Los caminos a la montaña sagrada de Santa Orosia son múltiples y convergen siempre en el mismo foco irradiador, un modesto santuario varado en un gigante sinclinal. Esa energía, al margen de cultos y ritos devocionales, es tan poderosa y cautivadora que volvemos siempre.

Isún de Basa es una pequeña aldea colgada de los mallos de conglomerado de la gran montaña. Históricamente, la conformaron un total de siete casas: Periel, Juandomingo, Piquero, Matías, Beliu, Caxal y López. Su reloj se detuvo en la década de los 70, cuando el grueso de sus habitantes marchó hasta la industrial Sabiñánigo, persuadidos por unos jornales seguros a últimos de mes.

La ganadería, principal sustento del pueblo hasta la fecha, se desechó por ingobernable ante la nueva realidad urbana y el campo se mecanizó. Los escasos siete kilómetros que separan Sabiñánigo de Isún fueron salvables para los que aún conservaban tierras en el término y querían ponerlas en cultivo.

El modelo de explotación mayoritario del campo español hoy en día, de residencia en cabeceras comarcales y trabajo en pueblos y aldeas, se asentó con fuerza hace cinco décadas en esa manchita demográfica del piedemonte de Santa Orosia.

Aunque en no pocos casos las viviendas principales y auxiliares de esos pequeños pueblos han emprendido el camino de la ruina, no sucedió así en Isún de Basa, cuyos vecinos mantuvieron un pulso constante por mantener sus raíces. Hasta hoy, que el asentamiento de población ha permitido recuperar servicios básicos en pleno siglo XXI.

De entre su vasta red de caminos vecinales, hubo uno de especial relevancia: el que subía a puerto. Sus decenas de revueltas han testimoniado los pasos de sus vecinos hasta sus pendientes paredes para recoger el rupícola té de roca —Jasonia glutinosa—, un apreciado tónico y digestivo natural, que se le conoce incluso con el nombre de té de Aragón.

También la búsqueda de piezas de caza con las que dar algo de variedad a los guisos, el apacentamiento generacional de sus rebaños, la siembra y recogida de patatas en las llanadas cimeras o las idas y venidas de enamorados que daban alas a su compromiso a través de caminatas agotadoras entre aldeas distantes.

Nada de eso queda. Los rebaños suben a puerto por cómodas pistas y las patatas, por suerte, ya no se siembran setecientos metros más arriba de la cota de asentamiento del pueblo, porque ya nadie tiene que bregar con ese terreno de «mala calidad y sumamente estéril» que advirtió Madoz.

Tampoco hay amores que avivar en el corazón de Sobrepuerto porque nadie lo habita desde hace demasiados años. Un vendaval de cambio barrió inclemente sus crestas y modificó para siempre sus perfiles, modelados por las actividades primarias de subsistencia.

Los que hoy ponemos pie para trabajar o recrearnos en esos caminos somos los timoneles de esos nuevos vientos que demolieron los cimientos de la sociedad campesina tradicional. Se imponen nuevos usos y respetos hacia esta montaña.

Ganar altura sin descanso te hermana con un camino que miles de almas han recorrido antes. Son pulsiones poco tangibles, inconstantes pero, como creían nuestros antepasados, las sendas se impregnan de la esencia de quienes las anduvieron. La sensación es aún más vívida cuando solo tú y tu soledad conjugáis pasos.

En el abocador d’o Puerto, en el mismo Puerto de Isún, se derrama el sinclinal de Santa Orosia, culminante en el cabalgamiento de Oturia/Auturía, que supera por muy pocos centímetros los 1920 msnm.

En este proceso tectónico, el más relevante de Sobrepuerto, materiales antiguos del eoceno (flysch o turbiditas) se superponen a otros más modernos del oligoceno (conglomerados).

Si reparamos en el suelo llano del puerto, observamos campos aún tímidamente murados. Pues sí, efectivamente, estos eran los campos de patatas de los de Isún. Ahora, echa la vista atrás y mira a qué nivel queda el pueblo. Piensa. Patatas. Aquí. Base alimenticia para cualquier familia. Figúrate por qué tus mayores te insistían en que te lo comieras todo o te pedían que no te quedaras con hambre.

