Ya quedan menos pueblos por conocer en Sobrepuerto. Basarán ha sido el último. Se trata del punto intermedio de esta ruta, pero antes y después de alcanzar este pueblo deshabitado en la década de los 50, hay mil y un detalles que no pueden, ni deben pasar desapercibidos.

Bergua, una vez más. ¿Cuánto veces te hemos visitado? Bajada maravillosa hasta las pasarelas del Forcos. De nuevo, ¿cuántas veces hemos fotografiado tus aguas? Pero esta vez no nos dirigimos hacia el solano de Sobrepuerto, sino que nos introducimos en la umbría de Basarán, en la margen derecha del Barranco A Glera.


Y, no, no podemos pedirle más al camino: frescor, agua cristalina de los barrancos del Paco y Abé, estallido primaveral de las caducifolias, tapices vegetales que crujen a nuestro paso, vistas hacia el vecino pueblo de Escartín y el pico Manchoya que recibió las últimas nieves la noche anterior…

Las sensaciones en primavera se multiplican, los invertebrados, animados por el vigoroso sol, campan excitados a sus anchas, los árboles comienzan a vestir sus mejores galas después de un invierno desarropados.

Los horizontes de clorofila inundan el bosque, la savia vuelve a circular por las venas leñosas, la luz se torna cegadora y potente, el aire alberga perfumes de aromáticas. La vida, y nosotros con ella, siempre se abre paso a borbotones.

Y hace no mucho tiempo hubo gentes que formaron parte de estos ciclos naturales, se fundieron con sus dinámicas, sacaron el máximo provecho a sus peculiaridades. Fueron gentes sabias, muy sabias, aunque ni ellas mismos lo supieran, ni se las dieran de ello y nadie nunca se lo reconociera.


A nosotros, nacidos en el desarrollismo loco de los 80, nos queda conocer, valorar y recorrer los caminos que otros abrieron. Denunciar lo mucho que se ha perdido y lo que se sigue perdiendo es una cuestión de justicia. Y sin redenciones, por favor.


Al abandonar el bosque caducifolio y superar el refrescante Barranco Abé, enlazamos el camino de herradura que nos dejará en unas pocas decenas de minutos en Basarán. Antes, se puede aplacar la sed en la recuperada fuente A Closa, con el año 1932 grabado en la pileta. Closa es una voz aragonesa que señala un «campo cerrado con una pared».


Basarán, el pueblo que según su probable toponimia euskérica podría ser «la selva del valle», es un amasijo vencido de piedras, losas y maderos que apuntan al cielo. El tiempo y la codicia del hombre han hecho estragos en este rincón maravilloso de Sobrepuerto. Del tiempo y su discurrir no se puede esperar más que ruina inevitable. ¿Del hombre? Expolio impune y ensañamiento.

Duele leer que, al poco de que el Patrimonio Forestal del Estado cosiera de pistas todo Sobrepuerto, llegaran saqueadores de todo pelaje a profanar la memoria de sus hasta hace poco habitantes. Pistas y accesos dignos que nunca tuvieron los legítimos habitantes de esas montañas.

Basarán, claro, no fue una excepción. Duele también saber que fue objeto de prácticas y maniobras militares. Hacer la guerra en pueblos deshabitados. Sensibilidad al servicio público.

Subimos hasta la Cruz de Basarán, cruce histórico de caminos de Sobrepuerto. Allí hacemos un descanso. Desde aquí no hay pueblo de la redolada que no pueda ser abordado.


Vemos el sagrado Oturia en el horizonte mirando hacia el sur, el pueblo de Otal mimetizado entre bancales hacia el norte, Escartín y, más hacia el este, la Sierra de la Corona con Asín de Broto descansando sobre sus faldas.

Pese al daño irreparable, a Basarán no le podrá nadie despojar de su privilegiado emplazamiento. Es médula y nudo de Sobrepuerto. Y ahí queda.




Es hora de volver, pero no por cualquier sitio, sino por el camino que comunicaba los pueblos de Basarán y Escartín por el barranco. El tajo que ha excavado el Barranco de Otal es colosal y es una delicia volver a introducirse de nuevo por las orientaciones más atlánticas de la ruta.

Ahí enfrente, la legión de marcescentes en la solana se muestra algo perezosa y solo unos pocos ejemplares parecen querer despertar del letargo invernal.

Mientras tanto, las caducifolias vuelven a vigilar nuestros pasos. La luz se tiñe de reflejos verdes. La humedad impregna el ambiente. Hace nada, el perfume de las jaras y tomillos era el que nos hacía sentir como en las montañas de Alicante. Centenares de metros más abajo, estábamos entrando en el universo atlántico.

Y el rumor del agua cada vez más audible. Ahí llegan las aguas que nacen en el circo de montañas de Otal. Con un salto ganamos la margen izquierda del barranco, que ya no abandonaremos. Las aguas cristalinas no quieren desentonar con el paisaje y muestran tonalidades verdemar imposibles.

Primer estruendo. ¿Quién baja por ahí? ¡Ah, pero si es el Barranco Abé! Y qué manera de bajar a la Glera. Segundo estruendo. Emoción. Nos acercamos por un flanco en el que no había reparado nunca. Por la espalda. Por el lugar donde se inicia el descenso deportivo de este barranco.

¡Qué imagen! Agua, roca y vegetación. Hierofanía. El Barranco d’os Güertos se precipita dulcemente entre musgos, no así el de Otal que cae formando un poderoso tubo de agua. No hay alma mínimamente sensible que no se conmueva con esto.



Vamos a observarlo de frente, como siempre, disfrutando al máximo de su clásica visión. Ahora el único protagonista es el Barranco de Otal, avistado desde las delicadas aguas de Os Güertos. Me faltarían carretes aquí si hubiera nacido en la era analógica.


Por último, visito la que supongo sería la ubicación de la piedra ciclópea que unía ambas márgenes. De ella nada queda porque una barrancada se la llevó. Aquí, en ciertos lugares, el tajo es tan estrecho que tienes la (falsa) impresión de que podrías ganar la otra orilla de un salto.

Sí, es el Puen d’as Crabas. La gema natural que más brilla en Sobrepuerto. Para antiguos habitantes de la zona, el paraíso terrenal, el lugar donde alimentaron sus sueños infantiles que siguen igual de candentes de mayores. Para nosotros, un enclave que merece ser protegido y conservado, como tesoro que es.

La vuelta se remata por la Carrera Otal, con un trazado prácticamente llano, acompañando siempre al río por la margen izquierda. Grandes paredes, algunos chozos pastoriles, articas y fajas ganadas a la montaña, hoy yermas.

Atravesamos el Barranco de San Climende y las pasarelas ya están a tiro de piedra. Nos sentimos bien aquí. En poco más de 14 km hemos visto, aprendido y vivido tantas cosas que solo podemos darnos por muy satisfechos.


Cada vez que recorro las sendas de este lugar, me pregunto por qué razón sigue durmiendo el sueño de los justos la Declaración de Paisaje Protegido en algún cajón que, a fuerza de no abrirlo, se habrá atascado o se habrá llenado de mugre. Desde aquí lo tenemos claro, y por muchos motivos, ¡Paisaje Protegido de Santa Orosia y Sobrepuerto!
Ruta completada:
Circular Bergua-Basarán por el Puen d’as Crabas
Fuentes consultadas:
Guía de Sobrepuerto, VV.AA., editada por la Asociación O Zoque
2 comentarios sobre “Basarán, cruce de caminos de Sobrepuerto”