vecina Sierra de Bonés se desvió parte del caudal del Flumen a través de la celebrada acequia de Bonés. Desde la misma presa, fin del periplo de estas aguas en su cabecera, se tiene una visión sorprendente de la Foz de San Clemente, del río Isuela y de la Fuente de San Clemente, la cual solo brota en época de lluvias. Nosotros tuvimos la suerte de ver esta surgencia activa.

La pista es cómoda y, lógicamente, transitada. Desde esta vertiente se puede acceder a célebres cimas de la Hoya de Huesca como las Calmas y su red de neveros, y el Pico Gratal.

Pero no es nuestro caso, ya que pretendemos agotar todas las posibilidades de la pista que circunvala el pequeño valle del Isuela. Para ello giraremos 180° a la altura del Peiró, cerca del Collado de Labarza, que actúa como divisoria de aguas entre el Isuela y la Garona.

La pista está rodeada de pinos, fruto de una exitosa repoblación, que frena los arrastres de la vertiente norte de la Sierra de Gratal. ¿El problema en esta época? La procesionaria. Mucha atención a los que caminéis acompañados de perros: collar y cuello del animal bien alto. El tiempo pasa deprisa hasta llegar a las inmediaciones del Peiró, que exhibe sus galas invernales pero siempre con su fotogenia habitual.

Desde allí, giro hacia Arguis acompañados, en primer término, por catervas de erizones como mantos de faquir. Aquí hay animales que siguen paciendo, a pesar del avance inexorable de la leguminosa pinchuda.

Hay abundancia de agua en esta zona, pues es donde ven la luz el Isuela y la Garona. Si el trazado norte por donde discurre la pista es una sucesión de pinos, bojes y esporádicos acebos, el trazado sur, el más soleado, es la expresión lunar de un paisaje duro y conmovedor.

Las margas grises o de tonalidades azuladas, en función de la incidencia del sol, se adueñan del paisaje. Estas rocas sedimentarias no permiten muchas florituras al reino vegetal, ya que su falta de cohesión exterior y su dureza interior las convierten en unas malas compañeras de viaje.

Los campos aún incultos en estas fechas añaden más rugosidad a este terreno difícilmente domesticable.

Al río Isuela, que desciende virginal, se le unen infinidad de regatos y barranquillos, tantos que al final perdimos la cuenta. El dato curioso es que la inmensa mayoría se descolgaban de Bonés, de la vertiente de solana. Esta sierra es un sorprendente reservorio de agua.


Entre discretos toboganes, se llega a Arguis, un pueblo que, a pesar de su cercanía con las grandes comunicaciones, sigue conservando su esencia prepirenaica casi intacta.

Chamineras, recios muros, pasadizos, bordas, cubiertas mixtas de losa y teja árabe y una iglesia de origen románico especialmente interesante. Imprescindible perderse un buen rato por sus calles antes de enfilar el camino de vuelta.


Antes de regresar definitivamente a la hospedería, nuestro punto de partida, cruzamos la ermita de Nuestra Señora de Soldevilla, un humilde templo de posible origen románico cuya morfología actual corresponde al siglo XVII.


Tan solo queda patear el último tramo, cruzar la acequia de Bonés y pasar por las inmediaciones del legendario bar-merendero Lafoz, antigua venta, un rincón de esta sierra con muchas historias que contar.


Se completa así una interesante circular que no acapara más de media jornada, que permite conocer el territorio por donde discurren un recién nacido río Isuela y su generosa red de afluentes de cabecera, los cuales consiguen insuflar vida a un terreno áspero como este, pura y orgullosamente prepirenaico.
Ruta completada:
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