Linares de Mora reposa entre montañas. Su propia ubicación encastillada en un altozano obedece a evidentes funciones defensivas. Le bordean alturas rayanas a los 2000 metros y le afluyen dos ríos, el Valdelinares y el Paulejas, que alumbrarán al Linares, afluente del Mijares, otro río de ascendencia turolense.

A su incontestable patrimonio arquitectónico, le secunda un acervo natural de proporciones gigantescas. Basta subir al mirador de Linares o a la ermita de Santa Ana para reparar en ello.

En comparación con otras regiones más austeras, Linares posee agua en abundancia, huertos feraces —algunos de ellos aún laboreados—, madera y pastos de excelente calidad.

En suma, un sector primario hoy algo deprimido, pero valioso en fondo y forma. No todo aquí se ha fiado al turismo redentor, porque en los altos puertos de Valdelinares y en algunos prados de Linares sigue paciendo una respetable cabaña ganadera de vacuno.

Por el pueblo aún se sigue viendo en verano a un pastor de cuna que, retirado, sigue conduciendo todas las mañanas a un menguado hatajo de ovejas de la raza Cartera, localizada exclusivamente en la Sierra de Gúdar, y en peligro de extinción.

Los inviernos los pasa en un pueblo del Campo de Turia valenciano, pero con la primavera deshace el camino hasta sus orígenes, porque como dice sin ninguna doblez «esto no se puede dejar, un pastor lo es siempre».

Son diversas las rutas que nos permiten profundizar en la herencia más directa de este pueblo serrano de la Sierra de Gúdar. Una de ellas nos lleva por el camino de Santa Bárbara hasta el pino monumental del Escobón y el valle del Molinete.

El trayecto se acoda al discurrir del río Valdelinares, naciente en el puerto homónimo. Este río de régimen pluvionival achaca notablemente los estiajes y puede mostrarse seco en superficie en determinados tramos permeables.

La senda que nos despide de Linares es ampliamente transitada por la gente del pueblo, ya que desemboca en uno de sus emblemas naturales, el pino del Escobón. Este pino laricio (Pinus nigra subsp. Salzmannii) es el de mayor envergadura inventariado en Aragón, que ya es decir.

Se le estima cuatro siglos de vida, lo que significa que su semilla presumiblemente eclosionó en la conocida como Pequeña Edad de Hielo, concretamente en el período del Mínimo de Maunder.

Fotografía: Francisco López Segura; fondo: Instituto de Estudios Turolenses

Son más de cuatrocientos inviernos de nieve, viento y frío sobre su anciana copa. Este gigante es un auténtico superviviente, venerable por sí mismo, por haber brotado del hielo y perdurado hasta nuestros días en un mundo sobrecalentado por la actividad humana.

Sus dimensiones hablan de su grandeza: 5,8 m de perímetro de base, 5,05 m de perímetro a 1,30 m de altura, 21,7 m de diámetro de copa y 28 m de altura. Su aspecto no es inmaculado, por tener una amplia herida en el tronco al habérsele extraído teas utilizadas para el alumbrado preindustrial.

Con los achaques propios de un árbol varias veces centenario, sigue siendo orgullo de los linarenses, que se solazan bajo su enorme parasol a la vera del río. Su pervivencia se recoge en una jota que aún se sigue cantando en jornadas festivas y que dice: «tres cosas tiene Linares que no las hay en todo Aragón, la Iglesia, la Cueva Mona y el Pino del Escobón».

Más arriba, se halla, en un territorio totalmente asilvestrado, el Molinete, uno de los cinco molinos hidráulicos que hubo en el término municipal. Se inserta en un rincón de enorme belleza, por donde discurre un barranco tributario del Valdelinares, de aguas de extremada pureza.

Entre la avasalladora vegetación arbustiva y arbórea que ha renaturalizado este enclave de rostro masovero, todavía se cuelan frutales que antes complementaron la dieta de los habitantes de este molino y que hoy solo alimentan a turbas de pajarillos que encuentran el maná en ellos.

El edificio del Molinete amenaza inminente ruina y, pese a la maraña vegetal que lo abraza, aún es posible admirar su formidable estructura irregular de tres plantas, su tejado a dos aguas, sus nueve vanos de iluminación de disposición anárquica y su revoco blanco hoy mancillado por la humedad.

Al Molinete lo acordonan dos barrancos, el del Mas de las Fuentes y el de la Lozana. Este último es acreedor de una surgencia de naturaleza kárstica a espaldas del molino, la conocida como Fuente del Oro.

Este nacimiento, exhausto en veranos secos, tiene tipología de trop plein y solo ha de rebosar cuando el acuífero se sature en períodos de lluvias intensas o nevadas copiosas.

Los depósitos tobáceos conforman cascadas derramadas, de estéticas imposibles y donde la naturaleza acuática se siente y se ve en forma de helechos, musgos y avellanos que retienen la humedad reinante.

La vuelta se completa por el camino del Mas del Río para, desde la margen derecha del Valdelinares, apreciar el encastillamiento de Linares cuyo núcleo se esparce hacia el cálido sur en viales paralelos interrumpidos por breves callizos y se guarece del frío norte gracias a un cantil amurallado.

Llegamos a Linares por el Puente del Loreto, de origen califal del siglo X, que solo conserva unos pocos sillares de esa época y que fue reformado ampliamente en siglos posteriores. De romano tiene poco, pese a que algunos textos parecen apuntar hacia esa filiación.

El Barrio del Puente, situado ya muy cerca de la confluencia del Valdelinares y el Paulejas, exhibe una postal congelada de lo que fue el Linares autárquico y precapitalista, de edificios de orgullosa y conservada traza popular, de travesías empedradas y de poyos tallados en roca.

El otro río de Linares es el Paulejas y ve la luz cerca del Alto del Monegro, a casi 1900 metros de altitud. Su cuenca de recepción es mayor que la del Valdelinares y eso se traduce en mayores caudales estivales. Comparte con su hermano, eso sí, unas aguas de una transparencia vítrea.

El trayecto escogido sube por las lazadas del camino del Tajal, no muy lejos de la Cuesta de Rubielos, por donde desfilaron recuas de caballerías transportando minerales ricos en zinc, como esfalerita, smithsonita o hidrocincita, extraídos de las deficitarias explotaciones de Antonia y Avecilla, Resurrección y Porvenir de principios de siglo XX. Su destino: la estación de Rubielos de Mora, inaugurada el año 1900.

El camino pasa al lado de las ignoradas ruinas de un molino de aljez y de la cantera de yeso rojo asociada. Antes de que la cal blanca o azul llegara a estas tierras en los siglos XVIII-XIX, las casas linarenses se enlucían con aljez, revestimiento tradicional que aún perdura en algunos rincones del casco urbano, si uno aguza la vista.

Habría que imaginar un Linares medieval de monocromáticas fachadas y tejados rojos —al estilo del actual Albarracín—, en contraposición al blanco y rojo que hoy dibuja su paisaje urbano.

Desde el camino del Tajal, emprendemos la bajada entre perfumes de resina hasta el cauce del Paulejas para dirigirnos hasta el Pozo Navarro, un verdadero oasis mediterráneo, zona de baño tradicional de los linarenses.

Sus aguas gélidas invitan a un baño casi siempre breve y a la sosegada contemplación, no solo de su flora y fauna, sino también de la espectacular geología que atesora este punto de la Sierra del Monegro.


La Masía del Arenal domina el paisaje eminentemente ganadero a la vuelta. Sus diferentes edificaciones, en no muy buen estado, se levantaron en torno a una pequeña explotación de arena blanca, de ahí su nombre.

El patrimonio masovero de Linares es descomunal. A principios del siglo XX, hasta 89 masías garantizaban la explotación agrosilvopastoril de forma sostenible del término municipal.

Este hábitat disperso de raíz medieval contabilizaba a finales del XIX en la zona oriental de Teruel unos 3500 asentamientos que acogían a nada más y nada menos que a 17 000 almas.

En algunos pueblos cercanos como Puertomingalvo, el 80 % de la población se repartía en las 213 masías que punteaban su término.

Decir que las montañas que hoy vemos en Linares de Mora y comarca han sido cinceladas por la comunidad masovera es casi afirmar lo obvio, pese a la invisibilidad de su trabajo.

Sin embargo, su presencia e importancia han sido secularmente ignoradas en beneficio de comunidades rurales más preponderantes en el folclore e imaginario popular, como la cultura pirenaica.

Estos auténticos custodios o guardianes del territorio trashumaban al antiguo Reino de Valencia o, lo que es lo mismo, «bajaban al Reyno», propiciando flujos comerciales y culturales ricos y diversos, que luego lamentablemente se han tornado en arterias desangradas de emigración.

Porque este patrimonio masovero es tan de todos y de tantísimo valor como cualquier otro catalogado. Solo parecemos funcionar con etiquetas, y a veces ni eso.


Transformación prodigiosa de la montaña
Aun siendo el eslabón más frágil de la gestión tradicional del mundo rural, su percepción es visible en forma de caminos empedrados, muros de piedra seca, casetas de pastor, terrazas de cultivo, prados de siega, eras, majadas, cotos, edificios auxiliares, viviendas…

Hoy son residencias ocasionales, objeto de arrendamientos ganaderos, casas de turismo rural, ruinas o casi ruinas que se adormecen entre rosales silvestres y herederos disgregados, pero han sido y son, y son porque están y porque su obra es palpable.
Linares de Mora da para entender su relación con el no tan lejano Mediterráneo, para comprender su querencia por el mar, para saber por qué miran hacia el este periférico y no hacia el oeste interior. Para conocer su profundísima raíz rural, alejada de tópicos y de postales de fin de semana.
Rutas completadas:
Pino del Escobón y el Molinete desde Linares de Mora
Pozo Navarro y Mas del Arenal desde Linares de Mora
Mas de la Rocha desde Linares de Mora
Fuentes consultadas:
Notas históricas sobre Linares (por Fernando Schleich). Web linaresdemora.com
Reyes Garreta, Ánchel (2019). Un legado escondido: la cultura masovera en Aragón. Web Sociolochía.
Frutos Mejías, Luisa María y Ruiz Budría, Enrique (2014). Los mases, elementos fundamentales en la estructura del paisaje turolense oriental. Edita Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Pirenaico de Ecología y Universidad de La Rioja.