Mata de Haya es la joya caducifolia del alto valle de Belagua, donde la cordillera se encarama inexorablemente hacia las nubes, con un llano repleto de bordas que destilan el aroma más tradicional de la alta montaña navarra.

Antes y ahora, este lugar marcó siempre para los roncaleses el punto de inflexión entre el llano y la montaña, entre el último lugar a resguardo de las nieves y la travesía hacia lo impredecible.
El paseo por Mata de Haya, también llamado el Rincón de Belagua, te permite recorrer los lugares umbríos de la inmensa mancha de hayedo que puebla la ladera oeste del pico Txamantxoia.


Aquí, precisamente, se hallan los hayedos mejor conservados de los Pirineos occidentales. El camino se encuentra perfectamente marcado y discurre entre hayas altivas que buscan con ahínco ganar la batalla por encontrar el cielo.

Hay otros ejemplares que, sin tanta competencia a su alrededor, han conseguido desarrollar unos fustes inmensos, imposibles de circunvalar, con unas ramas atormentadas y retorcidas que se asemejan a las de una inmensa vid.

Es un bosque viejo y nosotros rejuvenecemos en él. El trino incesante de herrerillos y carboneros, el canto atávico del cuco en la lejanía, la sombra agradecida de unas hayas con sus yemas a punto de estallar, algunas orquídeas tempraneras, la concatenación de regatillos que refrescan la vista y el cuerpo. Qué más pedir.

Una vez abandonado el hayedo, el sendero se dirige en dulce pendiente a buscar el recién nacido río Belagua. Las vistas hacia los picos Larrondoa y Lakartxela son inmejorables. La sucesión de bordas dispersas al margen de la carretera general reflejan la ocupación pastoril de estas llanadas desde antiguo. Estamos ante el último territorio amable antes de que las murallas pétreas cerquen la cabecera del único valle glaciar de Navarra.

Toca cruzar el Belagua, el río de aguas punzantes. No encontramos paso factible a pesar de buscarlo con insistencia. Así que no hay más remedio que descalzarse y sentir el aguijonazo en los pies de las frías aguas de montaña. Pero poco importa si lo que luego has de encontrar es un dolmen datado aproximadamente en el año 3500 antes de nuestra era. Es el dolmen de Arrako.

Sorprende su excelente estado de conservación a pesar de que fue utilizado sistemáticamente como refugio por pastores de estas tierras: es un dolmen con galería cubierta, abierto en la parte frontal, con una losa de cabecera y tres laterales en cada flanco.

Un crómlech con 15 piedras testigo completa este importante monumento megalítico navarro. Los primeros habitantes de los llanos de Belagoa eligieron este lugar para que sus muertos contemplaran las estrellas, para que se sintieran más cerca de ellas. No es cualquier cosa y, por supuesto, su ubicación no es fruto del azar.


No es casualidad que la Ermita de Nuestra Señora de Arrako, advocada a Santa Ana, se encuentre a escasos metros del monumento funerario neolítico. Una muestra más del afán del cristianismo por apagar y amortiguar la llama del paganismo y de los ritos asociados a la Madre Tierra. Se le supone construida en el siglo XIII, justo donde pasaba el antiguo camino que subía hasta el Puerto de Belagua, que comunica con el territorio histórico de Sola-Zuberoa.

Desde aquí también se pueden completar excursiones más exigentes en cuanto a desnivel hacia los casi dosmiles que escoltan este paisaje de ensueño. Pero no era el día. Nos tocaba volver de nuevo a la sombra de nuestro querido hayedo para completar un recorrido circular de lo más interesante, que combina naturaleza, etnografía e historia.

Las tierras que pisamos ese día fueron sacralizadas hace ya miles de años. Conviene no perder de vista por qué esos hombres, no tan diferentes a nosotros, consideraron que esa tierra, tan dura como hermosa, era digna de ser morada de lo eterno.
Ruta completada:
Circular Mata de Haya (en función del caudal y de la época del año se podrá cruzar con más o menos garantías el río Belagua. Nosotros no llegamos a encontrar un paso lo suficientemente seguro para evitar descalzarnos).