La historia nos recuerda tozudamente lo que somos, lo que fuimos. El patrimonio es el espejo en el que hemos de mirarnos. El Santo condensa historia y patrimonio como pocos lugares en Aragón y, sin embargo, solo merece que un sendero de pequeño recorrido llegue a sus inmediaciones.

La ruta se inicia en Aladrén, un pueblo serrano del Campo de Cariñena, con una historia tan densa como la neblina amnésica que flota sobre ella.

Los celtíberos decidieron que el cerro que hoy acoge la Ermita de Nuestra Señora de las Nieves era el lugar idóneo para prosperar al albur de la explotación de cercanas minas de hierro, abundantes en la Ibérica. También los romanos lo creyeron, así como los habitantes del Medievo. De esta época, subsisten algunos tramos de muralla.


El camino abandona en dirección sureste el pueblo y transita el antiguo trazado que unía Aladrén con Tosos. A la salida, campos destinados a la producción cerealista compiten con cultivos tradicionales de secano venidos a menos. En la lejanía aparecen viñedos, en su mayoría de cepas jóvenes.


Las lluvias han devuelto la vida a un río Aladrén que ve cómo sus aguas desaparecen y brotan de nuevo a capricho del suelo que lo acoge.

Una vez alcanzado el Collado de la Val Tercera, y tras recorrer el interior deforestado de las Peñuelas, tomaremos el itinerario tradicional que unió y sigue uniendo Aladrén con el Santo. En este punto, habremos ingresado en el término municipal de Tosos.

Es un camino de montaña, cómodo y de buena traza, adaptado dulcemente a las curvas de nivel. Las ruinas sorprendentes del Santo aparecen por sorpresa, dolientes ya desde la lejanía.

Conforme te acercas sientes el peso de la historia, máxime cuando te has documentado intensamente acerca del lugar que estás a punto de conocer.

Estamos ante las ruinas de la Rectoría de San Bartolomé de Alcañicejo, levantada en el siglo XIII. Contrariamente a lo que se piensa, nunca albergó una comunidad de monjes cistercienses, pese a lo que argumentan la inmensa mayoría de publicaciones turísticas. Siempre fue una iglesia rectoral, dependiente de la cercana iglesia parroquial de Tosos, según refiere Luis Miguel García-Simón, historiador tosino.

Se le supone una historia bajomedieval intensa que paulatinamente se tornó en un declive irreparable.

Algunos documentos del siglo XVIII ya hablan de ruina total de la iglesia, momento en que pertenecía al Marqués de Tosos, según refiere Hilario Ansón.

En el siglo XIX, Madoz califica a este lugar como Pardina de Alcañicejo, topónimo que aún persiste en algunos mapas de cierta antigüedad.

Su descripción, siempre detallada, nos permite imaginar otros tiempos en las que sus “muchas y ricas hierbas de pasto” servían para “alimentar hasta 3000 cabezas de ganado lanar y cabrío”.

Contaba con un terreno montuoso en el que abundaban “carrascas, coscojas y sabinas” con las que se hacía “abundante carbón”.

Al pertenecer al Marquesado de Tosos, los vecinos de esta localidad eran los arrendatarios estacionales de “tres casas de mediana construcción” alrededor de la pardina. Se deduce de ello que en el siglo XIX no tenía habitantes permanentes.

A media hora, dirección este, se situaban dos casas, una de las cuales era un “hermoso molino harinero” y otra encerraba “un batán y un tinte”.

Además del Huerva, indica que corren por su término “tres fuentes de muy delicadas aguas” que aumentan el caudal del mencionado río.

Ya en el XIX, solo pervivían los restos de “una iglesia bajo la advocación de San Bartolomé de la que ya no queda en pie sino la nave principal con un altar”.

Son muchas las incógnitas que se ciernen sobre este recóndito lugar de la geografía zaragozana. Alcañiz de la Huerva se considera deshabitado antes del siglo XV, pero ¿qué fue lo que provocó que cayera en desgracia?

¿Pestes, expulsión temprana de moriscos? Lo que parece evidente es que mantuvo población desde el II a. C. hasta antes del XV, unos 1600 años de existencia ininterrumpida.

