Irati es un símbolo. Es el Sancta Santorum de los bosques caducifolios del norte de España. Y teniéndolo a poco más de una hora de Roncal, ¿cómo íbamos a perdernos el espectáculo que nos iba a ofrecer su selva?
La Selva de Irati se trata del segundo mayor hayedo-abetal de Europa después del de la Selva Negra, ¿hay acaso un motivo más poderoso que este para perderse por sus sendas? Los lugareños de los valles de Aezkoa y Salazar afirman, orgullosos, que la montaña nunca ha separado a las gentes en Irati.

Son 17.400 hectáreas de bosque viejo, maduro, del que el hombre ha sabido sacar partido sin alterar sustancialmente sus ciclos naturales.


Errekaidorra («regata seca», en alusión a la pasarela construida sobre este arroyo para unir los valles históricos de Soule y Salazar) es el sendero elegido para conocer el corazón de Irati, que transcurre siempre con el murmullo del río Urbeltza («el río de aguas negras»).

El recorrido debuta en las Casas de Irati, antiguamente conocidas como las Casas del Rey, antiguo acuartelamiento que daba cobijo a los guardias de este rincón de Irati, con el objetivo de preservar la integridad de esta fábrica pirenaica proveedora de recursos madereros.


Desde aquí se contempla la llegada del otro río, el Urtxuria («el río de aguas blancas»), que, junto con el Urbeltza, darán lugar al río Irati, el que pocos kilómetros más tarde se remansará en el pantano de Irabia. Durante la primera parte del recorrido, caminaremos por la margen derecha del río, en territorio navarro.

Abetos, hayas, abedules, sauces, alisos, fresnos y tejos serán nuestros compañeros estáticos de viaje. Al poco rato, el sonido tumultuoso del agua nos indica que estamos cerca de la Cascada de Itsuosin o del Cubo, en alusión al «pozo ciego» que se forma tras el violento precipitar del agua. Belleza auténtica la de este lugar.

Este sendero es un museo al aire libre, con multitud de paneles interpretativos que explican los usos forestales ancestrales que se dieron en Irati.

También se da a conocer, con suma sensibilidad, el palpitar de la selva de Irati durante las cuatro estaciones del año. En estas espesuras nacían los grandes remos fabricados con enhiestos troncos de haya que impulsaron las galeras mediterráneas hace ya cuatro siglos.

También se fabricaron mástiles gigantes con enormes ejemplares de abeto para poder izar las velas de esos mismos galeones. Estos mástiles viajaron a los astilleros de Cádiz, Cartagena o La Rochelle. El siglo XVIII fue una centuria de auténtico furor naval.

La Marina Real española invirtió ingentes cantidades de dinero para transformar estos bosques mal comunicados pero de una riqueza natural incalculable. El XVIII fue una época de conflicto y tensión constantes entre España e Inglaterra, que culminó en 1805 con la derrota de la coalición francoespañola en la célebre Batalla de Trafalgar.

Las esclusas también fueron importantísimas para poder crear modestas represas con las que aprovisionar de caudal el mermado Urbeltza en los estiajes veraniegos. Estuvieron activas hasta 1940.

También en estos bosques se fabricó carbón y ceniza para abastecer a las industrias de hierro, cobre y armas de Mendibe, Txangoa y Orbaizeta y la pequeña fundición de vidrio de Iratisoro hasta el siglo XIX.

Residuales en Irati fueron las vías desmontables del sistema Decauville, que se instalaron en el primer tercio del siglo XX en barranqueras secas o de escaso caudal, donde el transporte animal resultaba muy penoso por la orografía. No obstante, allí donde pudieron ser instaladas, la productividad de la extracción maderera aumentó considerablemente.

A la vuelta, en la confluencia del arroyo de Errekaidorra y el barranco de Logibeltza, en la famosa pasarela que ha conectado dos mundos fraternales, se halla, en discreta posición, la muga 231. Estas modestas tallas rocosas son testigos mudos del paso incesante de gentes rudas de montaña, de refugiados políticos, de maquis resistentes o de contrabandistas en busca de fortuna.

No hay que olvidar que estas sendas fueron los caminos que vertebraron Irati desde antiguo, hasta que la explosión de pistas forestales tejió un tupida red de caminos transfronterizos. Caminamos por sendas antiguas, cuyo trazado se pierde en la noche de los tiempos. Que aquí, en Irati, se encuentra la mayor concentración de restos megalíticos de todo el Pirineo.

El recorrido, que está a punto de terminar, sabe a poco porque Irati es capaz de ofrecer mucho. Nos quedamos con la imagen de un bosque íntimo y emotivo, ampliada en sensaciones por jirones de evocadora niebla y fina lluvia, matizada por los primeros fulgores de una primavera naciente. ¿Cómo un lugar así no iba a hacer brotar historias, cuentos y leyendas?

La Selva de Irati espera porque no podemos olvidarla. Ahí quedan sus frondas, regatos, aromas y penumbras. Quién sabe si el Basajaun, señor y protector del Bosque, será el que nos guíe en nuestra próxima aventura.
Ruta completada:
Fuentes consultadas: