Quién diría que Tabuenca pertenece geográficamente al Campo de Borja, siempre asociado a relieves amables, grandes extensiones de viñedos y horizontes perfilados por el cierzo.

La Sierra de la Nava Alta es una sierra satélite que se desgaja del gran Moncayo siguiendo su misma dirección noroeste-sureste. No se puede hablar de grandes cotas en esta modesta sierra, pero sí de excepcionales panorámicas, como no podía ser de otra forma por su condición de atalaya aislada entre las más importantes sierras ibéricas zaragozanas y las llanadas extensas del Campo de Borja, Valdejalón, Cinco Villas y Hoya de Huesca.

Llegar hasta la Peña de las Armas es asistir a una clase magistral de geología impartida por el Sistema Ibérico zaragozano. A nuestro alcance, los perfiles de las sierras paleozoicas del Moncayo, del Tablado, de la Virgen, de Vicor y de Algairén. Y pensar que estos son los rescoldos mejor conservados de la gran Cordillera Varisca europea, originada hace 300 millones de años…
En estas serranías se encuentran las zonas de recarga de unos manantiales muy singulares, con acuíferos a más de 100 m de profundidad. Luego, a través de un fascinante viaje por las profundidades de la tierra, calculado en una treintena de años, darán lugar a las fuentes hipotermales de los Ojos de Pontil en Rueda de Jalón.

Esta ruta no supera los 15 km de longitud y engloba unos pocos km2 de esa gran cordillera, pero nos servirá para apreciar su magnitud y grandeza. Desde la parte alta de Tabuenca, tomamos el camino que nos dirige a la ermita de San Miguel y de los Santos, levantada en el siglo XII.

En la iglesia parroquial del pueblo se conserva el valioso retablo gótico de San Miguel, perteneciente en origen a esta ermita, y felizmente recuperado y restaurado en la década de los 80 del pasado siglo.

Entre campos labrados y viñedos ascendemos de forma tendida hasta superar el confín agrícola de Tabuenca. A partir de entonces, se impone el paisaje agreste, duro y arbustivo, profundamente esculpido por el sobrepastoreo y los incendios.

Recorremos el antiguo Camino de la Sierra, el cual, a través de una tupida red de senderos y caminos, unía Tabuenca con Calcena. En poco tiempo, estaremos oteando extensos horizontes por primera vez desde el collado que separa el Cabezo del Tollegar de la Peña de las Armas.


Por supuesto, no vamos a dejar pasar la ocasión de ascender hasta el Tollegar, a escasos 15 minutos de donde nos encontramos.

Su cumbre, ligeramente menos eminente que la de las Armas, nos brinda el primero de los espectáculos panorámicos de la jornada.

Su plataforma amesetada, recorrida por estructuras mordidas de lapiaz, es el lugar perfecto para descansar y empezar a poner nombre a todos los hitos que somos capaces de abordar a simple vista. Si tenemos prismáticos, mejor que mejor.

Toca volver por donde hemos llegado, sorteando los potentes afloramientos calizos que conforman la testuz de este trozo de sierra. El siguiente objetivo es el Barranco del Infierno, que conecta el collado anterior con el punto menos elevado de la ruta.


Pese a su denominación, este barranco no es nada temible. Se adentra de forma prudente y sigilosa en las entrañas de un camino donde aún se escuchan los latidos ancestrales del pastoreo.

La vegetación que ajardina este barranco se compone de ejemplares esporádicos de rusclos, acebos y, ante todo, carrascas, que han sobrevivido al diente machacón de herbívoros y al filo cortante de hachas.

En los lugares más húmedos, donde crece sin ataduras la hiedra, aparece una amplia cueva de paredes hollinadas, indiscutiblemente utilizada como refugio o descanso de pastores. Lugar perfecto para acallar el ruido interior y dejar que se manifiesten los sonidos de la naturaleza, siempre tan llenos de sentido.

El final del barranco coincide con la aparición de campos de cereal. El carrascal se adueña del paisaje en los montículos colindantes. Se observan huellas inequívocas de suidos.

Aquí, como en tantos otros lugares, el jabalí campa a sus anchas. También escucho cercano el gruñido de un macho despistado, que sale despavorido al detectar mi presencia. Estaba acicalándose en una enorme bañera de barro.

Igual no estamos reparando en ello, pero estamos circunvalando el gran hito de Tabuenca, la Peña de las Armas, que se muestra bastante más desafiante en su reverso. Cantiles pardos coronados por colonias de buitres leonados. La Fuente del Cerezo nos espera con su agua fresca y el Moncayo acaparando todo el escenario.


Ahora solo queda afrontar el último tramo de ascenso exigente de la ruta. Poco a poco, respirando a grandes bocanadas, deleitándonos de nuevo con los vacíos, cohabitando con los leonados que nos miran con recelo desde sus almenas.

Entre fajas colgadas llegamos, ahora sí, a la cima de la Peña de las Armas.


Desfile de montañas. Luces cambiantes. Talamantes y sus emblemáticas Peñas de Herrera a solo 12 kilómetros en línea recta. Los circos glaciares del Moncayo cubiertos por toneladas de nieve. Los perfiles de las sierras hermanas ibéricas recortados entre la bruma y contraluces cegadores.

Tabuenca, en el llano, como un robusto racimo de uvas, con su Cerro del Calvario horadado ahora por bodegas, antiguo poblado metalúrgico celtíbero llamado Tabuca, haciendo las veces de tallo, uniéndolo a la savia de la historia de estas tierras de piedemonte del Moncayo.

También, al igual que sucedió en Tabuca, en la vecina población de Tierga, Tergakom, la potente ciudad-estado celtíbera, prosperó al amparo del mineral de hierro, llegando a acuñar moneda propia. Hoy por hoy, el legado metalúrgico celtíbero vive en la mina de Santa Rosa de Tierga.

Aquí, junto al vértice geodésico de las Armas, compruebo que no hace mucho apacentó algún rebaño de ovejas, seguramente las mismas que he escuchado balar en el pueblo esta mañana calzándome las botas.

También, en este promontorio prácticamente inaccesible, se asentó un poblado en la Edad del Cobre, coincidiendo con la expansión y conquista demográfica de estas tierras. Es sabido que desarrollaron una agricultura basada en el cultivo de cereales y leguminosas, y que contaron con cabañas ganaderas no muy diferentes a las que aún pastan por las veredas tabuenquinas, compuestas por ovejas y cabras.

Antes de marchar, no hay que dejar pasar la oportunidad de visitar el molino de viento de Tabuenca, una rareza. No hay aspas, pero solo hay que imaginárselas girando al compás del cierzo. También esperan la Iglesia gótico-renacentista de San Juan Bautista, el antiguo Hospital de Beneficencia y la maraña medieval de calles.
Miles de años más tarde, lo básico sigue aferrándose a la tierra. Los pastores y agricultores de Tabuenca siguen frecuentando los mismos collados y laderas que pisaron y dominaron sus antepasados hace miles de años.
Ruta completada:
Circular al Cabezo del Tollegar y Peña de las Armas
Más información:
Libro de las Comarcas. De los orígenes del hombre al fin de la Edad Antigua en el Campo de Borja, Isidro Aguilera Aragón y Mª Fernanda Blasco Sancho
Un comentario sobre “Peña de las Armas, el mirador de la Ibérica”