Cuesta trabajo olvidar esta tierra. Son caminos que te atan al suelo, provistos de una fuerza irracional, profunda y atávica. Es el límite de un mundo exhausto. Donde la belleza y la crudeza fundan una entelequia inexplicable.

Las lomas meridionales de la Sierra de Aineto, la montaña serrablesa por excelencia, dan cobijo a los vestigios de una sociedad arrasada. Lo hemos visto ya tantas veces. También lo ha contemplado el gigante de piedra de Guara, el notario último de estos finiquitos con la tierra.

Algunas poblaciones orilladas en la carretera que nace en Manzanera y muere en Bara pivotan entre los residentes fijos y los ocasionales. Belsué, Nocito y Bara marcan los puntos equidistantes de resistencia demográfica. Sin embargo, las aldeas colgadas de las sierras de Belarra y Aineto, todas, sin excepción, se vistieron de un silencio desabrigado.

Abellada y Azpe duermen arriba, Bentué de Nocito y Used se desperezan abajo. Sí, cómo no, una carretera. Algunos de los que se fueron han vuelto, otros no.

Algunos nuevos han tomado el relevo, bastantes de los cuales hablan la lengua del otro lado del Pirineo, afrancesando un valle que siempre tuvo algo de francés.

Los caminos que vinculan pueblos son los de siempre, viejos y curvos, sabios y dialogantes. De Bentué de Nocito a Abellada recorremos parte del trazado de la Cañada Real de Abellada. Entretanto, el despliegue incesante de barras de arenisca lamina la fertilidad de un suelo comprimido por una geología arisca.

Sorprende la violencia con la que se recupera la naturaleza, dispuesta a difuminar los trazos humanos de este lienzo de montañas. De verde se pinta el barranco de Abellada, sin el que nada podría haber existido en este lado de la sierra.

Los de Abellada, no del todo exentos de razón, siempre defendieron que su barranco era realmente el río por ser más caudaloso que el propio Guatizalema, al que cede sus aguas en la badina Estañonero. Ambas corrientes rinden tributo al poderoso Alcanadre en los Monegros oscenses.


Un poco más arriba, en la confluencia del barranco de Abellada con el que viene del Paular, se levanta un molino harinero que constituye el molde perfecto de la economía autárquica y de subsistencia que legisló estas montañas. Su estructura al extremo humilde resiste únicamente por el buen hacer de los piqueros que la concibieron.

La bóveda del cárcavo no presenta fisuras aparentes, fruto de un trabajo esmerado y perdurable.

La entrada al antiguo molino, desde la cual aún se puede observar la piedra volandera, está cuajada de cruces, como reflejo terco de una comunidad que debía convertir en oro cereal una tierra de cortas virtudes.

Tres eran las casas de l’Abellada, Lardiés, Otín y Sastre. Las dos primeras revelan hidalguía montañesa, la última la modestia de los oficios artesanos. Los de Sastre fueron los primeros en tomar el camino de ida pero no el de vuelta. Pobreza obliga.

Los Otín de Abellada, sin embargo, hunden sus raíces en la casa matriz de Secorún, antigua capital de Serrablo. Obtuvieron ejecutoria de infanzonía en 1772 y se emparentaron con los Zamora de la cercana Azpe, cuya hidalguía fue reconocida en 1777.


Propiedad de David Zamora Pertusa y familia.
Fuente: apiesdescalzos.es
Todo ello durante el exultante siglo XVIII, el de la bienaventuranza demográfica, el del fin de los fríos y hambrunas de siglos precedentes, el de las roturaciones de monte para labrantío y pastos, el de los estrechamientos de lazos entre casas poderosas.

En el siglo XXI, sus legítimos dueños ostentan la propiedad de lo que fue y es Abellada, que no es poco. Y subsisten retales de una torre defensiva del XVI adosada al muro este de casa Otín, con su rosario de aspilleras y piedras cantoneras.

Y el empaque de un caserón despanzurrado, de tres alturas, con ojos de buey al estilo de los palacetes barrocos de gusto francés y falsas con lucarnas o lumbreras, propias de la arquitectura clásica francesa, que ya solo pueden verse congeladas en fotografías.


Los de Otín demostraron querencia por la luz en una arquitectura tendente a resguardarse sin miramientos del frío, con ventanucos mínimos y gruesos paños de piedra, como muestra de un refinamiento y aperturismo sin apenas referentes en la zona.

El camino que nos lleva de Abellada a Azpe es un trayecto cargado de simbolismo y ternura. Enormes robles escamondados delimitan ambas márgenes de un camino afable, mientras contadas reses trituran un pasto mermado por la presencia agobiante de bojes y erizones.

Desde las sociedades indígenas preindoeuropeas hasta hoy, los árboles del género Quercus han sido vistos como un vínculo entre el cielo y la tierra. Ese carácter sagrado aún se preserva en Aragón, asimilado a expresiones religiosas de marcado sustrato pagano, como el ritual del tizón de caxico en Nochebuena o el rito de los herniados en la noche de San Juan.

Además, estos árboles eran hogar, calor, sustento y botica. Árboles de trabajo que daban vigas, maderos, leña, carbón vegetal, bellotas para alimento del ganado y corteza para curtición de pieles y tratamiento de trastornos hemorrágicos.


