Paniza sabe a vino y sus chimeneas huelen a madera de carrasca. Es tierra de ilustres aragoneses que han luchado y siguen luchando por hacer de la sociedad un lugar más digno. Desde la lexicografía, desde la historia, desde la etnografía, desde la ciencia.

Es tierra vieja, siempre pegada a un collado que fue y sigue siendo objeto de trasiego constante. Encrucijada de caminos entre la llanura del gran Ebro y los fríos páramos de las tierras de Daroca y Campo Romanos.

Su puerto, el de Paniza, sirve de istmo entre la Sierra del Águila y su espina dorsal, la Sierra de Algairén. Otros consideran que la montaña de Paniza sigue siendo Algairén, y no les falta razón.

Sea como fuere, es el gran punto débil de esta sierra paleozoica, por donde discurría el camino viejo de Daroca, ahora orillado por la gran autovía A-23. Y ese es nuestro objetivo.

Subir por este camino de montaña tradicional y bajar por el camino que utilizan los paniceros para subir en romería hasta el Santuario de la Virgen del Águila, escoltados siempre por un carrascal en excelente estado de conservación.

La ruta se inicia en la ermita de San Gregorio y en el peirón de la Virgen del Pilar. Nuestro hito, que es el santuario, nunca desaparece de la vista. Al poco de abandonar la población, los viñedos de estas tierras silíceas y pizarrosas acompañan nuestros pasos. Los hay de cepas viejas, otros exhiben juventud, todos ellos protegidos bajo el paraguas de la Denominación de Origen Protegida Cariñena.

Algunos ocupan vaguadas y llanos amables, otros se encaraman con enorme flexibilidad por las laderas ganadas al carrascal. El trasiego de vehículos a motor comienza a ser audible. La carretera nacional, ahora infrautilizada, sigue siendo objeto de culto para muchos motociclistas y algunos ciclistas románticos.

No es una carretera del todo agradable en el más crudo invierno pues, debido a su escasa insolación, suele deparar sorpresas poco simpáticas para el que la transita despreocupadamente.

Este rincón de la Ibérica, por su especial orografía, orientación y altitud, suele retener bastantes precipitaciones en forma de nieve cuando las borrascas vienen de sur o de oeste y chocan contra la sierra. Sigue siendo habitual encontrar complicaciones en el Puerto de Paniza por notables acumulaciones de nieve o placas de hielo.

El camino se transforma en sendero a la altura de la bifurcación hacia la Fuente del Hontanar. La pendiente se modera, pero nunca es asfixiante. Se deja caminar a paso ligero. Las carrascas parecen querer abrazar la senda y la presencia de mojones delimitan el monte público con que sigue contando este importante camino.

Cerca ya de coronar el puerto, aparece la Paridera de las Navas, devastada y deshecha, solo acompañada por el cercano zumbido metálico de automóviles y camiones de gran tonelaje, imbuidos por las prisas y menesteres del siglo XXI.

Aquí, a escasos metros de separación del presente y futuro, me hallo en el pasado siglo XX, solo separado por un fino velo que puedo descorrer con mis manos. Piedras silíceas toscamente canteadas y rejuntadas con mortero tradicional, columnas revestidas con fino ladrillo y techumbres de madera, cáñamo y teja de barro.

Emocionante legado constructivo anclado a la tierra. Sé que soy y pertenezco a esos coches que bajan raudos por el asfalto del puerto, pero me fundo libre de complejos con las vigas carcomidas y los hirientes rosales silvestres que conquistan sin miramientos cada rincón de este humilde corral.


El santuario, punto culminante de esta ruta, ya se ve muy próximo. Solo unas revueltas asfaltadas más y podremos descansar. Una vez arriba, las vistas panorámicas son las prometidas, como también el viento gélido que se cuela entre las oquedades.

