Un año más volvemos a recorrer Sobrepuerto entre amigos, compartiendo caminos, horizontes y vivencias. Unas cuantas decenas de amantes de la montaña decidimos patearlo de norte a sur para valorar sus innumerables atractivos.

El primer día arrancó pronto en el célebre túnel de Cotefablo, desde donde veíamos nuestra primera parada, la cima del Pelopín. La mañana se despertó brumosa, fresca y apacible, lo que hizo que nuestros pasos fueran ligeros y ágiles hasta alcanzar los 2007 metros de esta atalaya.

Almorzar desde allí fue la mejor manera de apreciar el territorio que se abría ante nosotros y que queríamos transitar durante toda esa jornada. Hay pocos lugares de media montaña tan apropiados para divisar grandes horizontes como el Pelopín.


Recogidos los bártulos, emprendimos camino por el cordal repleto de subeibajas que desemboca finalmente en la Manchoya. La siguiente parada para tomar fotos fue el pilón monumental de la Monchoa, un referente de la historia pastoril de la zona.


Ganados de apacibles vacas y traviesas cabras se cruzaron en nuestro camino, con unas vistas diferentes hacia Otal y Anielle, oculto este último por el Cerro del Castillón.


Justo enfrente, la mágica ermita de San Benito de Erata divisaba impasible nuestro caminar hacia el punto más elevado del Sobrepuerto. Ya en el Tozal de la Virgen, aparecían en el plano más cercano Escartín y sus mosales de piedra, construcciones agropecuarias casi intactas para ordeñar a las ovejas.


Desde las alturas escuchamos con total nitidez el bandeo de campanas de la Iglesia de San Julián por la fiesta anual que celebran los descendientes y antiguos habitantes de Escartín el primer fin de semana de julio.


Seguro que no faltaría en la fiesta del recuerdo el buen queso del que siempre hizo gala este lugar de Sobrepuerto. Ya solo quedaban remontar los últimos metros hasta el vértice geodésico de la Manchoya, que nos alzaba hasta los 2033 metros, punto culminante de la ruta.

Parada breve para contemplar con total claridad los lugares de Cortillas con su torre faro de la iglesia de los Santos Reyes, el prácticamente difuminado Cillas, el cada vez más mimetizado con el entorno Basarán y el modesto en extensión Sasa. Adivinable también la Pardina Fenés a través de un inequívoco claro de bosque a espaldas de Sasa.

Hasta este momento el tiempo nos había respetado, pero, a la entrada de nubes por el oeste, se le había unido también por el norte, así que nuestro destino estaba escrito: la lluvia iba a hacer acto de presencia, pero no iba a aguarnos la fiesta, ni mucho menos.

Desde la cima de la Manchoya empezaba un vertiginoso descenso, primero, hasta la Pardina de la Isuala, donde aprovecharíamos para comer y, más tarde, hasta el Barranco Forcos.

Pero, entretanto, dos lugares mágicos nos aguardaban: el propio despoblado medieval de la Isuala y la Iglesieta de los Moros. En la Isuala nos sorprendió la lluvia e interrumpió el I Campeonato Mundial de Alquerque (sí, mundial, porque precedentes modernos, que se sepa, no existen) que pretendíamos celebrar en el lugar donde se halló esta piedra-juego, probablemente datada entre los siglos XIV y XV.

Allí, en la Isuala, haciendo honor a su etimología de «lugar aislado», gozamos en soledad de los restos de un poblado que dejó de existir como tal en 1695. La fuente más cercana dista un kilómetro, y su caudal está tan mermado, que apenas se la puede tener en cuenta.




Su terreno quebrado y permeable, ubicado en un espolón calcáreo del solano de Bergua, hace que el acceso a un bien indispensable como el agua siempre fuera un problema persistente en esta pequeña población. Pese a que estamos relajados con nuestras prendas gore-tex y botas impermeables, aquí la vida no debió ser más que supervivencia.


De bajada, por el trazado tradicional más directo, recuperado por el infatigable Enrique Vidania, gozamos de una panorámica inmejorable de Bergua y su bosque de umbría. La Iglesieta de los Moros nos esperaba.