Muy cerca de Azpe, el camino, situado a una cota inferior, se muestra amojonado por una serie de enormes losas verticales que, a modo de menhires, aún hoy siguen cumpliendo su función de retención del terreno circundante. Más allá de su indudable y duradero papel primario, este corto pasadizo destila aromas arcaicos, megalíticos, heredados de un conocimiento universal.

A los de Azpe les llamaban «secretarios» o «millonarios», personas con mimbres para desenvolverse en la vida y solventes en asuntos ajenos a la rutina rural.

En Nocito se decía que las casas de esta aldea eran de desahogada economía, propietarias de buenos pastos, tierras de labor y rebaños de vacuno de leche, en comparación con las estrecheces vividas en otros pueblos del entorno.

El mero hecho de beber leche de vaca en tiempos de carestía era considerado de «marqueses». De todo ello se trasluce una elevada posición social de sus habitantes. También se les tenía por «balluaqueros». La ballueca en aragonés es la avena loca (Avena fatua), una mala hierba que crece por encima del cereal sembrado.

En la montaña, la vanidad era una cualidad social intolerable, en contraposición a la valorada llaneza. La utilización metonímica de esta planta arvense designa a una persona o conjunto de personas que buscan sobresalir o destacar sin merecerlo. Una sanción de lo más aguda.

De esa supuesta arrogancia nada queda medianamente en pie. La primera casa, que antes fue abadía, perteneció a los Lardiés de Abellada. Nunca la habitaron. La casa Zamora tenía propiedades en la Hoya de Huesca para garantizarse el preciado suministro de vino y aceite.

La casa Azor se viste de resistencia. Sus dueños emigraron a Yaso, aldea hoy de Bierge. La casa Allué, algo apartada de las demás, conserva sorprendentemente bien el aparejo de los muros delimitadores de su propiedad, ahogada entre cascotes y espinas.

Alejada del núcleo urbano, flota la iglesia de Santiago el Mayor de Azpe, resultado del reformador siglo XVIII. Nada lejos, el rumor del barranco de Azpe, nacido en la Paúl del mismo nombre, un oasis verde entre la rudeza que, debido a su nivel freático somero, fue utilizada como zona preferente de pastos y cultivo de cereal.

También en el pueblo vecino existe la Paúl de Abellada. Qué duda cabe de que estos terrenos fértiles y húmedos serían un factor clave en el asentamiento poblacional. Salimos de Azpe, «la que se sitúa debajo de las peñas», según su origen toponímico vascón, por el camino de Used.

A media bajada, se ocultan las ruinas del molino de Azpe, propiedad de casa Zamora, en un paraje de una belleza incontestable. Cuesta creer que lo que vemos hoy fuera objeto de desvelos y afanes ayer. Un bosque intimidante se traga el lugar que consagró el pan de cada día de Azpe.


Cerca de Used, el barranco se transforma en río, cebado por varias barranqueras cortas. El río de Used cede sus aguas al Alcanadre en el sobrecogedor paraje de las Gorgas Negras, solo 12 kilómetros después de brotar en las faldas de la Sierra de Aineto.

Las aguas de su hermano de agua, el barranco de Abellada, recorrerán un camino fatigoso de más de 75 kilómetros hasta fundirse también con las del Alcanadre.


En Usé celebraron recientemente una efeméride que cambió el curso de su dilatada historia: sus habitantes fueron conectados a la red eléctrica general el 11 de abril de 2019. La noche de Guara hoy es un poco menos oscura.

Las casas Nasarre y Bail sobresalen por su arquitectura tradicional bien conservada y mantenida. En el Castellar, primitivo asentamiento defensivo de la población, prevalecen las ruinas de origen románico de la Iglesia de San Martín.


Un sendero recto y de perfil llano nos vincula de nuevo con Bentué de Nocito cerrando así un recorrido absolutamente memorable. De gestas ególatras se alimenta hoy el hombre y olvida las verdaderas. Caminos colmados de humildad y regados con perseverancia.

Solo el que pise y deambule a corazón abierto por estos confines de la Balle Nozito podrá entender el sentido del sudor y sacrificio mal recompensados y, pese a todo, no podrá dejar de sentir emoción por esta batalla perdida pero, a fin de cuentas, vivida.
Ruta completada:
Abellada, Azpe y Used desde Bentué de Nocito
Fuentes consultadas:
González, Arturo (2009). La montaña olvidada: despoblados del alto Alcanadre. Huesca: Instituto de Estudios Altoaragoneses.
Dieste Arbués, José Damian (2002). Apodos altoaragoneses. Sabiñánigo: Revista Amigos de Serrablo.
Soy un enamorado de la montaña y de los pueblos abandonados en general. Acabo de descubrir vuestra web y estoy alucinando por toda la información que habéis logrado recabar. Una web increíble. La he puesto de favoritos porque veo que hay muchos sitios de los que me gustan.
Un saludo
Gracias por pasarte, Alejandro. Lo cierto es que en muchas rutas de la media montaña oscense es habitual que te salgan al paso despoblados y, en esta zona concreta del valle de Nocito, es un reguero casi interminable. Y aunque su historia ya no se escribe en presente, merece la pena contarla.