Caminar por caminos que ya hemos hecho un poco nuestros. Es el principal objetivo, reivindicar unas sendas y veredas que muchos otros caminaron antes que nosotros y que, por tanto, fueron moldeadas y dotadas de vida y sentido en una época no tan pretérita.

Es la sexta edición de la siempre esperada Andada de Sobrepuerto, una bendita concentración de una treintena de amigos y conocidos, dispuestos a dejarse llevar por una tierra que, por su dureza, crea arraigo.

La más larga travesía se inicia el sábado a las afueras de Broto. Nos esperan más de una veintena de intensos kilómetros hasta Cortillas, el corazón y capital de Sobrepuerto. Las montañas bostezan pesadamente de buena mañana, augurando un día sofocante.

No podemos detenernos en Oto, aunque sí contemplar sus dos poderosas torres, la civil de la Foz de la Escala y la religiosa de la iglesia de San Saturnino.

Su presencia será constante durante buena parte de la subida que tenemos que afrontar, tras cruzar el barranco de Yosa, una glera caótica de bolos y guijarros arrebatados a la montaña.

Pisamos difusos campos de labor, pertenecientes al municipio de Oto, y que se encamaraban hasta cierta altura, frenados por las grandes masas forestales que se desbocaban desde las cimas de la Manchoya y Gabalos.

No estamos lejos de lo que conocen en Oto como o Pozino que, atendiendo a la toponimia, es un lugar umbrío donde abunda el agua, no necesariamente en superficie.

No tarda en aparecer la agostada fuente de la Canal, que sin embargo justifica ampliamente el topónimo, no solo por el hecho de que allí haya un pequeño manantial, sino por la vegetación, más propia de ambientes húmedos que mediterráneos.

En un saliente de roca, y desaparecida la cobertura forestal que nos ha acompañado hasta el momento, se levanta la ermita de la Asunción de Oto.

Se dice en el valle que las ermitas de la Virgen de Morillo de Broto y la de Bun de Buesa, visibles desde este punto, son «vírgenes hermanas». Curioso triángulo de protección mariana.

La ausencia de dosel boscoso no es casual. Fue esta una zona intensamente aprovechada por aterrazamientos, algunos de ellos minúsculas articas, que le robaron al monte lo que hoy se está cobrando con creces.

El tránsito por una pista nos anticipa uno de los itinerarios más espectaculares de cuantos hay en Sobrepuerto.


Es la denominada Faja de Lis, una veta de noble recorrido, orientada netamente al este, que cabalga a lomos de unas poderosas aguas de alta montaña, las del río Ara, las responsables de que hoy nos podamos medir en altura con los buitres.

Desde aquí el agradecimiento al guarda forestal de Ayerbe por despejar el último tramo de esta faja, invadida por el lacerante erizón.

La llegada a Ayerbe de Broto es placentera. No hemos dejado de declinar o llanear mansamente hasta llegar aquí. El viejo topónimo Agierbe nos indica que se trata de «un pueblo que está en la parte baja».

Efectivamente, reposa sobre el bajo vientre de la eminente cumbre de Gabalos, que bien podría referirse al pueblo galo de los gábalos, que hoy ocuparían el actual departamento de Lozère, al este de la considerada Occitania francesa.

Estos gábalos eran considerados expertos queseros y, qué curiosidad, la zona oriental de Sobrepuerto, especialmente Escartín, era conocida por su buen hacer con este subproducto de la leche.

Quizá fueron pueblos venidos de la Galia Narbonensis los que asentaron esta tradición, que bien pudo mantenerse hasta el vaciamiento completo de Sobrepuerto en la década de los 60 del siglo XX.

Tiene sentido que a la Manchoya, el pico vecino, se le atribuya precisamente un origen occitano, el de Mons Gaudii —Monte del Gozo—, asociado a importantes fenómenos religiosos de simiente medieval. Desde el Monte do Gozo gallego, los peregrinos divisan por primera vez su deseado destino: Santiago.

Entonces, ¿qué es lo que se buscaría desde la Manchoya? ¿Qué hito justifica que la Manchoya se considerara un «monte donde se alcanza la felicidad»? Algo escorado al oeste, y parece que de forma nada casual, se levanta el Tozal d’a Birchen. Quizá un hito más de un cordal sacralizado desde antiguo.

La iglesia de la Natividad y la casa o Yerno construyen una imagen arquetípica de los pueblos de montaña del Pirineo. Lo práctico, lo honesto, lo humilde y lo humano llena todo el horizonte.

No fue sencilla la vida en este Ayerbe. Que no nos engañe la mirada atrofiada de aquel que se inventó que la contemplación de excelentes panorámicas también era un producto mercadeable. Nos lo creímos, nos lo creemos e idealizamos así la precariedad.

Aquí el terreno que servía para llevarse algo a la boca era de inferior calidad, por estar sometido a una erosión desmoralizante. Las quebradas que caen a plomo al río Ara eran ingobernables para cultivo. A los de Ayerbe les llamaban precisamente os peñaceros por vivir en un emplazamiento salpicado de escabrosidades.

El agua se atesoraba en unos cuantos balsones al poco de nacer para saciar la sed de los animales. La fuente Matriz, la que alimentaba al pueblo, se solía agostar en verano por evaporación o filtración al estar realizada la canalización sobre la misma tierra.

Los de Ayerbe clavaron unas cruces de madera en lo alto del camino a la Isuala para esconjurar las tormentas venidas del oeste, que azotaban con especial virulencia este rincón de Sobrepuerto. Entre las gentes cundía el desasosiego cuando se rumiaba tormenta, alentado por la pérdida recordada de personas y animales.

No hay que olvidar que, al otro lado del cortado, Asín de Broto contaba y cuenta con un magnífico esconjuradero adosado a la iglesia para desviar las dañinas tormentas. No muy lejos, en Burgasé, se levantó otro. Temibles debían ser las tronadas.

Por el camino del Solano de Bergua, hoy convertido en un magnífico robledal, llegamos hasta las pasarelas de Bergua, ahora de metal, antes unas simples palancas construidas con troncos de madera.

Allí, las aguas frescas del Forcos invitan al baño y al amodorramiento. Ganado nos lo tenemos. Se come y descansa a voluntad en uno de los momentos más esperados de la andada.

La subida por o Paco Basarán, siempre umbrosa, siempre amable, nos iba a deparar una de las sorpresas más entrañables de la caminata.

En la frescura del barranco Abé nos esperaba un pequeño contingente de descendientes de Basarán, que se han agrupado con el objetivo de reivindicar sus raíces. Querían recibirnos en su pueblo, mostrárnoslo, pero no llegamos a tiempo.

Junto a la húmeda tosca del barranco, se habló de la importancia de preservar la memoria pese a que lo visible sean «cuatro muros y poco más».

La memoria es fuerza, une a las gentes, las dota de voluntad. La demanda es la de siempre: detrás de esas piedras que ves en el suelo hay trabajo, sudor y dedicación. Vida. Humanidad.


Las últimas lazadas hacia Basarán hacen mella. El calor pegajoso nos obliga a efectuar una larga parada en el pueblo. Las montañas nos circundan a los cuatro vientos. Señalamos lugares ya transitados en otras andadas, apuntamos a ese Ayerbe que no se ve pero sí se siente ya lejos.


El aún verde puerto de Otal contrasta con las amarillas cumbres de Escartín. El contundente bloque de calizas grises de Tendeñera cierra un telón de fondo azul estival.

El camino desde la Cruz de Basarán hasta Cortillas nos sirve para recapitular lo mucho que hemos caminado y vivido durante esta intensa jornada.

Cortillas nos recibe a la tardada con unas luces cambiantes que presagian una tormenta que nunca fue.

Atravesamos la calle de la Virgen, que integra las casas de Pablo Arnal, Cosme e Isábal en la antigua capital de Sobrepuerto. El destartalado vestigio del alero vegetal de casa Cosme es testigo de nuestros pasos. No sé si por última vez.


En la escuela vieja de Cortillas, hoy refugio, y al lado de la inquebrantable torre de la iglesia de los Santos Reyes, nos preparamos para pasar la noche antes de dormir acurrucados en A Placeta Cortillas.

Cada uno lo hará donde pueda, haciendo compañía a las sombras de las casas Pablo Escartín, Migalé y Castiella.

El despertar iba a ser delicioso. Un sol camuflado entre nubes gruesas y gasas de niebla, un fresco añorado, alguna manga larga y la promesa de un pequeño chaparrón en el puerto.

El camino de las Arrayualas iba a ser nuestro bulevar de montaña particular que nos conduciría hasta Santa Orosia.

Es de esos caminos que conviene transitar sin prisa, por lo bien proyectados que están adaptándose con mimo a las curvas de nivel, por el esmero que hay en todas y cada una de las piedras que conforman hiladas kilométricas de muretes de separación y contención.

Caminos que son patrimonio de la humanidad, sin necesidad de títulos ni oropeles. Caminos de un valor incalculable. Arterias de un corazón que late callado.

En la Artica Plana, una ventana a la profundidad de estas montañas donde se siente con especial fuerza la huella humana, contemplamos la sucesión de tozales modificados por las necesidades de los habitantes de Cortillas, Cillas y Sasa.

Peldaños de terrazas que aserran el perfil de una montaña que se desploma hasta el barranco de la Balle, emergido en las faldas orientales de Oturia.

Impresiona la imagen discordante entre las laderas deforestadas y escuálidas que miran al sur y los compactos hayedos que se enfrentan hacia el norte.

Como si estos bosques fueran un recordatorio perenne de que sus troncos estaban antes que nuestras hachas.


En las fajas de Migalé, donde afloran potentes paquetes de conglomerado, se deslizan tímidamente algunas estrías de agua del Reguero Auturia, que no es más que el germen del barranco a Balle, que luego será A Pera.

Desembocados en la pista, una mancha verde parduzca denota la presencia de una bolsa de agua que desborda el nivel freático y resbala montaña abajo en busca de una mayor corpulencia.


En el santuario de Santa Orosia haremos la que será la última parada del día. Nos queda simplemente afrontar la bajada por el camino de las ermitas que, no por conocido, deja de manifestar nuevos matices.

Sorprende, y cuántas veces ya, la faja extraplomada de conglomerado masivo del sinclinal del puerto de Santa Orosia.

Esta vira, que fue refugio de comunidades pastoriles del Calcolítico, fue más tarde sincretizada con una serie de ermitas que recuerdan el martirio de la santa de Bohemia.

No hay ser humano sensible que no se conmueva al traspasar la cascada del Chorro. No es posible obtener mejor representación en estas montañas de la comunión entre el hombre y la naturaleza. Es sencillamente sublime.

Con el ritmo emocionante del redoble de campanas de la ermita de la Cueva, el grupo se deshilacha en minúsculos corros que bajan a su ritmo hasta Yebra de Basa.

El sol, que no ha hecho acto de presencia todavía, se asoma en este último tramo para confirmar que duele, que estamos en pleno verano y que la piscina que nos cede amablemente el ayuntamiento de Yebra nos espera con sus reconfortantes aguas.

La comida, un año más, nos sirve para confirmar la vigencia y el aplauso unánime que genera esta travesía entre amigos. Lo identificados que nos sentimos con el rumbo de nuestros pasos.

Demostramos que estas sendas vaciadas son depositarias de una cultura que nos define. Las recorremos para darles sentido, para comunicarnos, para aprender de ellas.

Conversamos sin saberlo con los que ya no están, con esos seres humanos cuyo proyecto de vida se llamó Sobrepuerto.
Ruta completada:
Primera jornada: Broto – Cortillas
Segunda jornada: Cortillas – Yebra de Basa
Datos completos:
39,01 km totales
1643 m de desnivel positivo
1652 m de desnivel negativoMás información en:
Plá Cid, Antonio (2012). Julio César. El Ésera. La Solana. Fanlo, Buisán, pp. 97-126. Revista del Centro de Estudios de Sobrarbe, n.º 13. CES: Boltaña.
Varios autores (2014). Guía de Sobrepuerto. Yebra de Basa: O Zoque. Asociación Cultural Ballibasa y Sobrepuerto.
Gracias por tu crónica. Observo que bastante gente va en pantalón corto ¿no había problema de zarzas, aliagas o erizones? A Ayerbe de Broto subí con MIguel de la Costa, es el pueblo de su madre: Virginia. Saludos
Los caminos están transitables, que no es poca cosa, pero de Sobrepuerto ya sabes que no puedes irte sin algún «recuerdo» en la piel.
La gente iba básicamente en pantalón corto por culpa del fuerte calor, especialmente el que hizo durante el primer día. El segundo fue mucho más llevadero.
Gracias a ti.