Formó parte de un importante camino que unió las tierras esteparias del Ebro con el sur mediterráneo levantino. El Valle del Huerva fue utilizado como vía de comunicación entre el norte y el sur.

Nada que no se considere estratégico y que pueda proporcionar los medios de vida adecuados subsiste 16 siglos. De ese intenso periplo a orillas del Huerva se nos ha dado en legado las ruinas de una rectoría cisterciense y los restos casi desaparecidos de un castillo defensivo.

La particularidad alcanza el grado de excepcional al reparar que estamos ante una joya tardorrománica única, que empezó a construirse en sillares de piedra delicadamente escuadrados para introducir masivamente el ladrillo como material constructivo. Aparece en bóvedas, nervaduras, pilares y arquivoltas.

Los cánones son cistercienses, la ejecución es premudéjar. El gusto por el románico languidecía y el mudéjar comenzaba a erigirse como el estilo dominante. Ese es el rasgo distintivo primordial.

Lo mismo sucede en la parroquial de San Pedro de Zuera, coetánea a la de Alcañiz de la Huerva. Me gusta proyectar en la iglesia de Zuera la imagen de lo que fue en otro tiempo la Rectoría de San Bartolomé de Alcañicejo.

Su potencial como elemento de transición entre dos etapas artísticas fundamentales es ya suficiente motivo como para insuflar algo de aliento a sus ruinas. Merece difusión, conocimiento y más respeto, muchísimo más respeto.


El expolio al que ha sido sometido provoca mucho dolor. Caminar por su interior es caminar por montañas alomadas de escombros, en una especie de montaña rusa, donde surge una vegetación enardecida. No es de recibo tanta saña.

No sé cuál es el futuro de esta mancha patrimonial minúscula de Aragón, enredada en mil vericuetos legales y administrativos, como siempre sucede en las ruinas más avanzadas, pero eduquemos en sensibilidad y conocimiento, por favor. Suena como súplica porque es una súplica.

El derrumbe del ábside norte es inminente y se llevará por delante todo el muro lateral en el que se sustenta. Una profunda grieta parte en dos un delicado ventanal en sillería, casi oculto por los derrumbes. La gravedad hará el resto.

Toca volver no sin antes visitar el río que dio vida a este enclave milenario. El Huerva lame el espolón este del cerro y su fluir constante es audible en todo momento, te halles donde te halles.


Un auténtico corredor de vida justo antes de detener su camino natural en el Embalse de las Torcas, con una cola completamente enlodazada y yerma, y sobre el que se proyecta un nuevo recrecimiento, como si recrecer los pantanos propiciara la llegada de más lluvias.

La penúltima parada será la Ermita de San Clemente, de estilo popular, erigida sobre un afloramiento de roca, imitando a pequeña escala el modelo de asentamiento en altura del castillo de Alcañiz de la Huerva.


La llegada al pueblo se completará por el modesto Barranco del Tremolar, engalanado con una hilera de veteranos álamos temblones, de ahí su nombre.

El broche será visitar el lugar que hoy ocupa la Ermita de Nuestra Señora de las Nieves, germen de Aladrén, el pueblo que muestra orgulloso en su escudo heráldico el aladro, símbolo ancestral del trabajo de la tierra.


Desde este cabezo que domina este vallejo tortuoso a espaldas de la Sierra del Águila, nos despedimos de Aladrén sin quitarnos de la cabeza lo que hoy llaman la Ermita del Santo. Nunca la piedra fue muda, pero allí grita en silencio.
Ruta completada:
Más información:
Ermita del Santo. Web “Castillo de Loarre” de Antonio García Omedes.
Ermita de El Santo. Web del SIPCA, Sistema de Información del Patrimonio Cultural Aragonés.
Quede claro, que el Santo está enclavado en término municipal de TOSOS,
desde también existe un camino. (SU CAMINO NATURAL).
pues al parecer se indican cosas, que hacen suponer otras.
un saludo
Sin duda. Ya digo en el texto que al pasar el Collado de la Val Tercera se abandona el término de Aladrén y se ingresa en el término municipal de Tosos.
Un saludo.