Por el Bajador de Periel accedemos a la Cueba Isún, donde una gigantesca balma de conglomerado aloja una extinta majada. Los excrementos que tapizan el suelo podrían hacernos pensar que sigue en uso, pero no es así. Son las cabras asilvestradas las únicas usuarias de la Mallata Isún, y a estas hace tiempo que nadie las guía.

Pese a su falta de vigencia, sigue intacta y lo seguirá presumiblemente hasta que la jueza Montaña dicte sentencia. Sus dimensiones catedralicias son perfectamente transitables de principio a fin. La sensación de acogimiento es abrumadora. La tela invisible del vínculo humano intergeneracional es pegajosa en este ombligo montañoso.

Desde una visión puramente primaria, un verdadero refugio debe ser esto: la mirada y el ánimo caldeándose al sur, a expensas de lo que sol quiera regalar del amanecer al atardecer y en completo aislamiento de los temidos vientos de norte y las lluvias.

Y silencio. Un refugio debe callar para ampararte. Cualquier chasquido alumbra el miedo. Y en la Mallata Isún apenas crujen a nuestro paso unas cuantas briznas mustias de hierba. El cobijo es rotundo, inmenso e insobornable. Y eso nos fraterniza con los primeros que buscaron y encontraron abrigo en esta visera.

Os Barrenaus es el final de este submundo protector. A puro golpe de dinamita en la primera mitad del siglo XX, se abrió paso a personas y animales para vincular la cueva de Isún con el puerto de Sanromán. Los abismos ahora nos muestran sus ángulos rectos.

El trago de agua de la fuente de Santa Orosia es inexcusable. También repantigarse en sus alrededores, al resguardo de cualquiera de las innumerables matas de boj si el día es ventoso o desapacible.

El Santuario de Santa Orosia, en su fábrica actual, fue inaugurado el 10 de septiembre de 1669. Ese mismo día, los parroquianos de Isún y Sardas subían a puerto por primera vez, golpeados por la miseria, para rogar protección a la santa de la montaña frente a la devastadora sequía de ese año y la posterior plaga de langostas. Es el germen del Voto de acción de gracias de Isún y Sardas, que mantuvo su vigencia hasta entrada la década de los 50 del siglo pasado.

La bajada discurrirá por dos recintos pastoriles más. El primero, la Mallata Sanromán, compartida con el pueblo de Osán. En la actualidad, solo pervive materialmente una caseta anónima entre bolos erráticos de conglomerado, donde el ganado y los pastores se acurrucarían en sus prolongadas fajas.

Más abajo, la Cueba d’os tres ujeros, el redil de menor extensión, caracterizado por la presencia de tres notables agujeros. El aún castigado caxicar de San Román antecede la llegada arbolada a través de afloramientos de salagones grises —margas— al propio pueblo de San Román.

Isún ya es una promesa cercana. Último jalón: su iglesia de Santa María con cabecera del siglo XI e interesantes elementos que consolidan su carácter heterodoxo, además de su verja de entrada procedente del despoblado de Ainielle.

El que busca, encuentra, y la montaña sagrada de Serrablo dispone. Pasos por caminos de siempre que recuerdan un no tan remoto pasado, de piedras inquebrantables y azadas torcidas, de siglos teñidos de catástrofe, de historias de mujeres y hombres que se marcharon para no volver nunca.

De sueños que se quedaron pendiendo de las brumas de la montaña, de un presente que se redacta con letras de ternura y cariño hacia una montaña que bombea la sangre de propios y extraños.
Ruta completada:
Santuario de Santa Orosia desde Isún de Basa
Fuentes consultadas:
José Antonio González Sarasa y José Miguel Navarro López (2005). Toponimia de Ballibasa. Colección Yalliq. Sabiñánigo: Comarca Alto Gállego.
Enrique Satué Oliván (1991). Religiosidad popular y romerías en el Pirineo. Huesca: Instituto de Estudios Altoaragoneses.
Hola Rai.
Una entrada muy entretenida y didáctica, como nos tienes acostumbrados. La subida a Santa Orosia o al Oturia, tiene muchas variantes, a cada cual más bonita, tomo nota de esta circular.
Un saludo
Hola, Eduardo:
Ten en cuenta que es 100 % Ballibasa: en invierno, muy agradecida si hay sol; en épocas de calor, solo encontrarás sombra en el camino de Isún, el de Sanromán solo tiene un pequeño cajicar en la base de la montaña.
¡Gracias por pasarte!