Artieda es un pueblo zaragozano de la Jacetania al que le debíamos una visita por muchas razones, y todas muy buenas. Para nosotros es una imagen a todo color del mundo rural presente y futuro. Aúna raíces, juventud, experiencia, naturaleza, entusiasmo, iniciativa y sostenibilidad. Inmejorable carta de presentación.

El objetivo es descubrir la humilde sierra que se sitúa a espaldas de Artieda, la Sierra Nabla. Hay varios caminos que la atraviesan, todos ellos recuperados en 2016, con desniveles y recorridos totales siempre modestos, aunque con ciertos tramos algo pendientes.

El frondoso tapiz forestal que cubre la sierra es suficiente aliciente para adentrarse en ella, pero hay pequeñas grietas entre la fronda desde las que contemplar unas amplias vistas panorámicas. La Sierra Nabla nos volvió a demostrar que no hay recorrido pequeño. Los objetivos siempre son acotaciones. La altitud no es importante si el recorrido llena.

Salimos del pueblo en la dirección que nos marca la senda del Camionero. En principio, un pinar de fustes algo endebles. Pinar de repoblación, claro. Sendas convertidas en arroyos, perfume intenso a esa humedad que nos refresca los pulmones. Barrancos anónimos que dan forma al barranco del Arriego, portadores de un agua tan cristalina que parece evaporarse.

Las aromáticas están enfrascadas en su ritual primaveral de atracción. Los insectos pugnan por encontrar el néctar que más les sacie. Un poquito más arriba, las de siempre, hepáticas y prímulas, las portavoces del despertar del bosque.

Conviven, tallo con tallo, con los venenosos heléboros, que rompieron el armazón de tierra que cubría su simiente semanas atrás. La senda sube y sube, sin descanso, y llegamos a un claro donde se retuercen plásticamente varios pinos. La separación entre ellos indica que estamos ante el pinar viejo de Artieda.

Claro que hubo bosque autóctono antes de que las cuadrillas forestales de mediados del siglo pasado recosieran el monte de pinos. Sin solución de continuidad, veteranos quejigos de ramas arqueadas aparecen de la nada. Se mezclan veladamente entre los pinos, pero su porte los hace únicos. Son y serán los dueños de estas latitudes. Tiempo al tiempo.

Más arriba, bien resguardados del calor más acuciante, aparecen pies inconfundibles de lo que luego serán bellas orquídeas. Su relación simbiótica con el medio que les rodea es absolutamente fascinante.

Pero si hay pies, ¿dónde están las orquídeas más desarrolladas? Claro que no tardan en aparecer. Y, sí, no podía ser otra: Ophrys lupercalis, incluida dentro del grupo de las “abejeras”, por su parecido con el insecto.


Por entre las rendijas del pinar, conseguimos ver Artieda por primera vez desde que nos introdujimos en el bosque. ¡Pues sí que estamos altos! Qué bien se ve desde aquí la estampa defensiva de Artieda, arracimada en un montículo, con las casas bien apretadas.

Nos quedan pocos metros para llegar a lo que allí conocen como el “púlpito”, un saliente de roca con una cruz incrustada, que resulta ser un extraordinario mirador de estas tierras que cabalgan entre Huesca y Navarra.

Pero antes, cómo no, las yemas de hayas hacen acto de presencia. ¿Cómo se iban a perder la fiesta? En torno a los 1000 metros de altitud, en orientación puramente norte, medran entre acebos y bojes. El bosque atlántico también tiene cabida en este monte mediterráneo, ese que parecía condenado a ser uno de los muchos espinazos anónimos que recorren Aragón.

¿Y qué vemos desde aquí? Hacia el oeste, las tierras ahogadas por Yesa, un pantano que sigue amenazando el derecho inalienable que tienen estas gentes de habitar su tierra. Escó, Ruesta y Tiermas ya han pagado un precio altísimo. La Sierra de Leyre, con su milenario monasterio de San Salvador, marca la frontera entre Navarra y Aragón.

La Foz de Salvatierra la desgaja de la aragonesa Sierra de Orba. Al fondo, otra foz, la de Burgui, antesala del genuino valle de Roncal. Hacia el este, el formidable pasillo formado por un río bravo de montaña como el Aragón, que crea una llanura de fertilidad en plena Canal de Berdún.

Si levantamos la mirada, las grandes cumbres occidentales del Pirineo: Agüerri, Bisaurín, las Lienas del Bozo y la Garganta y la omnipresente Collarada.

La bajada por otra senda permite cerrar una circular que sorprende por albergar una inmensa riqueza en una distancia tan discreta. Que sí, que todo depende de la profundidad de la mirada.

Que a los que nos gusta caminar por la naturaleza nos vale cualquier excusa para cargarnos la mochila sobre los hombros.

Después de compartir mesa y mantel con el creador de esa insustituible revista pirenaica que es Cima Norte, nos detenemos en la popular ermita de San Pedro, que alberga vestigios en sus muros de un viejo asentamiento romano que tuvo continuidad demográfica durante los primeros años del Medievo.

Estos prados son contenedores de la vieja historia de estas tierras, antes incluso de que formaran parte del Reino de Aragón.

Por eso, y por mucho más, celebramos la vida de las gentes de Artieda, su dignidad, sus ilusiones, su sierra, sus caminos recuperados, su albergue y su espíritu inquebrantable de lucha. Nuestras son sus reivindicaciones y nuestro es el orgullo de haberlos conocido.
Ruta completada: