Fuendetodos no solo es Goya. La figura del pintor universal irradia una luz poderosa en este municipio de la comarca Campo de Belchite, pero existen otros destellos luminiscentes en su patrimonio.

Las vertientes natural y etnológica siguen estando, a nuestro juicio, insuficientemente valoradas. Su peculiaridad es tan marcada que no se reúnen condiciones semejantes en otros pueblos del entorno.

El objetivo de esta ruta es explorar su patrimonio natural, materializado en unas notables gargantas de roca caliza, y su patrimonio etnológico-cultural, representado por una red visitable de pozos de nieve.

En Fuendetodos, estos cañones calizos reciben el nombre de hoces, focinos y focinicos, en función del tamaño que presenten. Son dos los que exploraremos, pero hay muchos más.

Para llegar hasta ellos, debemos superar el pequeño hito del Colladillo, con una paridera anexa en respetable estado de conservación.

A través de una larga cuerda forestal caminaremos en leve descenso por la Val de Santa María, una de las muchas vaguadas que explotan agrícolamente las suaves declinaciones de estas viejas sierras jurásicas.

Se observan densos pinares carrascos con sotobosques típicamente mediterráneos donde abundan la coscoja, el romero, la salvia, la sabina negral y el enebro de la miera.

Estos cordones forestales, que se extienden desde los puntos más elevados de las planas de María, conforman enclaves de altísimo valor ecológico que rasgan el tópico de secanos áridos y estériles de la estepa belchitana.

La primera hoz que nos sale al paso es la Hoz Mayor, que obviaremos por el momento, y nos dirigiremos al Focino de la Bajada, más discreto y que nos servirá de entrante para degustar con mayor deleite el plato principal de las hoces fuendetodinas.

El de la Bajada es un hocino, como ya se ha dicho, modesto en su conformación, pero donde se puede admirar con claridad la formación de estos valle ciegos, esencialmente secos, pero que, en periodos de intensas lluvias, se convierten en extraordinarios canales de drenaje de las sierras circundantes hacia la cuenca del Aguasvivas.

De hecho, tanto el de la Bajada como la Hoz Mayor son los canales superiores de la monumental Hoz de la Puebla, situada aguas abajo en la Puebla de Albortón, y cuyos filtros de desagüe permanecen disimulados bajo el tapiz uniforme de la concentración parcelaria de estas tierras de secano, siempre que no llueva en demasía.

El sumidero por donde se filtró la corriente subterránea a través de la galería excavada y que provocó el posterior colapso de la bóveda caliza es fácilmente identificable al poco de bajar hasta su lecho.

Solo el tramo inicial del Focino de la Bajada es más umbroso y agreste, con algunos almeces dispersos, que indican una menor influencia del sol y de las temperaturas extremas. El trecho final es amplio, expedito y de paredes muy erosionadas, con una vegetación típica de ambientes de arroyada y elevada insolación. El ganado fuendetodino sigue entrando en este focino, lo que justifica su aspecto ralo, pelado y de hierba recortada, muy parecido al que tendría en décadas pasadas de mayor demografía ganadera.

La Hoz Mayor, el tesoro natural de Fuendetodos, nos espera. Este singular cañón lo abordaremos desde su tramo terminal hasta detenernos en su mismo origen, acordonados por un bosque tupido de almeces y verticales paredes que nos cierran el paso.

El paso de ganado por esta hoz se prohibió cuando el término pasó a dominio de los Condes de Fuentes. No obstante, los pastores se adentraban en él furtivamente, sabedores de la existencia de mejores pastos y de abundante leña. Hoy por hoy, conserva un aspecto que bien podría equipararse al óptimo natural.
Desde el primer momento, nos envuelve una justificable sensación de monumentalidad. La potencia de los materiales arrasados se hace patente al poco de internarse por el barranco.

Geológicamente no hay diferencias entre el focino que acabamos de recorrer y la hoz que estamos recorriendo, pero paisajísticamente las divergencias son enormes.


Parece poco creíble encontrar estéticas naturales tan poderosas en una comarca tradicional e injustamente emparentada con los yermos y los baldíos. Los tópicos se parten aquí en mil pedazos.

Si no fuera por los bosques ribereños del río Aguasvivas o por las especies ornamentales introducidas por el hombre en los pueblos, es complicado encontrar prolongaciones forestales de hoja caduca tan bien conservadas en el Campo de Belchite.

Merced a esta ruptura brusca de la amable continuidad del monte fuendetodino, comienzan a aparecer almeces, latoneros o litoneros (Celtis australis) de una forma tan avasalladora y selvática que se hace incluso difícil seguir el camino.

Esta especie, emparentada con el olmo, se desarrolla vigorosamente en estos ambientes atemperados y sombreados al tiempo que se funde con el arce de Montpellier (Acer monspessulanum), que aparece en menor número.

En el sotobosque surgen incluso helechos como el polipodio (Polypodium cambricum), imbricadas hiedras (Hedera helix) y algunos líquenes que trepan por los fustes grisáceos de los latoneros, indicadores típicos de especiales condiciones de humedad y ausencia de contaminación.
En las paredes calizas desplomadas se adhieren como tachones las sobrevivientes sabinas negrales (Juniperus phoenicea), que muestran un comportamiento tan rupícola y especializado como los mismísimos té de roca y zapatito de la virgen que salpican la verticalidad de estas gargantas.

Llegar al final de la hoz y sentarse simplemente a observar significa comprender los procesos naturales que han propiciado semejante diversidad ecológica.
Sentir auténtico frío por la ausencia completa de rayos de sol, observar la roca lavada por donde se introducen temporalmente corrientes de agua transformadoras del paisaje, notar una humedad casi viscosa pero iniciática de tantas cosas o contemplar un bosque tan prieto de almeces que sus ejemplares parecen claveteados.

La desnudez invernal de las caducifolias incrementa también la sensación de vacío y desabrigo. En los cortados es bastante sencillo dar con ejemplares de cabra montés (Capra pyrenaica), que han hecho de estos hundimientos su perfecto hogar.

La mudez del invierno amplifica los sonidos de la naturaleza, desde las piedras desprendidas por las cabras que generan en su caída un eco turbador hasta el ruido monocorde y excitado de varias colmenas de abejas que se activan ante la floración temprana del romero. Es abrumador escuchar estos sonidos con tantísima nitidez.
Como siempre, por encima de los dominios de la roca, sobrevuelan los eternos buitres leonados, que se almenan en cualquier puntal sobresaliente, y todo tipo de córvidos que, con sus graznidos repetitivos y rotos, delatan nuestra presencia poco deseable.

Cuesta despedirse de semejante despliegue natural, pero hay que volver a Fuendetodos para conocer su red visitable de pozos neveros a través del conocido como Sendero Educativo. Trocamos la vertiente más naturalista por la etnológica y social. Fuendetodos, tal y como lo conocemos, no se entendería sin el comercio de la nieve que sustentó la economía familiar de sus habitantes entre los siglos XVII y XIX.

Coincidiendo con el periodo frío de la denominada Pequeña Edad de Hielo, se excavaron hasta una veintena de pozos en los alrededores de Fuendetodos para hacer acopio de ingentes cantidades de nieve para distribuir fundamentalmente en la capital zaragozana. Por si fuera poco, los productores de hielo se organizaron gremialmente en la Junta de Neveros de 1749.

Nótese que Fuendetodos se encuentra emplazado a prácticamente la misma altura que Sabiñánigo, considerada la puerta del Pirineo tensino. Todo ello a unos 40 kilómetros de distancia de la ciudad de Zaragoza, un trecho abordable en una jornada de unas 8 horas.

Esta singular ubicación, unida a una pluviometría ligeramente mayor a la de otras zonas de la Ibérica zaragozana, facilitó el asentamiento de esta industria popular, propiedad de los Condes de Fuentes pero explotada por el pueblo, que se sirvió de dignos caminos carreteros de la época como el Camino viejo de Zaragoza, que atravesaba Jaulín y María por el Paso de los Carros, y que en esta última localidad convergía con el Camino Real de Madrid a Valencia.

De entre las seis neveras visitables, destaca sobremanera la de la Culroya. Antes habremos superado la del Barranquillo, con un pozo de sobresalientes dimensiones.

La de la Culroya, conocida como el «neverón» bien por su porte ciclópeo, bien por su profundo significado entre los fuendetodinos, presenta una altura desde el fondo del pozo hasta el cuidado remate de la bóveda por aproximación de hiladas de ¡12 metros! Una muestra prodigiosa de la austera y pragmática arquitectura popular de la zona.

Conviene descender por la escalera de caracol hasta el mismo suelo para ser consciente de sus verdaderas dimensiones. Hasta 25 toneladas de hielo podía albergar en su interior que, convenientemente empozado, se cortaba en «panes» y se repartía por encargo.

Todo indica que su nombre deriva de la partida de «la Cruz Roya» donde se inserta, aunque, de forma anecdótica, culroya, en el aragonés de algunos valles pirenaicos, especialmente el de Chistau, se refiera a un ave, el colirrojo tizón (Phoenicurus ochruros).

Precisamente, en los alrededores de la nevera, parecen observarse dos cruces toscamente incisas en una roca solitaria, hasta ahora no reseñadas en ninguna publicación. Podría ser una forma de reforzar el topónimo, una expresión religiosa popular o, simplemente, una bella casualidad.


La siguiente nevera es la que Faustino Alconchel transformó en calera en la década de los 50 del siglo pasado. La de la Roza, ubicada en la partida homónima, sorprende también por las dimensiones de su pozo.

Tan solo queda conocer la de la Obra, localizada en las inmediaciones del antiguo castillo de Fuendetodos, y la recién restaurada del Calvario, cuyo coste de recuperación ha sido sufragado por una conocida marca de electrodomésticos zaragozana.


Naturaleza insólita y sólida arquitectura popular, dos elementos identitarios que refuerzan aún más la ya de por sí genuina personalidad de Fuendetodos.

Pura adaptación al medio, cualidad que comparten las hoces y las neveras de esta localidad, un valor que la naturaleza y los hombres han sabido sublimar sin artificios.

Conocimiento y protección para estas joyas, sin las cuales Fuendetodos sería simplemente un puzle incompleto y falseado.
Ruta completada:
Hoces y pozos de nieve de Fuendetodos.
Fuente consultada:
Cinca, Jaime y Ona, José Luis (coordinadores) (2010). Comarca de Campo de Belchite. Zaragoza: Gobierno de Aragón.
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