Y, una vez allí, ¿cómo iba a dejar pasar la oportunidad de entrar en su cueva eremitorio? La fricción humana con la piedra ha sido constante a lo largo de los siglos, de ello da fe su grado de pulimento.

Acceder a su interior es entrar en otra dimensión. Solo nuestros frontales iluminan una sala donde solo nos rodea silencio, polvo y estalactitas. Enmudecer y dejar que la oscuridad nos envuelva debe ser lo más parecido a volver al vientre materno. Sensación de paz absoluta, pese a mi reticencia inicial a formar parte de las entrañas de la tierra.

La surgencia del Barranco Sanzalbe, el mismo que le negó el agua a los de la Isuala y se la dio a los de la Iglesieta, alimenta este sistema de toba calcárea. Aquí nunca hubo problemas de acceso al agua. Sí obvias restricciones de espacio, pero nunca faltó, ni falta el líquido elemento.

La advocación de esta cueva eremitorio es desconocida, pero se sospecha que pudo estar dedicada a San Úrbez, el patrón de las montañas. Su origen se supone al amparo del vecino monasterio de San Pedro de Rava en el siglo X, cercano a la desembocadura del Forcos con el padre Ara.

Una vez abajo, unos pocos cuerdos optaron por subir a Bergua por el camino tradicional de las pasarelas.


Otros muchos locos decidimos seguir el camino abierto por el Forcos para fundirnos con unos parajes salvajemente bellos, a través de un territorio inhóspito que supuso el colofón a una ruta físicamente exigente pero de gratitud y recompensa infinitas.


La tarde-noche en Bergua sirvió para dar por finalizado el campeonato de alquerque, cenar opíparamente como ya viene siendo costumbre y amenizar la noche con unos buenos bailes y cantos embutidos en nuestros abrigos invernales bajo la fría noche de Sobrepuerto.


A las primeras luces de la amanecida ya estábamos tomando el camino hacia Fiscal por caminos recuperados, una vez más, por el incombustible Vidania. De la joya prerrománica de San Bartolomé a la recóndita San Jaime por el camino d’as Frezualas y de San Jaime hasta la Pardina de Asué por el camino del Quiñón.

El trabajo descomunal de Enrique ha permitido que los amigos de Sobrepuerto podamos disfrutar de la belleza incuestionable del Paco de Bergua, trufado de caminos inexplorados desde hace décadas, que el abandono de las prácticas agropecuarias tradicionales ha transformado en lugares que parecen pertenecer al mundo de la imaginación y de los sueños.

En la Pardina de Asué, balcón natural del alto valle del Ara, almuerzo rápido y pies en polvorosa hacia Berroy a través de un precioso sendero.


La estampa de Berroy entristece, más aún sabiendo que Lardiés, habitado, está unos pocos kilómetros más abajo. Pero Berroy habita en el limbo de lo irrecuperable y, en este punto, el abandono no perdona.

Su iglesia, advocada a San Ramón Nonato, es quizá lo único destacable de su conjunto urbano. Su plazuelita enfrente de la iglesia, con vistas hacia la imponente y verde Canciás, dulcifica la sensación áspera de desamparo.


Fiscal ya está a tiro de piedra. La IV Andada está a punto de echar el cierre, pero aún nos queda la comilona en la antigua herrería de Fiscal, donde nos damos por bien servidos. En las despedidas sabemos bien a quién veremos más pronto que tarde y a los que quizá veremos en el mismo lugar el año venidero.

Sea como sea, Sobrepuerto nos ha unido una vez más. El éxito de estas jornadas de convivencia montañera es su gente, que la hacen grandes. Sobrepuerto pone a nuestra disposición un escenario inmenso, diverso y multicolor, pero los actores dan suficientemente la talla. Por muchos, muchos años más.
Ruta completada:
Primera jornada: Túnel de Cotefablo – Pelopín – Manchoya – A Isuala – Iglesieta d’os Moros – Barranco Forcos – Bergua
Segunda jornada: Bergua – Ermita de San Bartolomé – Ermita de San Jaime – Pardina Asué – Berroy – Lardiés – Fiscal
Datos completos:
28,96 km totales
1338 m de desnivel positivo
2005 m de desnivel negativo