El Santuario de la Virgen del Águila, con cierta semejanza a un cortijo andaluz por su encalado y morfología, permanece cerrado a cal y canto. Su última reforma data de principios del siglo XIX, después de que los franceses arrasaran estos pagos en la Guerra de la Independencia.

También hicieron desaparecer el valioso retablo renacentista de su compatriota Gabriel Yoly, el escultor francés afincado en Aragón en el siglo XVI. El odio demuestra que las banderas, las que ahora tantos enarbolan, no son más que meros trapos testigos de las miserias humanas.

Los Pirineos lucen como blancos dientes en la lejanía. No se dejan ver tan bien como las vecinas sierras ibéricas que tenemos a meridión.

Qué bonito luce el Pico de San Bartolomé de Villadoz, qué estampa tan recia la de la Sierra de Herrera, coronada por otro santuario, el de la Virgen de Herrera. Tupidos carrascales cubren sus laderas, dejando entrever algunos lunares donde siempre descansaron y apacentaron numerosos rebaños.


Toca bajar por el Camino de la Virgen, camino romero por excelencia. En esta arteria central de la sierra, el carrascal es mucho más maduro y frondoso.


En los bordes del camino, se enseñorean algunos ejemplares de noble porte, pero nada comparables con la estampa regia de la Carrasca de la Virgen.

Este Quercus ilex está catalogado como árbol monumental y singular de Aragón.


En el siglo XVI, siglo de climatología funesta que engendró mentes enfermas de penuria y miseria, fue origen de la leyenda que dice que la Virgen María, apareciéndose en un nido de águila en esta carrasca, conminó a los panicenses a levantar un recinto sagrado en lo alto para devolver la prosperidad a las tierras agostadas por la sequía.


La historia es más tozuda y nos cuenta que antes del XVI ya hubo culto eremítico en esas crestas, y que, por supuesto, hubo ritos precristianos que la doctrina religiosa imperante se afanó en sofocar.


Y a mí que me parece que esta noble carrasca tiene un porte hebraico, con sus ramas confabuladas para simular la figura de una gran menorá…

Solo nos queda llanear para llegar al pueblo que vio nacer a la lexicógrafa María Moliner, adorada por los que nos dedicamos a la traducción, al poeta y también traductor Ildefonso Manuel Gil o, más recientemente, al historiador Francisco Burillo Mozota.


Un paseo por el pueblo para conocer la iglesia mudéjar de Nuestra Señora de los Ángeles y sus casonas y palacios renacentistas de la Calle Mayor es un inmejorable colofón a esta caminata.


Qué mejor manera de despedirse que recordando unos versos de Ildefonso Manuel Gil, recogidos en su obra editada en 1952 «Cancionerillo del recuerdo y de la tierra», que se pueden leer en una sencilla placa colocada en una esquina de la plaza mayor:
PANIZA
En este pueblo nací.
Enero sembraba escarcha
como quien siembra jazmín.
Corrió aquí mi año primero
¡pero ya no tengo a nadie
que me enseñe esos recuerdos!
Pueblo de vid y de olivo:
por aquel tiempo que ignoro
¡Cuánto he soñado contigo!
Ruta completada:
Hola Estoy tratando de terminar una novela sobre los siglos XV y XVI entré por aquí puesto que en mi recorrido de papel mañana me toca estar por ahí. Tengo que felicitar a quien ha hecho tamaño reportaje con tanta sensibilidad como datos informativos y cariño. Saludos
Te lo agradezco mucho, José Luis, por la parte que me toca.
Esa es la intención, ponerle mucho cariño, contextualizar los caminos y despertar sensibilidades.
Saludos.
Da gusto como os expresais , y que recorrais parajes que desconoce casi la totalidad de individuos, me gustaron especialmente las andadas que narrasteis por el jiloca÷]
Gracias, Diego.
Con excepciones, pero el sentido del blog sigue siendo moverse por los márgenes.
Desconocidos o no, todos son caminos y todos tuvieron y tienen un sentido.