Zaragoza

Santa Cruz de Grío, en el corazón de Vicor

El valle del Grío refleja como pocos en Aragón el tipismo de las serranías ibéricas zaragozanas. El río vertebrador de este peculiar valle nace en uno de los puntos más elevados de la Sierra de Algairén, concretamente en la ladera oeste del Cabezo de la Atalaya de Mainar.

Primeras luces sobre el Val

Algairén es sierra hermana de la que conoceremos hoy, Vicor. Esta última comparte con Algairén absolutamente todo: músculo, aroma, tierra y sudor, a excepción de altura, ya que Vicor es la mayor de la familia. Toca techo a 1427 metros en el Pico del Rayo. Valdemadera, en Algairén, se queda en los 1273.

Luz y calor sobre Santa Cruz de Grío

Son apenas 30 kilómetros de una hondonada que alberga con medida plasticidad almendrales, olivares y cerezales. Recorrer simplemente su recién asfaltada A-1505 da una buena medida de su singularidad. El cordón fluvial del Grío se muestra escoltado fundamentalmente por salicáceas de buen porte.

Extensos encinares en el monte de la Aldehuela
Aldehuela de Santa Cruz (punto verde), 1947
Fuente: Fototeca Digital, vuelo americano serie A
Encinares intensamente humanizados

La población de la que parte esta ruta es Santa Cruz de Grío, el municipio situado a más altura de la comarca de Valdejalón. El objetivo es profundizar en el conocimiento de una parte de esta serranía, la de Vicor, que alberga aldeas que ya no son, barrancos que son grietas de vida, alturas que fueron y son vigías de un pueblo y medios de vida que siguen surcando la tierra.

Sierra de Algairén

El primer hito de nuestra excursión es llegar hasta la Aldehuela de Santa Cruz o la Aldehuela de Grío. En 1857 se integró en el municipio de Santa Cruz. El INE solo nos arroja un dato poblacional de la Aldehuela, el de 1842, donde se da cuenta de 12 hogares y 55 habitantes censados. En las medianías del siglo XIX era conocida como la Aldehuela de Tobed.

Casa de los Juanimedios, Aldehuela

El diccionario de Madoz pone de relieve la “mala fábrica” de las edificaciones, sin embargo destaca su “alegre cielo, atmósfera despejada y clima saludable”. El mismo «alegre cielo» que había en el XIX también lo fue para mí en el XXI.

Arquitectura de barro

Nada ha cambiado desde esa época. La Aldehuela siempre fue una ubre pobretona de la Sierra de Vicor que no dio para alimentar a más de 15 familias.

Campos que aún se cuidan

En el primer tercio del XIX, antes que Madoz, Sebastián Miñano, en su diccionario geográfico-estadístico de España y Portugal, subraya su “terreno corto y áspero” que aprovecha las aguas de sus fuentes y barrancos, especialmente el de Valdelasviñas para establecer un «plantío de olivos» y dar de beber a su ganado lanar.

Casas del barrio de la Solana

Cortedad y aspereza, los compañeros indeseables con los que siempre compartieron mesa y mantel. No hay dobleces, ni concesiones a la abundancia en ninguno de los dos diccionarios geográficos.

Era empedrada en la parte alta del pueblo

La delgada línea de la tan mentada despoblación se aprecia perfectamente en esta aldeílla de adobe y tapial. Caminar por la Aldehuela es caminar por los márgenes de la subsistencia. Me la imagino igual hace un siglo, y hace dos y hace tres. Tan medieval como siempre.

Iglesia y barranco más abajo

Y pese a las penurias, esa es su terrible  virtud de hoy. La vencida Aldehuela se ha congelado en el tiempo, es un fotografía fija de la vida rural barrida por el vendaval capitalista.

Trama urbana de corteza roja

Las eras perfectamente empedradas, los respiraderos de las bodegas, las edificaciones de tierra roja compactada, las argollas de las caballerías en los portones, los trabajos de forja en los balcones. Todo es un canto a la modestia y a la pobreza cada vez más descarnada. ¿Por qué resistir aquí si el porvenir estaba a solo un par de kilómetros, en Santa Cruz?

San Bartolomé de Aldehuela

Su iglesia, advocada a San Bartolomé, que presumo de transición entre gótico y mudéjar, resiste a duras penas entre una capilla despanzurrada orientada al norte y la calle de la Iglesia que mira al sur, que cada es menos calle y cada vez más zanja. La ruina avanza a dentelladas por ambos flancos.

Santa Cruz y su olivar

Dejo atrás la roja Aldehuela, la del barrio Bajo, víctima de sus escombros, y la del barrio de la Solana, algo más digno. Me encamino hacia Viver de Vicor y al Calvario, el pico al que solo los mapas actuales conocen así. El Piquillo es para los que habitan estos montes. Recorro un camino de siempre, aunque ahora a través de un amplio camino forestal.

Denso encinar

El Barranco del Val, a la derecha, incide profundamente en las potentes pizarras y cuarcitas paleozoicas de Vicor. Caminamos por un denso encinar, bosque mediterráneo por excelencia, ganando altura de un modo sencillo y progresivo.

Barranquera recubierta de encinas

Algunas canchaleras de piedras afiladas se desparraman desde los altos. Es el legado de los periodos fríos cuaternarios que desgajaron la sierra.

