Hablar de Bilhères es hablar de pastoralismo. No hay nada que no recuerde a la arquitectura juiciosa y comunal con la que los montañeses del Béarn han creado un paisaje ordenado en el reverso francés de los Pirineos.

Aunque hablar de fronteras en estos valles montañosos es casi una entelequia y contrasta con el crédito del que hoy gozan los muros y las zanjas entre países ególatras. Curiosa paradoja cuando son cumbres abruptas de más de 3000 metros las que dividen seres humanos de realidades supuestamente opuestas y estancas.

Pero no lo son. Los trasvases culturales, económicos y sociales han sido una constante, impregnando ambas sociedades de un poso vital que sigue formando parte de sus meninges.

Una residente en Bilhères nos hablaba de que para ellos el hoy cercano valle de Aspe era su particular non plus ultra, y no la frontera del Portalet que les vinculaba con la España, a los que tenían por «auténticos vecinos».

También recordó a algunos bilhéroises que enraizaron en poblaciones como Jaca o Biescas en el siglo XIX y a otros que hicieron las Américas y terminaron reposando en cementerios de grandes urbes españoles.

Visitar cualquier florido cementerio de este confín de Francia es toparse con apellidos aragoneses de boj, quejigo y pino.

El modelado humano nos ofrece una imagen viva y honesta de un territorio trabajado a conciencia. Pero existe un arquitecto previo, un viejo proyectista del cuaternario que desbastó estas montañas y esbozó el medio de vida que luego hicieron suyo los primeros pobladores neolíticos.

La cabecera del valle de Ossau la ocupa su emblema de piedra, el Midi, una caldera volcánica asolada hace 300 millones de años, en un período poco amable para la vida.

Bastaría con decir que en el Pérmico se produjo la peor de las 5 extinciones masivas que ha conocido nuestro planeta, pero es que además en esta era se terminó de desmantelar la Cordillera Varisca, probablemente la de dimensiones más descomunales en la historia geológica de la Tierra.

Hace unos 200 000 años, desde el Cirque d’Anéou, a unos 2000 metros sobre el nivel de mar, partía el aparato glaciar de Ossau que recibía los aportes principales de los valles de Valentin, Soussouéou y Bious, además de otros hielos menores como el de Arrious, Lurien o Bitet.

Su trayecto finalizaba 38 kilómetros después en Arudy, situada a unos 400 metros de altitud, donde se sitúa hoy su frente morrénico.

Bilhères se encarama sobre una morrena lateral y se desparrama en tres barrios, el de Arroust, el propio de Bilhères y el de Ourdos, ubicados a una cota rayana a los 700 metros. En torno a ellos organizan la propiedad más cercana en parcelas cerradas que se acomodan a la pendiente.

Más allá de los dominios urbanos, tuvieron que bregar con sotobosques de helechos y selvas de frondosas, que transformaron en tierras de pastoreo para la vaca bearnesa, emblema de la región y sustento primario.

La organización administrativa del valle de Ossau se regía por fors —fueros autónomos—, una jurade —representantes en el gobierno del valle— y vics —circunscripciones territoriales—. La transmisión patrimonial del valle se sustentaba en la figura del heredero primogénito —casaler—, el que garantizaba la continuidad de la maison, casau o casal como institución nuclear de la montaña pirenaica.

Los ossaloises celebraron lies et passeries —concordias, acuerdos ganaderos, facerías— no solo con los valles franceses contiguos, sino también con los de la vertiente española, suscribiendo tratados con el valle de Tena, Ansó, Echo, Aragüés, Canfranc, Villanúa y Jaca desde los siglos XIII hasta el XVI, algunos de ellos renovados en el tiempo.

En el valle altoaragonés de Tena, existía la figura territorial de los quiñones, sometidos a leyes y prerrogativas, que eran periódicamente revisadas por las Juntas Generales del Valle. El simbolismo de la casa pirenaica, vista como un todo, se repetía a lo largo y ancho de los pliegues de la cordillera.

Bilhères guarda en su término una gema pastoril, el Plateau de Bénou. Esta meseta de origen glaciar es una fuente de verdes pastos y agua abundante, ya que de sus turberas brotan los manantiales que darán vida al arroyo de Le Serres.

Su entorno está trufado de cardos azules o chardons bleus des Pyrénées (Eryngium bourgatii). La figura de esta pinchuda planta decora las placas de las casas de Bilhères, que crece en terrenos muy pastoreados, con abundante nitrógeno.

Se dice que donde surgen estos cardos es porque ha caído una estrella fugaz, de ahí su tonalidad azulada. Hoy por hoy, es un símbolo de bienaventuranza con plena vigencia en ambas vertientes del Pirineo.

La presencia emancipadora de esta meseta fue una bendición para los primeros pobladores de estas tierras, que en torno a su figura fundaron una serie de enigmáticos crómlech hace 3000 años.

Los más notables son los de Lous Couraus, 16 anillos de piedra, situados en un corredor despejado con unas panorámicas absolutamente inolvidables. Se descarta su función de enterramiento y de habitación por no encontrarse en ellos fragmentos óseos o cerámicos. Se les suele atribuir, en cambio, una función social de reunión, dado que se encontraban en el paso de antiguos caminos trashumantes.

Pero hay interpretaciones más sesudas que les asignan un papel de reloj astronómico. Por puro etnocentrismo, tendemos a minusvalorar el conocimiento que los antiguos pobladores neolíticos pudieron albergar del cálculo y la geografía astronómicas.

Su minuciosa orientación norte-sur parece sustentar esta hipótesis. Quizá los que consideramos poco menos que unas bestias prehistóricas eran seres sensibles, que miraban al cielo, lo leían, interpretaban y le dotaban de sentido en círculos divinos.

En esta meseta sacralizada se inventariaron en 1889 un total de 43 crómlech. La carretera hacia el Col de la Marie Blanque se llevó por delante 17 de ellos sin ningún tipo de miramiento.

Se da por bueno que la culminación de este puerto de montaña alude a la aurostère protestante Marie Asserquet, pero no parece tanto así. El topónimo Marie Blanque, nombre con el que también se conoce al alimoche en Francia, ya aparece en mapas anteriores al nacimiento de esta conocida plañidera del valle de Aspe.

Nacida en Osse-en-Aspe en el siglo XVIII y fallecida a mediados del XIX, encarna la figura atávica de las mujeres plañideras, aquellas que lloraban por el difunto y salmodiaban endechas y elegías (auròsts). Personificaban el duelo, la pérdida, la inevitabilidad de la muerte.

Su papel en las exequias, de evidente sustrato pagano, fue prohibido por la Iglesia, por considerarlo excesivo y contrario a la moral cristiana. Se la considera la última aurostaira del valle de Aspe. El sobrenombre blanque parece referirse no tanto a su tez pálida sino al color de su velo, que adoptaba las convenciones del deuil blanc o luto blanco, de tradición francesa, que venía a representar la lividez de la muerte.

También forma parte de un culto antiguo la Chapelle de Notre-Dame de Houndas, que vendría a ser algo así como Nuestra Señora de la Fuente. Houndas, en bearnés, hace referencia a la presencia de fuentes, justo las que se sitúan a espaldas de la capilla.

La tradición canónica dice que esta capilla se levantó en 1685 para conjurar una época calamitosa, que conoció una epidemia de peste en 1652 y una epizootia en 1676 que diezmó al 87 % de la cabaña ganadera de la región.

No obstante, desde siempre, la tradición oral cuenta que ese preciso enclave era un lugar de culto arcaico, donde diversos ramales hídricos confluían en uno solo. No en vano, a escasos metros se sitúa un círculo de piedras arcano. Recién estrenado el siglo XVIII, cada familia del pueblo se comprometió a plantar robles alrededor del recinto sagrado. Su elección no es casual, pues se encomendaron al simbolismo protector del género Quercus, visto como un árbol puente entre el cielo y la tierra.

Los de Bilhères, conocidos en Ossau como los «lecheros», son los herederos de una tierra sugerente y venerada, que exportó al otro lado de la frontera apellidos francos como Casasús o Casamayor. La del pastor Joseph Paroix, que se atreve a decir en su obra Berger dans les nuages que «las montañas sin osos son montañas planas».

En sentido estricto, en este lunar de la geografía montañesa, las lindes son nebulosas, como la gabacha que lo cubre pertinazmente. Aquí el Pirineo toma conciencia de entidad nuclear, poderosa y universal.
Como cierre, me he permitido traducir un poema de Jacques Casassus, grabado en piedra el 9 de enero de 1910 para ser exhibido sobre la balconada principal de su casa de Bilhères, como emocionante reminiscencia de pertenencia inmaterial a estas montañas:
¡Oh! dulce eco de la montaña
Díselo a mis hijos otra vez
el honor no es un premio que se gana
que el hombre compra para luego revender
es la bandera de la familia
que cada cual debe embellecer
como una estrella en el cielo que brilla
que siempre brilla, ¡oh! bandera de mi niñez.
Ruta completada:
Crómlech de Lous Couraus desde Bilhères-en-Ossau
Fuentes consultadas: