Huesca

Peña Canciás, crisol de vida

La Peña Canciás/Canziás es una atalaya solitaria que ilumina el paisaje del Sobrarbe más occidental. Su posición aislada la convierte en un faro visible desde amplios puntos de la geografía oscense.

Canciás desde Fiscal

Se dice que el topónimo Canciás podría proceder de la voz aragonesa canciello, que indicaría la presencia de un territorio acotado, una cerrada.

Niveles ascendentes

La morfología de la cumbre de esta montaña bien podría asemejarse a una enorme majada natural, con buenos pastos en altura, hoy invadidos por el erizón, y presencia de fuentes cercanas.

Ripples u ondulaciones de un antiguo mar fosilizado

Más allá de la peripecia montañera de alcanzar la cumbre, Canciás es una verdadera ínsula de biodiversidad y un atlas de geología sincero. Son moléculas intangibles las que consiguen que las montañas nos fascinen, pero no hay duda de que la materia de Canciás es magnética, completamente totémica.

Par de Zygaenas

La vertiente elegida es la de umbría, con una serie de pisos vegetales fascinantes, con una sucesión de escalones litológicos asombrosos.

Epipactis atrorubens

Habrá momentos en que penetraremos en biotopos de bosques húmedos centroeuropeos, con macro y microflora de gran valor ecológico.

Pinares que anticipan caducifolias

Volver al origen es un ejercicio obligado. El cuerpo macizo y encastillado de Canciás es fruto de la acción de los salvajes procesos de erosión de los vecinos Pirineos, emergidos en la Orogenia alpina, hace unos 45 millones de años.

Barras sedimentarias de Canciás

Si tuviéramos la oportunidad de sobrevolar esta zona hace unas decenas de millones de años veríamos un sistema deltaico que aglomeraba gigantescas cantidades de sedimentos.

Surge el bosque atlántico

El mar poco profundo que cubría estas tierras se constreñía ante el empuje vertical de las montañas.

Cephalanthera rubra
Simetrías rosadas

Una vez ese mar retrocedió irremisiblemente, la erosión pirenaica fue aún más violenta, lo que permitió apilar mayores volúmenes de gravas, que terminarían convirtiéndose en los conglomerados que hoy se manifiestan en esta montaña.

Lilium martagon

Entre tilos, arces y algún avellano, podemos contemplar el primer afloramiento de conglomerado en un cruce de pistas. Se inserta en el pretérito pie del abanico aluvial, por lo que se trata de las rocas más antiguas, las más alejadas del antiguo Pirineo.

Trabajadores afanosos

Solo a esta parte más excéntrica del abanico llegaron los bolos arrastrados en las crecidas más poderosas.

Oasis de frescor

Al poco, nos envuelve el sonido relajante de una cascada de aguas glaciales, de las que aguijonean manos y refrigeran cuellos al instante. La precipitación del carbonato cálcico disuelto en el agua da forma a estas tobas calcáreas, que se distribuyen en casi imperceptibles escalones.

Bajo el influjo del hayedo

El bosque, en este punto, lo sentimos mucho más cercano, no en vano pronto mudaremos la cómoda pista forestal que nos ha traído hasta aquí por una senda de las que dejan huella.

Noble ejemplar

El hayedo, que tan arriba veíamos en Fiscal, se despliega ante nuestros ojos con una energía apabullante. Ejemplares añosos acaparan el campo visual, horizontes de verde electrizante inundan las pupilas, silencios ancestrales se adueñan del camino.

Se sabe que hay gente que siente opresión al transitar por bosques cerrados y oscuros. Nictohilofobia lo llaman. Qué duda cabe que el hayedo norte de Canciás es el escenario perfecto para el despertar de miedos y recelos ancestrales.

De hecho, estas soledades fueron la morada de un ser fantástico, de nombre Mamés, mitad hombre, mitad animal. Conocido como el hombre choto, pastor de oficio, cuidaba los hatajos de ganado de su madre y rehuía el contacto humano por el rechazo que su aspecto provocaba.

Se sentía atraído únicamente por mujeres, a las que observaba clandestinamente. Un día logró entablar conversación con una de ellas, que se mostró confiada y segura en el trato.

Fauna amenazada: rana pirenaica

En el hombre choto, siempre repudiado, germinaron valores como la amistad y el amor por el prójimo. Mames se humanizó y lo logró gracias a una mujer sensible.

Invierno tras invierno

Hasta un día en que la muchacha tuvo que partir. No dijo adiós por no causar más pena a su amigo Mamés. El hombre choto enloqueció de dolor y se dejó arrastrar por la indiferencia. Nada le importaba, ni siquiera su rebaño con el que, en cierto modo, compartía naturaleza.

Claro en el hayedo
Paisaje pautado por montañas

Deambuló, buscó, no encontró, se sumió en la desesperación. La única salida que halló fue arrojarse al vacío en los cortados de la vertiente norte de Canziás.

Prados precimeros

El imaginario colectivo del hombre pagano está impregnado de estas leyendas habitadas por seres mágicos, que explican con sencillez y sutileza la relación salvaje entre la naturaleza y el ser humano. Su morfología cabruna también entronca estas historias con la presencia constante del demonio en estas montañas.

Escarpes de conglomerado

Las interpretaciones más benignas hablan de que su final es puramente humano, de cuando la esperanza devastada solo encuentra el camino más recto. Las más aviesas dicen que fue su padre, el demonio, el que reclamó el alma de su vástago.

Últimos escalones

El hayedo acoge en su seno varias cuevas, que bien podrían haber sido la morada del desdichado hombre choto. El contexto, la escenografía y los personajes son los ideales para rodar esta leyenda.

Lo imperceptible aquí se convierte en audible, lo sutil se convierte en mayúsculo. Los sentidos deprimidos se elevan, pues cualquier rama quebrada de repente suena como un árbol derribado, cualquier huída despavorida de un animal retumba como una avalancha de piedras.

Tresmiles de Ordesa

El hayedo de Canciás es una caja de resonancia y, a su vez, una matrioshka forestal. Los sonidos se amplifican tanto como estratifican. Se nos superponen varias láminas de hojas, ramas, tallos y copas, aunque solo percibamos una, la evidente. El ruido exterior está reservado a un mundo solar de color azul. Aquí solo sombra, verde y mutismo.

Dactylorhiza fuchsii

A través de peldaños de diferente entidad, llegaremos hasta la base cimera del gigante. Antes habremos caminado por praderías alpinas y bosques cada vez más ralos, con ejemplares atrofiados de pinos negros y silvestres.

En las espuelas del gigante sinclinal

Las hayas no buscan estos fríos expuestos. Huyen de estas viseras descarnadas. El estrato tampoco parece estable, pues se ven pinos jóvenes de porte raquítico intentando aferrarse a terrenos arrasados por desprendimientos.

Guara desde Canciás entre camas de erizón

Los conglomerados de la cima son los más actuales en términos geológicos. Fueron los últimos depositados por esos grandes torrentes pirenaicos en la cabecera del abanico aluvial.

Visión hacia el noroeste

El propio plegamiento orogénico incorporó estos abanicos meridionales a la cordillera. Llegar al collado previo a la cima es enfrentarse al imponente sinclinal de Canciás.

Visión hacia el noreste

Las capas de la vertiente norte, la nuestra, se tumban hacia el sur, mientras que la de la vertiente de solana lo hacen hacia el norte. Un ejercicio de brutal contorsión cuyo cénit se halla en las alturas. Y solo los que lleguen hasta aquí podrán contemplarlo.

Sobrecogedores cantiles de la vertiente norte de Canciás

Subir a la cima es una empresa golosa, pero nosotros no pudimos siquiera afrontarla. Un calor espeso y deshidratador nos hizo desistir.

El oriente de Sobrepuerto pintado de amarillo

A cambio, disfrutamos de un espectáculo tan desconocido y bello como fugaz: la floración del erizón, que se extiende sin paliativos en un territorio siempre reclamado por el ganado, cuyas esquilas aún tañen melodías de resistencia en estos altos.

Corazón de Sobrepuerto con un volcán extinto en el horizonte

Desde la balconada del collado, paladeamos las inolvidables panorámicas de la cordillera pirenaica desde el Bisaurín hasta el Turbón, de la Jacetania que linda con Navarra a la Ribagorza que raya con Lleida.

Cabecera del valle del Ara

Tan abajo quedan Fiscal y su ribera que parece irreal que estemos tan arriba. Al contrario de lo que se suele suponer, el valle del Ara no ha sido cincelado por mecánica glaciar sino fluvial.

Fiscal a vista de pájaro

La gran lengua de hielo, en plenitud, se detuvo en Sarvisé. El Ara, hoy por hoy, continúa su paciente trabajo de desmantelamiento.

Caminos de bajada

El gran tajo nos habla claramente de la capacidad erosiva del Ara, un digno heredero de las corrientes impetuosas que hace millones de años moldearon estos paisajes.

El gigante se prepara para la noche

La bajada, como la subida, es larga y deja estelas de cansancio a cada revuelta del sendero, pero permite hacer balance de lo caminado. Peldaño a peldaño, graderío a graderío, no cabe más opción que el disfrute mayúsculo y extenuante, tras miles de pasos cómplices.

Ruta completada:

Peña Canciás desde Fiscal

Fuentes consultadas:

Belmonte, Ánchel y Carcavilla, Luis. Red de geo-rutas del Geoparque de Sobrarbe: GR 13 Una privilegiada atalaya… Peña Canciás. Boltaña: Geoparque de Sobrarbe

Navarro, José Miguel (2018). Diccionario de signos, símbolos y personajes míticos y legendarios del Pirineo aragonés. Zaragoza: Prames.

2 comentarios sobre “Peña Canciás, crisol de vida

  1. Hola Rai.

    Te ha quedado un texto muy bonito, al igual que la fotografía. La subida a la Peña Canciás, hace tiempo que voy detrás de ella, pero me pasa lo que os paso a vosotros, que como es una subida tan larga (yo en su día la miré para hacerla en circular, que aumenta el desnivel a 2.000 metros), me tira para atrás que en la parte final acabe achicharrado, cosa factible, ya que por mucho que se madrugue, salvo que salga un día nublado, se pilla el sol en su máximo apogeo.

    Otra opción es subir desde Laguarta, que es más directa, pero en cambio se pierde uno de los atractivos de la subida a Canciás, esa variedad de bosques. Viendo el track, veo que pones un waypoint «valla ganadera», no se si se puede acceder en coche hasta ese punto y dejarlo allí, porque entre ida y vuelta se ahorran unos 5 kilómetros con su correspondiente desnivel, que no es moco de pavo.

    Un saludo

    1. Hola, Eduardo:

      Sí, es que Canciás es mucho Canciás. Ningún recorrido por su vertiente norte baja de la horquilla de 20-25 km, con su correspondiente desnivel.
      En días de gran calor, como el que tuvimos, el sinclinal de la cima actúa como una marmita. Ni una brizna de aire y una temperatura notablemente superior a la que había en el hayedo, donde se estaba razonablemente bien. Así que decidimos darnos la vuelta y dejarlo para otra ocasión más propicia.
      El coche se puede aparcar al inicio de la pista de San Salvador, después de superar unas naves ganaderas (se ahorran unos 3,5-4 km ida y vuelta). El vallado del que hablo en el track ya está dentro de la propia pista restringida.

      Saludos

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