La solana del Val

Sin relación de continuidad, desaparecen las quercíneas y el paisaje se inunda de pinares silvestres, los cuales albergan un inexistente sotobosque, atestado de pinocha. Qué escasa aportación ecológica la replantación con coníferas.

Poderoso desarrollo del Barranco del Val
Dura piel la de esta sierra

Una vez superado una suerte de colladito, aparece Viver de Vicor, un barrio perteneciente a Belmonte de Gracián, en la vecina comarca Comunidad de Calatayud. De similares dimensiones a la Aldehuela, esta pedanía se ha salvado del desastre. Censa 6 habitantes, muy pocos permanentes, la mayoría de fin de semana.

Viver de Vicor

El hidrónimo “viver” alude a la presencia de agua en forma de manantiales y balsas. ¿Cómo si no iba a florecer un núcleo de población en estas tierras de altura, a más de 1000 metros sobre el nivel del mar? Campitos de cerezos colonizan la llanura de asentamiento del pueblo.

Me reciben tres vecinos en la plaza de la fuente, afanosos por terminar de enlucir un poyete en un lateral de la iglesia. Otro, en una callejuela, barniza con mimo una puerta. Entre palabras de presentación, una vecina me comenta que reside en Alicante, pero que no se olvida de “su” Viver, en el que tan poco tiempo estuvo y donde fue de las últimas criaturas en nacer.

Paisaje rural de Viver

Hablamos de “mi” Novelda, de las diferencias territoriales entre Aragón y la Comunidad Valenciana, de la playa del Postiguet, de su innegable acento valenciano y de mi cada vez más evidente deje aragonés, que así me lo recuerdan familiares y amigos, de los pueblos que allí son ciudades y que aquí son aldeas.

Viver y sus eras
Viver (punto verde) y el Piquillo (punto rojo), 19 abril de 1957
Fuente: Fototeca Digital, vuelo americano serie B

Mi contertulia y yo conformamos rectas aisladas cuya bisectriz ha sido hoy Viver de Vicor. Suerte la nuestra. Hay caminos que están destinados a cruzarse de las formas más inesperadas.

Pico del Rayo y la Nevera

Me despido de todos ellos y me dirijo al balcón panorámico de la ruta, el Piquillo o el Calvario. Hace ya un buen rato que estamos en el término municipal de Belmonte de Gracián.

La plataforma de Viver y Mara al fondo

Desde esas alturas, se dominan las llanuras de regadío del Jalón, el práctico desarrollo del valle del río Grío, el blanquísimo pueblo de Inogés, el impasible Moncayo, la serranía de Algairén y sus arrugas en forma de barranqueras, las cimas más eminentes de la Sierra de Vicor, el valle del río Perejiles, Mara, la Sierra de Atea…

Inogés y Moncayo
Santa Cruz, Aldehuela y Algairén

De bajada, en el Collado del Piquillo, se insinúa un caminito que se desvanece en el encinar.

Santa Cruz y Aldehuela más al detalle desde el Calvario

Con la consulta de fotos aéreas realizadas en 1957, descubro la existencia de un sendero de montaña que unía Aldehuela de Santa Cruz y Viver de Vicor. Décadas de abandono lo han sepultado entre una maraña de encinares.

Valle del Grío
Tobed y Valdemadera

El descenso hasta Santa Cruz lo completaremos por la margen izquierda del Barranco del Val. Esta vertiente de solana acoge un dosel forestal de coníferas, solo pinos halepensis y sylvestris, más tolerantes a la sequía.

Cerezos de Viver

En las barranqueras que dan origen al Barranco del Val se arraciman árboles caducifolios que denotan la presencia de un mayor nivel de humedad.

Origen del Barranco del Val

Esta imagen me hace volar inmediatamente al maravilloso vallejo interior del río Tiernas, situado unos pocos kilómetros más al norte de donde me encuentro.

Capilares amarillos
Primeras grandes cortadas del barranco

La huella humana se muestra en forma de laderas abancaladas de almendros y cerezos, corrales, chozos y parideras, la mayoría en estado de completa indefensión frente a los elementos.

Laderas del barranco cerca de Santa Cruz

Santa Cruz de Grío nos recibe con su estampa inequívocamente árabe. El urbanismo añejo de este pueblo de piedemonte se articula en torno a dos calles, la calle Costa (antes Umbría), presumible germen de Santa Cruz, y la calle Goya (antes Solana).

Calle Goya
Calle Costa

Ambas convergen en la antigua calle Terreros, ahora San Roque.

Balcones reaprovechados en la calle San Roque

Pasear por estas calles sigue siendo un auténtico viaje en el tiempo, de casas apretadas, de callejas mínimas y de ventanucos al norte y grandes aperturas al sur.

Lavadero al lado del bar de los Maya

Finaliza aquí el recorrido, completo como pocos, por la Sierra de Vicor. Tres pueblos de demografías renqueantes, un río, el Grío, espina dorsal del valle, una sierra paleozoica de piel dura, un gran legado árabe en acequias, materiales de construcción y urbanismo sencillo, un territorio de mirada puramente rural, ajeno a la industrialización apuntalada en los llanos del norte y del sur.

Ruta completada:

El Calvario desde Santa Cruz de Grío

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