Espectáculo con mayúsculas el de este valle que se descuelga desde el Macizo de Tendeñera. Hay lugares que por su cercanía con el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido pasan desapercibidos, pero no para los que buscamos otras sensaciones y destinos diferentes en la montaña.

Casi todo el mundo que visita estos valles conoce la célebre cascada del Sorrosal del municipio de Broto. Merece una y mil visitas, claro que sí, pero el Sorrosal, antes de precipitarse al vacío en Broto, lo hace decenas de veces en una cabecera salvaje, apenas domesticada, donde la mano del hombre se funde con el medio en un abrazo humilde y respetuoso.
El recorrido comienza en una curva de la carretera N-260 al poco de haber superado el pueblo serrano de Linás de Broto. Desde allí, el disfrute está más que asegurado.

Nuestro camino es el del Suaso de Linás, el que utilizaban para subir a los altos puertos, el que sigue conservando su empedrado de bellísima factura a tramos, el que pasa entre abedules y hayas. También es el camino de aproximación para hacer cima en las altas cumbres de Tendeñera.
Atendiendo a la toponimia, que siempre ofrece muchas respuestas, «suaso» intuyo que debe proceder de «saso», palabra aragonesa que habla de una zona con tierra delgada en altura, montuosa y con gravilla. Mismos topónimos se encuentran en Ordesa con sus celebérrimas Gradas y Circo de Soaso. Incluso hay pueblos de montaña altoaragoneses que lo han fosilizado en sus nombres como Sasa de Sobrepuerto o Sasé, por citar algunos. Queda claro por las fotos que de terreno pedregoso, escarpado y flojo vamos bien sobrados en estas latitudes.

Antes hay dos refugios no guardados, el de las Planas de Abozo y el de la Faja. Precisamente, fue en las inmediaciones del primer refugio donde decidimos darnos la vuelta. Pero antes había mucho por ver y disfrutar.

Se cruza, en primer lugar, el coqueto puente de Esmilón, que salva el cauce de la torrentera que se descuelga desde el Pico Toronzué. A partir de ahí, la pista desaparece y se convierte en un auténtico camino pedestre de montaña.

Comienzan a aparecer ramilletes de prímulas y solitarias violetas. Los árboles todavía lucen desnudos, pero con las yemas prestas a eclosionar. Este camino del Suaso es una auténtica delicia por la sombra que ofrece al caminante.

Apuesto a que en invierno debe ser más bien «fresquito». No se tarda mucho en llegar al Puente Sarecho, desde donde se empieza a intuir la majestuosidad del murallón de Tendeñera.

Emprendemos el camino con algo más de pendiente y empezamos a escuchar las aguas bravas del barranco con más nitidez. Entre una intrincada vegetación arbustiva y pinchuda se pueden apreciar saltos y cascadas dignas de aparecer en cualquier postal. Lástima que para poder verlas en toda su magnitud haya que jugarse el tipo.

El bosque empieza a ralear y las primeras manchas de prados aparecen ante nuestros ojos. El ambiente alpino, esa sensación de estar entrando en territorio de alta montaña, comienza a embriagarnos.

Antes nos detenemos en el bellísimo Puente A Pasata, un hito en la histórica red de caminos ganaderos del Sobrarbe. No se conoce su datación, pero sí se sabe que fue felizmente restaurado en 2014. Por muchos años más.

Al poco de abandonar A Pasata, un sonido estruendoso se adueña del camino. Una sencilla indicación de madera nos indica que cerca hay una cascada.

¿Cascada? ¡Una cola de caballo! Esto sí que no estaba en el guion, y estas son, precisamente, las sorpresas que quedan grabadas a fuego en la memoria.

La cascada es doble (una de ellas visible, la otra a medias, a riesgo de despeñarte). El responsable de semejante maravilla es el Barranco Suaso (en los mapas corrientes aparece reflejado como el Barranco de las Planas de Abozo, pero siempre es mucho más fiable la toponimia local).

Quedan pocos metros de ascensión hasta el refugio de la Planas de Abozo y, mientras juntamos pasos, el despliegue de roca y nieve comienza a ser apabullante.

Se escucha a nuestra derecha y muy abajo el Barranco as Arriesas, que se descuelga de los contrafuertes del Pico Otal. Hacia el oeste aparece nuestro particular Eiger, el frontón calizo del impresionante Pico Tendeñera. Justo enfrente de nosotros los colmillos pétreos de la Montaña d’Año.


En la lejanía, el borbotón de agua que da origen al Barranco Suaso y al fotogénico salto de agua que acabamos de ver hace un momento. Cerrando esta postal íntima, los contrafuertes de Navariecho y Toronzué al oeste y el Tozal deras Comas y Mondiniero al este, todos ellos dosmiles de entidad.


Al sur, la panorámica es para enmarcar: el contraste preprimaveral de las laderas desnudas de caducifolias manchadas por la constancia verdinegra de los abetos, el salvaje peregrinar del Sorrosal a través de su enorme cuenca de recepción, el llano amable de Linás, las nevadas laderas septentrionales del Pelopín y la montaña de Yosa ocultando el Sobrepuerto.

Siento cómo se me ensanchan los pulmones, me amplío, pero no puedo dejar de agradecer a la Naturaleza que me haga sentir tan parte de ella y, a la vez, tan pequeño, aquí, a mitad camino entre el llano y las altas cumbres. La montaña te enseña el significado auténtico de la palabra «humildad».

Toca bajar, ahora por donde el sol de tarde calienta nuestros cuerpos algo destemplados por el relente. Desde aquí podemos contemplar el camino de ida, ahora totalmente engullido por la sombra.

Una hilera de barranquillos se descuelga saltando en forma de cascadas desde Toronzué; los viejos aterrazamientos de Solanieto parecen una postal genuina del auténtico Pirineo.

A nuestra vera, se levantan bordas, casi todas ellas en buen estado de conservación, entre verdísimos prados. Creemos estar inmersos en el Pirineo de principios del siglo XX. Y estoy seguro de que no vamos mal encaminados.


Aquí se respira pureza y grandeza a partes iguales. Con un sol ya debilitado, llegamos a Linás de Broto, un pueblo que guarda celosamente las peripecias vitales de una familia montañesa que espero poder contar algún día en este blog.

Antes de emprender el camino de vuelta, decidimos ver atardecer en un lugar mágico del Alto Aragón: la iglesia de San Bartolomé de Gavín, adscrita a las Iglesias de Serrablo, la que fuera parroquial de un antiguo asentamiento medieval desaparecido.

Su torre de mediados del siglo X es una maravilla del arte constructivo altomedieval. Su frontal de rosetas, su friso de baquetones, sus ventanitas aspilleradas de raíces prerrománicas acompañan los últimos instantes de esta jornada. El Barranco de San Bartolomé nos despide con un aliento gélido pero sereno.

Un silencio pesado y profundamente reparador se adueña de este rincón sacralizado entre montañas. Somos muy conscientes de que no podríamos haber elegido mejor lugar para honrar, una vez más, un día de montaña inolvidable.
Ruta completada: