Visita de unos cuantos, siempre pocos, días al vecino valle navarro de Roncal. Como siempre, calzarnos las botas es la mejor forma de conocer este valle pirenaico, que alberga tanta historia como historias que contar.

Un discreto paseo entre dos poblaciones vecinas como Roncal y Uzainqui es una forma perfecta de conocer el patrimonio urbano y fluvial de ambos municipios.

El camino se inicia en el Barrio de San Juan de Roncal, tras cruzar el puente sobre el río Esca, el río almadiero por excelencia de Navarra, y el último en ver pasar estas balsas de madera. Esta actividad, no exclusiva de este valle, también se vio en otros como el de Salazar o el de Aezkoa.

Conviene, antes de salir, deambular un rato por las empinadas calles de Roncal para conocer la casa natal del tenor Julián Gayarre, la iglesia fortificada de San Esteban de estilo gótico-renacentista, empaparse de las notables muestras de arquitectura popular roncalesa y asombrarse con las colosales dimensiones de las casas señoriales Sanz Orrio y López, con sus frontispicios barrocos y hermosas balconadas de madera.


También deleitarse con la maravillosa sencillez del lavadero que aprovecha las aguas de un regato que se descuelga de la montaña, pasear por el barrio del Castillo para contemplar la villa roncalesa desde otro punto de vista, en definitiva, aprovechar que Roncal es un pueblo de modestas dimensiones pero muy bien conservado.

Todo el Camino Real roncalés está convenientemente indicado con unas marcas de pintura azul y roja. El trazado de este camino se remonta a la época en que los romanos proyectaron con maestría los caminos por donde debía discurrir el tránsito de mercancías y personas.

Miles de años después, los habitantes de este valle navarro comprendieron que estas sendas y veredas no podían ser engullidas por la invasiva vegetación, que no se podía diluir el recuerdo y la memoria de tantas gentes que dieron vida a este valle antes de que ellos llegaran.


Unas vías modestas, casi siempre caminos de herradura, por las que sus antepasados habían transitado por las riberas del Esca durante siglos o por donde esas valientes mujeres de este y otros valles aragoneses vecinos, las llamadas «golondrinas», habían cruzado en otoño el Puerto de Belagua para emplearse unos meses en los modernas fábricas de alpargatería de Mauleón y alrededores con el objetivo de ayudar en la menguada economía familiar.

Un acto de justicia. Muchas administraciones deberían tomar nota. Estos caminos combaten la desmemoria y el olvido del mundo rural y son intervenciones sencillas, nada pomposas, que no agreden el entorno, que se mimetizan con él y lo respetan. Un bofetón a los dirigentes que gustan de foto, titular en el periódico y palmaditas en la espalda.

El río Esca-Ezka es un maravilloso corredor natural, lleno de vida, que ha servido a las gentes del valle como coto de pesca, lavadero, generador de energía eléctrica, carril acuático de almadías y lugar de esparcimiento para pequeños y mayores. Nada se entiende sin el río, ninguna de las siete villas que componen este valle podrían haber prosperado sin él.

En Urzainqui-Urzainki, el pueblo más pequeño del valle, el tiempo parece transcurrir más despacio. Los arroyos de Urralegui y Urrutea alimentan el caudal de un ya de por sí vigoroso Esca.

Su iglesia de San Martín de Tours, de finales del XIII, sorprende por su aspecto compacto y fortificado. En la margen derecha del Esca aparecen la ermita de San Salvador, antigua parroquial, y, a su vera, el crucero renacentista de finales del XVI.

La vuelta, por no realizarla por el mismo camino de ida, la completamos por una pista forestal que se encarama por la soledad perfumada de pino de las partidas de Kunbieta y Mendigatxa para bajar dulcemente hasta la villa de Roncal y así finalizar un recorrido corto pero cargado de intensos aromas del pasado.
Ruta completada: