Senegüé hunde sus raíces en los rastros del hielo, pues se levanta sobre la morrena terminal de un glaciar que trazó el paisaje que hoy apreciamos en la Tierra de Biescas.
Esta morrena es el resultado del último de los ciclos glaciares conocidos, que alcanzó su máximo hace 25 000 años. Para objetivar las dimensiones de este glaciar de montaña, los datos nos hablan de que llegó a alcanzar 350 metros de espesor en la localidad de Biescas y 600 en algunos puntos propicios del Valle de Tena.

Además, Senegüe fue, es y seguirá siendo tierra de paso y encrucijada de caminos, vertebrado por un río, el Gállego, que ha condicionado su existencia. Por Senegüé discurría la vía romana secundaria que unía las tierras llanas oscenses con el Ossau francés por el Portalet.

Dos mil años después el camino que atraviesa Senegüé sigue subordinado al del Somport, el Summus Portus romano, con una vialidad invernal mucho más competente en la actualidad.

Veinte siglos más tarde, los preceptos fundacionales de las vías romanas siguen imponiéndose de un modo callado y riguroso.

Tras abandonar el dominio de la morrena, se transita brevemente por la Cañada Real del Valle de Tena, la vía pecuaria más relevante que vertebró el importantísimo tránsito ganadero entre el norte pirenaico y los pastos de invierno de las tierras del sur.

El camino declina suavemente, indicativo de que nos dirigimos al soto del río Gállego y al singular Puente de las Pilas.

Abandonamos las tierras de cultivo de Senegüé y Sorripas que, antes de la regulación del curso alto del Gállego mediante los pantanos de Búbal y Lanuza, estaban sometidas a unas avenidas de efectos impredecibles, ya que el río, en tanto organismo vivo, alteraría su cauce con cada crecida al discurrir sobre un lecho fundamentalmente plano.

El mentado Puente de las Pilas es un puente de tablas de tipo colgante cuyas primeras referencias documentales datan de finales del siglo XVI. Hasta la década de los 80 del siglo pasado, unió las poblaciones de Senegüé y Lárrede, es decir, las márgenes derecha e izquierda del Gállego.
Existía a finales del XIX y principios del XX una casilla para un pontero que controlaba el tránsito mediante el cobro de peajes entre ambas orillas.

El viejo pontazgo medieval se mantuvo prácticamente hasta «antes de ayer» como justificación recaudatoria para sufragar los muchos gastos que debían acometerse para mantener tan estratégica obra civil.

El camino, en levísimo ascenso, indicativo de que nos alejamos de los dominios del Gállego, nos conduce a Lárrede, el hogar de la que es emblema de las incomparables iglesias de Serrablo.


San Pedro, una refinadísima muestra de arte románico lombardo del siglo XI, que adopta soluciones constructivas innovadoras como su inédita planta de cruz de latina o sus bóvedas de piedra al tiempo que en ella perduran algunos detalles arquitectónicos de filiación hispanovisigótica-mozárabe en algunas ventanas y puertas.
El ábside, orientado perfectamente hacia el este, mira hacia el sol naciente, o traducido por vía sincrética, hacia la segunda y definitiva venida de Cristo.


Según el experto García Omedes, el maestro de Lárrede también erigió la iglesia de San Andrés de Satué, a imagen y semejanza de la larredense.
Discípulos de este maestro trataron de replicar su estilo en las iglesias de Susín o el despoblado medieval de Busa, con resultados menos sobresalientes. La excepcionalidad de San Pedro también viene marcada por su bóveda con remate de piedra.
Esta solución constructiva exige unos fundamentos técnicos que solo se cristalizan en Lárrede, además de un refinamiento excelso, extremado por una piedra caliza gris o ligeramente cobriza que le aporta mayor sobriedad al conjunto.
Y qué decir de la esbelta torre rematada con triple ventanal y cierre interior construido mediante aproximación de hiladas, emparentada poderosamente con el tramo superior de la excepcional torre de la iglesia de San Bartolomé de Gavín.
Y no hace falta ser ningún versado en arte sacro, tampoco ser practicante de religión alguna, para apreciar la gracilidad de este edificio, la maestría con que se ejecutó y la delicadeza que desprenden sus formas.

Es hora de dirigirnos al punto culminante de la ruta por altura y por novedad. Se trata de un lugar conocido como A Liena Javierre, o lo que es lo mismo, un quejigar que alberga robles de trabajo centenarios.

Su posición excéntrica y ligeramente aislada le ha otorgado un grado de conservación excelente. La propia toponimia indica que este caxicar se ubica en una liena, vocablo aragonés para designar el afloramiento de un estrato rocoso de grandes dimensiones.
La inmensa mayoría de árboles presentan una fisonomía trasmocha o escamalata, de amplios troncos y ramajes escamondados. Su explotación, como la de todos árboles de trabajo, pretendía obtener réditos forestales a través de podas periódicas.

Los rendimientos eran, y podrían ser, múltiples: camas y alimento con bellotas para ganado, vigas y soportes para edificios, fundamentalmente auxiliares, y combustible para calentar hogares.

En torno a los pies de los árboles, aún se atisban deslomados muretes de piedra seca que debieron acoger hatajos de ganado que pacerían en épocas propicias. Hace más de 60 años que nadie aprovecha este recurso forestal universal, absolutamente sostenible.

En las tierras del sur de Aragón, el esfuerzo secular de sus gentes se ha visto recompensado con la pionera creación del Parque Cultural del Chopo Cabecero del Alto Alfambra, que desea reconocer y hacer perdurar la cultura del árbol trasmocho.
Una iniciativa no solo loable sino necesaria en tiempos donde la aculturación y la ausencia de raíces lastra el desarrollo humano.

Un proyecto ilusionante que debería encontrar eco en el Alto Aragón, donde el quejigo, más que cualquier otro árbol, es portador de una carga simbólica que trasciende sus virtudes prácticas.
El quejigar de Javierre muere en la confluencia de los barranco de Ipe y de las Gargantas, que configuran el espectacular tramo de Tramafoz.

Como su propia toponimia revela, las aguas surgidas de la vertiente occidental del macizo de Santa Orosia atraviesan una foz, que en aragonés alude a un estrechamiento, garganta o desfiladero.

Nos encontramos, por cierto, en la que fue zona de influencia del casi desaparecido monasterio de San Úrbez de Gállego, que pasó a denominarse de la Garganta en el siglo XIV.

Sus orígenes se remontan al siglo X en el contexto de evangelización y repoblación de estas tierras, propiciado por los poderosos monjes de San Úrbez de Nocito, después de la islamización de siglos anteriores.

Por un sendero a tramos empedrado y que se asoma al vértigo de un barranco de aguas esmeraldas, desembocamos en un cruce de caminos, que coincide con el antiguo trazado de la vía pecuaria de la colada de Latas, naciente en la localidad de El Puente de Sabiñánigo.

La vuelta hasta Senegüé la completaremos por camino ya conocido, pero esta vez llegaremos al pueblo por el paraje conocido como A Paul, que hace referencia al constante encharcamiento de sus tierras, coincidente con la zona llana previa al arco morrénico que acoge un tupido quejigar, conocido como O Caxicar.

Es tal la saturación del freático en esta zona que a la fuente-lavadero del pueblo se la conoce como el sobrenombre del Barducal, que no es otra cosa que «barrizal». Esta fuente dio servicio a los de Senegüé y a su cabaña ganadera hasta 1973, momento en que se instaló la red de abastecimiento.
Una vez más, la recompensa es mayúscula en comparación con el esfuerzo invertido. Por enésima vez, queda suficientemente probado que no hay mejor forma de apreciar y conocer el territorio que observándolo y respetándolo a través de nuestros pasos.
Todo lugar de paso es también albergue. Senegüé cumple la premisa a la perfección. Que estos tiempos de premura e inmediatez no nos deglutan y nos impidan observar y reflexionar por todo lo que dejamos atrás sin ni siquiera plantearnos su existencia.
Ruta completada:
Lárrede y cajicar de Javierre desde Senegüé
Fuentes consultadas:
Buesa Conde, Domingo (2010). Senegüé: los orígenes de una villa. Revista Serrablo.
García Omedes, Antonio. Parroquial de San Pedro de Lárrede. Web Románicoaragonés.com.