El Pueyo de Jaca es, hoy por hoy, un pueblo que lame la cola del embalse de Búbal, inaugurado en 1971, en una década en la que perdió su autonomía municipal y se incorporó al ayuntamiento de Panticosa.

Los pantanos proyectan una imagen ilusoria que desenfoca nuestro objetivo. Amansan la mirada tanto como remansan las aguas. Esa agua, que siempre ha entregado el Pirineo, se utiliza para sofocar la sed del secano más irredento al sur de la Huesca quebrada.
Pero el agua genera costes más allá de lo estrictamente mercantil; lo humano y lo paisajístico, que es la misma sustancia, se incluyó sin reparos en la transacción, como un precio inevitable a pagar.

Algunos ayuntamientos pirenaicos, en un chispazo de pundonor, han solicitado recientemente compensaciones a través de planes de restitución económica y social por las décadas de explotación ventajosa y afecciones irremplazables de su medio natural.

Los jueces, al contrario de lo que dicta el común de los sentidos, han fallado a favor de los poderosos, de los acostumbrados a mercadear impunemente con la vida, olvidando, y cuántas veces ya, la profunda herida que se abrió en esta región con la modificación de los cauces naturales.
Decisiones que emponzoñan la llaga, que perpetúan los roles de señores y siervos, y que, sobre todo, siguen sin reconocer el daño causado, reduciéndolo a la más burda colateralidad.

Porque El Pueyo de Jaca tuvo otra mirada distinta, lejos de las imágenes idealizadas y arcádicas actuales. La turistización de la zona ha desdibujado tanto el legado de generaciones, que cuesta recomponer la figura de este valle pirenaico.

El Pueyo fue de Jaca a partir de 1857. Siglos atrás, se le conoció simplemente como El Pueyo (O Pueyo en aragonés), merced a su posición encastillada sobre el cauce del río Gállego.


Por su ubicación central en un valle demográficamente atomizado, llegó a ostentar la capitalidad administrativa y, hasta 1836, formó parte del Quiñón de Panticosa, integrado por la propia Panticosa, El Pueyo y Hoz.

Los lapayones, que es el sobrenombre que se le dio a los de El Pueyo, no debían ir faltos de agua, ya que el étimo lapayón designa un terreno empapado y rebosante de humedad.

Y el agua no es precisamente un recurso escaso en esta comisura pirenaica, solo hay que ver la abundancia de manantiales en ladera de umbría del sendero conocido como de As Palizas.

Topónimo este curioso y arcaico, que poco tiene que ver con lo evidente, aunque los vecinos sí se dieran otro tipo de tundas, claro que sin el uso de la violencia, ya que a ambos lados del camino surgen muretes musgosos de piedra, ganados con enorme esfuerzo al monte, y donde antaño se sembraron patatas.

Las palizas que todos pensamos, efectivamente, derivan del latín palum, aunque parece poco serio que ese fuera un lugar para molerse a palos o poco apropiado para clavar estacas a modo de empalizadas, cuando los muros de piedra seca han sido los linderos predilectos en esta tierra.


Palizas es, básicamente, un lugar de abundante bosque y se utiliza para designar un árbol alto y erguido y, por extensión, el conjunto de estos. Y no yerra en absoluto el topónimo viendo la espesura boscosa de este sendero de umbría.

El río Caldarés adquiere merecido protagonismo, como vaso comunicante de las aguas de la alta montaña panticuta hacia el generoso valle del Gállego. Tres puentes cruzaremos: el puente viejo de Panticosa, el vertiginoso de las Palizas y el del Concellar de El Pueyo.

Y es que los puentes son siempre protagonistas silenciosos, sean de madera, de piedra o una simple palanca de leños —y sí, palanca, también procede de palum—. Estos son importantes porque entroncan con el trazado del Camino Real.

Conocemos su existencia a través de las fuentes documentales de los quiñones y las Juntas Generales del Valle de los primeros siglos de la Edad Moderna, aunque seguramente los hubo más primarios en épocas pretéritas.

Particularmente, el del Concellar o del Pueyo da buena cuenta de la furia persistente del río Caldarés. Su tránsito corto y tumultuoso es el resultado de la herencia glaciar de otros tiempos, materializada por una innumerable sucesión de lagos de montaña que le nutren desde las altas cumbres tensinas.

Su historia documental se inicia en 1567, con los jurados del Quiñón de Panticosa encomendando su reconstrucción al piquero jacetano Jaime Vesadugat. En menos de un siglo, precisó de ¡seis intervenciones!, entre reparaciones y reconstrucciones.

En 1646, una sentencia rogaba a los quiñones de Sallent y Panticosa que en tanto «el puente llamado de Caldarés está caído, lo hagan, sustenten y conserven». El que hoy se nos muestra es el resultado de un robusto proyecto de reforma presentado en 1891.

En algunos mapas, además del Concellar o del Pueyo, aparece como el «Puen dera Zelina», en atribución a una leyenda muy sedimentada en la tradición oral reciente del valle. Sea como fuere, nada lejos de este puente, se levanta el Palacete de la Viñaza, un edificio soberbio de estilo academicista, de grandes ventanales y aires distinguidos.

Perteneció a Cipriano Muñoz y Manzano, II Conde la Viñaza, que lo empleó como residencia estival. Nacido en La Habana en 1862, —cuando Cuba aún estaba bajo la jurisdicción colonial del Imperio español— casó en 1886 en Panticosa con Concepción Roca-Tallada y Castellano, nacida en Zaragoza, dama de la reina Victoria Eugenia, esposa de Alfonso XIII.

No es casual que casaran en Panticosa, ya que Concepción pertenecía a dos de las familias más acomodadas de la alta sociedad zaragozana, los Rocatallada y los Castellano, ambas inversoras en una primitiva sociedad de explotación del balneario de Panticosa de nombre «Guallart y Compañía», creada en 1872.

En 1899 se oficializa la denominación social de «Aguas de Panticosa S.A.», entre cuyos socios fundadores se encuentra, ¡claro!, Cipriano Muñoz, el cual, junto con otros nombres de ilustre cartera de ese tiempo, aportaron al negocio el nada despreciable capital inicial de 3,5 millones de pesetas.

Veinte años más tarde, Energía e Industrias Aragonesas S.A. entró en el juego comprando la mitad más una de las acciones de Aguas de Panticosa S.A. Esta nueva sociedad, alejada del tablero turístico, apostó por el negocio de los saltos de agua y la conversión químico-industrial del valle. El resto es historia de sobra conocida.

De la edad de oro del termalismo ilustrado a la época del turismo de masas con el poso indeleble de unos paisajes soberbios, habitados y cuidados desde antiguo, de unas montañas que transitan a otra velocidad, al margen de nuestra mirada corta y pequeña.
Ruta completada:
Panticosa y Mirador de O Calvé desde El Pueyo de Jaca
Fuentes consultadas:
Elcock, W. D. (1962). Toponimia del valle de Tena. Archivo de Filología Aragonesa, 12-13, pp. 299-320. Zaragoza: Institución Fernando el Católico
Vázquez Obrador, Jesús (1994). Para un corpus de toponimia tensina, I: registros en protocolos de un notario de Sallent durante los años 1424-1428, 1431, 1443 y 1450. Archivo de Filología Aragonesa, 50, pp. 213-279. Zaragoza: Institución Fernando el Católico.