La Peña Gratal es el emblema del muro occidental del Prepirineo oscense. Al otro lado, mirando hacia oriente, el Tozal de Guara inunda el paisaje con su inconfundible silueta de gigante dormido.

Solo el Pusilibro de Loarre es capaz de disputarle en altura el título de montaña más elevada de su sector, pero Gratal es indiscutible icono, ensueño y vigía de la Hoya de Huesca. Su cabezón descarnado es imagen y memoria de los oscenses.

No es nada difícil encontrarse con andarines que, en una suerte de devoción pagana, ascienden a su cumbre al menos una vez al año y acompañan su fervor con el deseo de hacerlo “hasta que el cuerpo aguante”.

Lo hacen para señalar con el dedo el pueblo donde nacieron, para devolverle la mirada a aquel niño que fijó por primera vez la mirada en ese peñasco calizo. Nosotros no nacimos aquí, nuestra infancia se nutre de otras siluetas, pero aprendimos a querer la montaña.

Y una de las mejores maneras de mostrarle cariño y respeto a una montaña es ascenderla. Tantas veces la hemos visto, incluso en días despejados desde las planas arcillosas de nuestro pueblo estepario, que ya no podíamos obviar su magnetismo.

La ascensión clásica parte desde Arguis, por su vertiente norte, más agradecida en las épocas más templadas. Nuestra intención era subir desde Nueno, por su vertiente sur, la que mira hacia la inmensidad y la planicie del Aragón más seco.

Los primeros pasos huelen a flor de almendro y a hierba fresca. No hay sensación de ascenso, pero lo cierto es que estás abandonando la llanura oscense para encaramarte hacia el Prepirineo. La sensación es mágica porque eres consciente de hallarte ante el abrazo geológico entre el llano y la montaña.

Son 130 kilómetros de relieves suaves, de estepa, de pinares, sabinares y encinares indultados por el hombre, de viento feroz y desatado, de concentración parcelaria, de polvo y aridez en los pulmones y en la piel.

Hasta su encuentro con el viejo Sistema Ibérico en Paniza. Es la inmensa área de influencia del Valle del Ebro, del gran río peninsular. Con cada paso, te adentras en el caos geológico de Guara y te alejas de la uniformidad mesetaria del gran valle. Es el choque de dos cosmovisiones, de dos mundos diferentes y contradictorios, zurcidos por el pespunte anárquico de un sastre con alma de artista.

Mientras enfilas Gratal, con la esencia preprimaveral del boj empapando tus alvéolos pulmonares, aparecen las ruinas desdibujadas del antiguo pueblo de Gratal. Porque sí, la Peña Gratal también acogió en su regazo a un exiguo poblamiento medieval que, como no podía ser de otra forma, recibió su nombre.

Los terrazas de cultivo son aún visibles si se saben apreciar con mirada precisa. El cuenco deforestado que aprovecharon los vecinos de Puibolea y Gratal alberga un mínimo quejigar, ahora en marrón apagado, que se está recuperando del hacha de los tiempos.


En última instancia, el camino vira hacia el oeste rodeando la testa de la Peña Gratal. Se hace a través de unos caminos abandonados de todo uso, tan vestidos de erizón que solo parecen pisados por el hombre.

Son senderos que dejan huella, literal y figuradamente. Los caminantes de la Guara profunda sabrán perfectamente a lo que me refiero.

Solo queda afrontar el poliedro terminal de Gratal, que presume de acusadas pendientes e innumerables revueltas. No lo iba a poner tan fácil, ¿verdad?

Pero una vez superadas las pendientes finales, el espectáculo desde los 1567 metros es imborrable. No me extraña que existan incondicionales de esta cima. Dos adeptos más a partir de ahora. Se puede vivir sin horizontes despejados como estos, pero se vive peor.

Querido Moncayo, ¡qué lejos quedas! Pirineos, ¡qué blancos estáis! Guara, ¡qué chulería la tuya, querer tocar el cielo a más de 2000 metros! Gabardiella, no te preocupes, ¡que Gratal te sigue queriendo!


No es nuestro deseo, pero nos toca bajar. Solo hemos completado la mitad del recorrido y todavía nos queda ponerle la guinda al pastel.

El Prepirineo es rico en culto eremítico. Aquí se establecieron comunidades de anacoretas dispuestas a encontrar su particular desierto en la tierra. La elección de los emplazamientos ascéticos no es ni mucho menos casual.

El rumano Mircea Eliade habla de la trilogía hierofánica (del griego hieros y faneia, “manifestación de lo sagrado”), el vínculo inmortal de la roca, la vegetación y el agua, el lugar idóneo para trascender.

Los primeros cristianos se apropiaron de estos espacios, pero fueron sagrados mucho antes de que ellos aparecieran. Religiones y creencias aparte, llegar hasta estos rincones es como volver de nuevo al vientre materno. Así lo sentimos.

La ermita rupestre de San Julián de Andria (topónimo que, entre otras teorías, sitúa el probable origen del santo en la ciudad italiana de Andría) es un útero de la madre Guara, de los numerosos que acoge en sus entrañas. La sensación de envolvimiento es absoluta. Su placenta invisible te arropa y protege. Más que nunca, aquí las palabras están de más. Mejor callar, sí, mucho mejor.

Lo mismo nos sucedió en otras matrices como la de San Martín de la Val d’Onsera, San Cristóbal del Barranco y la Virgen de la Peña de Aniés, eremitorios ya visitados y vividos.

El espectáculo final espera y no es otro que introducirnos en el tramo terminal de las Gorgas de San Julián, el formidable cañón que ve nacer al barranco de San Julián y, más tarde, al río Venia, gracias a su unión con el barranco de Fenés, descolgado de los altiplanos precimeros de Gratal.

Así se cierra un atípico e intenso recorrido, que no es circular pero tampoco lineal. A través de él podemos contemplar la vertiente de solana de la Sierra de Gratal, coronar el pico que le da nombre y visitar, en última instancia, un escueto lugar de culto que ostentó capellanía en el siglo XV y dependió de la amortada población de Gratal.

Las sierras exteriores se expresan en este punto en letras mayúsculas. Es Prepirineo sin disimulos ni aditivos. Es la Sierra de Gratal.
Ruta completada:
Más información:
Ruta del Silencio, Turismo de la Hoya de Huesca
Hola Rai! Otra de esas cimas infravaloradas por cercanas. Pero es cierto que es bien bonita. Me encanta toda la zona, ya lo sabes. Gracias por tu link y tu interés! Un saludo!
¡Hola, Óscar! Nos pareció un recorrido perfecto por panorámicas y por capacidad de interpretación del paisaje (con qué claridad se ve cómo se levanta el Prepirineo). Y luego la huella humana en Gratal y la ermita de San Julián, la guinda. De lo que no hay duda es que a esta ruta no le falta de nada.