El Campo de Cariñena no se limita exclusivamente a la Sierra de Algairén. Lo sabemos bien. Tosos se sitúa en pleno tramo medio del río Huerva, encajado en un territorio quebrado que anticipa las grandes estepas del valle del gran Ebro.

Al sur nos cerrarán el paso las serranías del Peco y de Herrera, contrafuertes ibéricos con hitos que superan con holgura los mil metros de altitud. La ubicación de Tosos, como la de Villanueva, no es en absoluto casual. Constituyó desde antiguo una vía de paso importante entre las tierras del norte y las del sur a través del cauce del río Huerva.

Una vía que fue sometida a la vigilancia de dos castillos con solera, muy cercanos en el espacio y en el tiempo, en muy diferente estado de conservación y ambos insertados actualmente en el término municipal de Tosos.

Del de Alcañiz de la Huerva apenas queda el recuerdo doloroso de unas piedras con muchas historias que contar, que son embrión del actual Tosos; el de la Casaza goza de mejor salud y permite imaginar con bastante fidelidad el control de paso tan eficiente que se debía ejercer desde ese nido de águilas.

El recorrido se encamina, en primer lugar, hacia el antiguo cementerio de Tosos por una pista de asfalto roto. A la derecha quedan unas cuevas en altura, ahora conquistadas por colonias de buitres. No se tarda mucho en avistar la torre vigía de la Casaza, levantada sobre los desfiladeros de la Huerva.

Data del siglo XIII y su ejecución es realmente singular ya que se trata de un heptágono irregular, con dos volúmenes de construcción separados por un grueso muro que todavía persiste encalado.

Subsisten algunos ventanucos, mechinales y vestigios del cañizo que sirvió para dar forma a las tres plantas del volumen principal.

Una puerta nos conduce a un subterráneo que debió utilizarse como refugio. Todo el recinto fue amurallado a excepción de los cantiles que se precipitan vertiginosamente sobre el cauce del río.

En las faldas de esta torre persisten las huellas de un despoblado del siglo XIV, que fue ocupado sistemáticamente desde época celtibérica.

En los alrededores de la Casaza y ocultos por el pinar de repoblación aún son visibles los restos de antiguos campos de labor, seguramente trabajados desde tiempos remotos. Orillando la carretera que conduce al embalse de las Torcas, se distingue a la perfección el ramal de un sendero de montaña, que bien podría tratarse de un antiguo itinerario pedestre.

Ni siquiera el extenso pinar de repoblación orientado al sol de la mañana ha conseguido eliminar las huellas de un pasado intenso.

Precisamente es a través de esta pinada, motivo de orgullo de los tosinos, por donde llegamos hasta la presa del embalse de las Torcas, terminado de construir en 1948.

Es un auténtico mar interior, que luce un aspecto inmejorable, con una cantidad de agua embalsada en estas fechas que roza su volumen máximo. La última primavera ha sido tremendamente generosa con una tierra acostumbrada a unos registros pluviométricos más bien discretos.

El interior de Zaragoza y los altos páramos del norte de la comarca del Jiloca, precisamente donde nace el río Huerva que alimenta este pantano, promedian una precipitación anual que ronda los 500 mm. Son promedios, con sus aristas y excepciones, pero dan buena cuenta de que el agua en esta zona, como casi en todo Aragón, es un bien escaso.

Pero el Huerva no es, en absoluto, un río excedentario. Siempre fue y sigue siendo un río modesto, al que se le han conocido intensos estiajes, cada vez más reiterados en el tiempo. Sin embargo, su sola presencia ha tejido un cordón de vida en torno a sus orillas, de principio a fin de su periplo vital.

En el lugar donde ahora el agua lo ocupa todo, se extendían campos y un molino que funcionaba gracias al Huerva y a las fuentes que engordaban el caudal del río en su término municipal. Ahora todo ha quedado bajo las aguas en un paraje conocido siempre como el Portillo de las Torcas.

Lo cierto es que el pantano, utilizado por bañistas y pescadores, no ha servido de acicate para frenar la sangría poblacional, que es endémica al sur de la gran urbe, como sí ha sucedido con otras grandes masas de agua de la comunidad autónoma. El río Huerva, por muchas obras faraónicas que se planteen a su costa, siempre será un curso de agua humilde. Desde que se alcanzara su cénit demográfico allá por la década de los 30 con 990 habitantes censados, el vecindario de Tosos no ha dejado de adelgazar.

Ahora ni siquiera llegan a los dos centenares, con una densidad demográfica que ya se encuadra con holgura en lo que los expertos de la Unión Europea llaman con crudeza “desierto demográfico”.

Y todo ello a solo 50 kilómetros de distancia de la fagocitadora capital. Con muchos hijos del pueblo que riegan unas raíces atrofiadas a finales de agosto, con motivo de las fiestas en honor a San Bartolomé, pero que finalmente regresan a sus parterres urbanos donde sí hay trabajo y futuro, justo cuando el sol de septiembre comienza a amarillear.


La vuelta se completa por una senda que se abraza al río que esculpió estos paisajes. Bosques de ribera desatados, con grandes fresnos, chopos y álamos que ofrecen una sombra preciosa.


Pequeños reductos de un río Huerva que sigue conservando su estampa primaria. Es un privilegio poder recorrer sus entrañas.


Transitaremos también por antiguos campos de frutales, donde aún siguen reverdeciendo cerezos ahora asilvestrados, que hace tiempo que se desarrollan al margen del hombre.

Se abandona esta deliciosa senda pasada una chopera cultivada, que proporciona una luz tamizada de tonos verdosos.

Atravesamos la Peña Tajada, una hendidura en la roca caliza, que nos conduce, en dulce bajada, hasta Tosos, a través de sus huertas florecientes y con la visión frontal de la emblemática Peña Chiquita.

Más arriba se asienta el actual barrio de Santa Bárbara, donde antaño se trillaba el grano y recogía el hielo del invierno, con una ermita del XVI advocada a esta santa protectora de los labriegos, de la que se dice que brinda protección frente a tempestades y otras calamidades. Su ubicación nada casual en este altozano delata el recorrido de las tormentas que, a buen seguro, amenazaban las cosechas de los tosinos desde la cercana Sierra de Algairén.

Ya en el pueblo, hortelanos cargan cajas con verduras y hortalizas frescas, niños chapotean despreocupados en la piscina municipal, mayores se ponen al día de sus cuitas en sus lugares de acogida y chavales se ríen a carcajadas en el bar de la calle mayor.

Después de todo, espero que el sino de estos tiempos no nos condene a congelar el bullicio de décadas pasadas durante los meses estivales, a observar callados cómo fue y nunca será. No nos podemos permitir convertir estos pueblos en museos de vidas perdidas.
Ruta completada:
Vuelta a la Casaza desde Tosos
Más información en:
Señorío y marquesado de Tosos, María Jesús Hernández Viñerta